Yo también prefiero el Carnaval en febrero. Es más, ojalá pueda celebrar el resto de carnavales de mi vida en la fecha que lo he hecho siempre. Porque son mis raíces, mis costumbres y porque mis recuerdos más bonitos, en la calle o en el Falla, me llevan a ese mes. En concreto, a las noches y las madrugadas de ese mes.
Yo también prefiero el Carnaval en febrero, y lo echaré de menos cuando se acerque el momento, como lo eché este año cuando tuvo que suspenderse sin alternativas ni más opciones posibles o viables.
Yo también prefiero el Carnaval en febrero, insisto, como prefiero abrazar a mis amigos al verlos llegar, como prefiero sentarme en una mesa sin contar comensales, como prefiero besar a mi madre sin mascarilla ni miedo. También lo prefiero. Y todo esto, de pronto, se vio alterado. Y todo lo que creíamos que nunca tendría que cambiar, cambió, y sigue cambiando, obligándonos a adaptarnos sobre la marcha a toques de queda y cierres perimetrales. Sin saber siquiera cómo será mañana, la próxima semana, y menos aún, dentro de unos meses.
Y todo lo que creíamos que nunca tendría que cambiar, cambió, y sigue cambiando
Aquí no se trata de elegir una fecha. Ese debate es erróneo y también injusto. Se trata de que la celebración del Carnaval en el 2022 cuente con las máximas posibilidades, sin renunciar a nada -ni calle ni teatro, ni callejeras ni agrupaciones de concurso-, sin enfrentar costumbres y con las máximas garantías sociales y sanitarias. Y por supuesto que la decisión de optar por junio nos desgasta, provoca rechazo y es absolutamente impopular, somos conscientes, pero verán, existen circunstancias más importantes que perder un puñado de votos o un aluvión de críticas en las redes sociales. Entre ellas, la salud de los vecinos y vecinas de esta ciudad. La vida. Sus vidas.
Puede que nos hayamos equivocado, es posible, no lo niego, nunca se nos han caído los anillos a la hora de reconocer los errores, y entiendo absolutamente el rechazo al cambio de mes, pero déjennos al menos el beneficio de la duda. Porque hayamos acertado o hayamos errado -el tiempo dirá- nuestro único interés es el del bien común, el de garantizar la mayor viabilidad y seguridad, el que el Carnaval no tenga que renunciar a nada: Ni a las tablas ni a las esquinas.
¿Y en qué nos basamos? Preguntarán con todo el derecho del mundo. En lo único que tenemos: la experiencia del año pasado que nos dice que en este contexto tan insólito, y si tenemos en cuenta la situación actual y la evolución de la pandemia, lo más seguro es posponer el Carnaval a junio. Nos basamos en que actualmente, a día de hoy, aún no es seguro ensayar, reunirse o las aglomeraciones. Nos basamos en lo poquito que hay, porque teníamos que ofrecer una decisión en firme y, por encima de todos los motivos, hemos puesto los sanitario. No existía ni existe más interés que ese.
Repetían como un mantra que de esta pandemia saldríamos mejores. Demostremos que al menos en Cádiz, sí. Este virus ha cambiado nuestros hábitos, nuestros espacios y nuestra forma de relacionarnos. Es evidente que así ha sido. Aprovechemos la oportunidad para convivir y compartir. Para poner lo común y lo que nos une en el centro frente a los que entienden la vida como una batalla permanente. Porque no queremos enfrentamientos entre celebraciones: Carnaval o Corpus, entre costumbres: febrero o junio, o entre cualquiera de nuestras múltiples pasiones. Porque en Cádiz estamos hechos de materias y contradicciones, habitamos los dos mundos, el espiritual y el material, el alma y la carne. Y quien no lo entienda así, es que a estas alturas de la película, o no se ha enterado de nada o no se quiere enterar.
Venimos de un confinamiento, del miedo, de la incertidumbre, de las cifras disparadas de contagios y muertes. Venimos de un panorama que no podemos olvidar mientras miramos un nuevo horizonte. Volvemos a vislumbrar el Carnaval y cada una de las fiestas y las expresiones populares de nuestra tierra. Volvemos a recordar que tenemos derecho a ser felices. Lo tenemos. Y que así sea. Salud.