En cierta ocasión un individuo afirmaba de sí mismo “yo soy tela de ácrata”, con toda la tela que tiene la cosa en cuanto suponía ser más ácrata que otros. Vencedor en acrática confrontación, a ver quien es más anarquista que yo, que a eso no hay quien me gane. Como si las ideologías fueran mensurables hay quien impondría unidades de medida ideológicas, cuando el buen hombre se limitaba a confundir con acracia la inestabilidad de su carácter, el pensar una cosa y al momento la contraria o la costumbre de dejar los calcetines tirados en el cuarto de baño.
De tan acostumbrados a normalizarlo todo, a seguir el dictado de la norma, a imponerla hasta para dormir, atado, el ser humano se horma. Se somete a una norma transfigurada en horma. Y nacen los tópicos, los conservadurismos, los convencionalismos. Y toman más fuerza que la realidad, a veces irrealidad, de dónde nacieron. Así, a base de tópicos, se hacen los sentidos contrapuestos que en realidad son complementarios.
Nada hay más libre que los estilos artísticos, nacidos de la creatividad, de la imaginación a la que, siendo imposible poner límites, se le ponen con frecuencia desde fuera de sí mismos. Porque la creatividad, como la filosofía, no admite encasillamientos impuestos y por eso hipócritas. Tan fácil es escuchar el término “barroquismo” para referirse a algo sobrecargado, como ignorancia contiene al tratar como barroco desde lo clásico al modernismo, porque en todo hay voluta. La voluta nació cuando empezaron a esculpirse símbolos vegetales, materializado ya en los capiteles corintios. Volutas tienen todos los estilos artísticos, desde los más toscos y primitivos, incluso los godos, pasando por el renacimiento —cuyo añadido filigranesco se nomina “plateresco”— hasta el modernismo en la arquitectura o el abstracto en la pintura, en este caso transfigurada en confusión, término que no tiene por qué llevar componente peyorativo.
Basta fijarse en cualquier obra artística de estilo barroco para comprobar que su elemento característico, diferenciador —compartido, eso sí, con el renacimiento— no es la voluta, no es la filigrana: es la armonía. La simetría. Una obra barroca doblada por la mitad, en arquitectura, coincidirían todos sus puntos y en pintura compensarían los pesos con los claros. Porque la obra final tiene que resultar compensada: armónica.
La vida cotidiana, dominada por normas, leyes, imposiciones, convenciones capaces de cambiar para dar paso a otra convención, hace parecer extraños a los espíritus libres que, gracias a su libertad, pueden crear. De ahí que la creatividad esté acostumbrada a mirar tantas espaldas de seres que, sin embargo aún les queda capacidad para admirarse y enamorarse de la obra artística cuando se molestan en conocerla. Porque el instinto, la capacidad, como la consciencia, como la identidad, pueden ocultarse, dormir, ignorarse a sí mismos. Pero no es posible hacerlo desaparecer por más pasos que dé la política en esa búsqueda.