Corren por las redes sociales fotografías de cómo ha quedado de basuras la zona donde se ha celebrado el botellón en la Feria del Caballo. Realmente no es para asombrarse. Jerez es una ciudad sucia. O mejor dicho, Jerez es una ciudad que ensucia. Porque los servicios de limpieza están ahí, aunque no den abasto. Somos sucios y dejamos sucios todo lo que tocamos. Sea en masa o individualmente. No es sólo la zona del botellón. Hay que ver también como dejamos la zona del mercadillo de los lunes. O el mercadillo de la Alameda Vieja. Parece haber pasado una horda que sólo sabe tirar plásticos al suelo.
Aunque a decir verdad, tenemos un gran aliado para que esa suciedad aumente: el viento de Levante. Que le pregunten a los vecinos de La Granja cómo el dichoso viento acumula basuras en sus plazoletas. Pero no es el motivo de esta columna la basura del botellón. El motivo es que creo que ni las autoridades ni la población en general son conscientes del problema que tenemos encima porque nos quedamos viendo lo que más se ve: la basura. Porque detrás de esa basura se esconde un problema muy grave: el alcoholismo en la juventud.
Me hago muchas preguntas y entre ellas está si no estaremos favoreciendo desde las administraciones a que la juventud beba y se muera con esa droga, sí, he dicho droga, que se llama alcohol. Todos hemos sido jóvenes. Yo también. Y sé lo que es la rebeldía y hacer cosas porque las hacen los demás. Nunca bebí, pero sí fumé. Conseguí quitarme con los años y abandonar ese vicio nefasto. Pero me preocupa mucho el alcoholismo de los jóvenes. Antes que buscarles un sitio para que beban... ¿no será mejor conseguir que no beban? Tenemos a una generación alcoholizada de una manera muy particular. No beben durante la semana pero destrozan sus hígados y sus cerebros con un atracón de alcohol cada viernes y cada sábado.
¿A nadie le preocupa esto? ¿Ningún padre o madre ve a su hijo o hija llegar borrachos los fines de semana? Alguna vez he ido al botellón y me quedé pasmado viendo cómo niñas y niños de trece años estaban borrachos perdidos. Tenemos un problema muy grande, insisto. Ya. A la juventud nadie le va a decir lo que tiene que hacer ni cómo tiene que divertirse. Eso es así desde las primeras civilizaciones. Pero sí hay que enseñarles que beber es malo. O peor que malo: beber es mortal.
No es cuestión de hacer actividades alternativas. No es cuestión de bajar los precios para que sigan bebiendo lo mismo en los bares. La cuestión es no beber. O beber con moderación, tampoco es cuestión de implantar la ley seca. Tampoco veo que sea cosa de enviar a las escuelas a psicólogos y médicos a explicar lo malo que es el alcohol. Pero sí puede ser que sea una buena idea que algún joven que haya padecido un coma etílico o sencillamente se ha ya convertido en alcohólico dependiente, les explique a sus compañeros y compañeras lo mal que se pasa después de un buen colocón.
Y no estaría tampoco mal reforzar a la Policía Local con medios y efectivos para controlar la alcoholemia de quien sale del botellón. No con una intención punitiva y recaudatoria, sino para que lleguen a casa, sobre todo sin son menores, sabiendo cuántos gramos de alcohol llevan en la sangre. El botellón es un problema, pero no por la basura que deja en las calles, que al final, se puede limpiar. El botellón es un problema por la basura que te deja en la sangre. Esa droga que se llama alcohol y que se va a llevar a toda una generación de jóvenes por delante. Una droga mucho más difícil de limpiar que la propia basura.