Lo reconoce el presidente de la Junta quien de esto debe saber bastante. “Los resultados finales normalmente no coinciden con las encuestas”, ha dicho. Lógico. Es normal que las encuestas difieran de los resultados reales, tampoco coinciden entre ellas. “La verdadera encuesta es el recuento”; algo parecido aseguró otro político en un mitin electoral.
Por eso quizá, porque no se puede confiar en las encuestas, desde unas semanas antes de empezar la campaña se les llena la boca de promesas que nunca cumplen porque nunca pensaron cumplirlas. Por ejemplo: la de Juanma Moreno de costear el cincuenta por ciento del coste de construcción de media línea de metro en Sevilla. El “factótum” del gobierno andaluz, Elías Bendodo, anunció ante un nutrido grupo de amigos, deudos y otros allegados, la intención de aislar Sevilla, que supone también, de camino, aislar Cádiz y Huelva.
De momento se está viendo el cumplimiento de la amenaza: la Junta ha cedido a ADIF diez kilómetros de infraestructura entre Osuna y Pedrera, condenando al olvido la línea Sevilla-Santa Ana y con ello la comunicación directa Este-Oeste. Lo curioso, más bien cómico, es que después de descubrir ese comportamiento político pueden tener la suficiente falta de color en sus mejillas para ofrecerse a pagar el 50% de media línea de metro, demostración clarividente de que esa promesa no es más que un cartel electoral de más de 120Km2, el tamaño del perímetro urbano de Sevilla.
Las encuestas se equivocan, es lógico, el alcance de la muestra es ínfimo, pues las diferencias se agrandan, como la proporción en relación a los posibles votantes. La gente puede cambiar de parecer, puede descubrir o intuir distinta motivación y cambiar sus preferencias. Lo cierto es que las elecciones no se deciden en la campaña, lo que inclina al votante en uno u otro sentido es la percepción que el votante se hace de cada opción política.
Por ejemplo, desde que los interesados en el bipartidismo inventaron la malévola fantasía del “voto útil” inclinaron la voluntad hacia las dos opciones de presumible mayor atractivo hasta el punto de hacerles creer que no habían otras. Todavía hoy las encuestas, los partidos más probablemente beneficiados la subvención a los sillones ocupados, dirigido expresamente a reforzar a los más votados y eternizar su preponderancia y diversos medios de comunicación influyentes, siguen reverenciando a dos opciones, a veces algo más cuando una tercera o cuarta opción se descubre en ascenso y sobre todo cuando su ascenso interesa.
Las encuestas se equivocan pero no es ese el problema, el margen natural de error es menor que el de manipulación. El problema es cuando se hace errar a las encuestas, cuando se les hace decir el resultado buscado por quien la hace o quien la patrocina. Últimamente las encuestas no son una forma de conocer la tendencia al voto, sino de promover esa tendencia, de conducirla a una o unas opciones determinadas, normalmente la o las mas propensas a mantener el “stato quo”, la situación que interesa a los poderes fácticos, quienes por una parte dominan y dirigen la actuación de los políticos y por otra los medios de propaganda y notoriedad.
En esta situación las encuestas se constituyen en un elemento negativo para la democracia porque, una vez los votantes han sido inoculados con el “virus de la predestinación parlamentaria”, quedan olvidadas todas las opciones excepto las favorecidas por la preferencia. Sin embargo la mal llamada “atomización” permitiría hacer representativos a elementos elegidos, más aún si se eligiera personas en vez de partidos. Permitiría también un control eficaz del gobierno y al posibilitar el voto libre pondría al legislativo por delante del ejecutivo, de manera que los votos de sus señorías dejarían de darse en función de la orden emanada del partido para representar la intención del votante, del que los electos con preferencia serían sus representantes, no una cifra a disposición de cada ejecutiva.