¿Es posible extraer de la conmoción que implican los resultados electorales italianos alguna lección, alguna reflexión para España?
Lo primero es que parecería conveniente ponernos de acuerdo sobre lo que ha pasado en Italia y sus causas. Parece obvio lo ocurrido: triunfo aplastante del bloque de la derecha extremista (Berlusconi, Salvini) encabezada incontestablemente por la que aparece heredera, al menos espiritual, de Mussolini (Meloni). La otra cara la conforma el descalabro de las diferentes izquierdas que, ni siquiera, ante el más que previsible resultado ahora materializado, fue incapaz de articular no sólo la unidad sino alternativas mínimamente coherentes capaces de sintonizar con las mayorías sociales.
Y ese es el segundo análisis que convendría tener en cuenta. ¿Cuáles son las razones que han llevado a este resultado desesperanzador? El profesor Sánchez Cuenca, propone que se trata de la “disolución progresiva del papel intermediador que desempeñan los partidos políticos entre la sociedad civil y el Estado”. Una disolución que lentamente se extiende al conjunto de Europa con la desarticulación de los partidos tradicionales que han jugado ese papel intermediador en las últimas décadas.
Por su parte, si bien tratando otro tema (la crítica al libro de Pablo Iglesias Medios y cloacas), Amador Fernández-Savater apunta que la derecha, la derecha extrema, “seduce esencialmente porque sintoniza con los miedos y las esperanzas de los modos de vida actuales”.
La izquierda, de alguna forma y más allá de su endémica y cainita división, parece incapaz de sintonizar con esos miedos de la época y de proporcionar esperanzas en medio de las proyecciones de espantos cotidianos, locales pues, pero también globales.
Tomemos como ejemplo la emergencia climática, que nos acerca más allá de toda duda a escenarios de colapso de no introducir cambios radicales en el funcionamiento de nuestro sistema de producción y consumo, y por tanto en nuestro modo de vida. Cambios que significan renuncias que buena parte de la población no quiere asumir. Es la tormenta perfecta para el negacionismo de la derecha extrema y su capacidad para sintonizar con esos temores de una buena parte de la población a perder su estatus de vida, su trocito de neoliberalismo vital (con todo el respeto).
¿Son los escenarios italianos extrapolables? Sin duda por toda Europa se están reproduciendo situaciones similares. Acabamos de asistir al avance extraordinario de la extrema derecha en la Suecia socialdemócrata. En Francia, corazón de la Europa sistémica, no termina de alejarse la posibilidad del sorpaso lepenista. Orban vuelve a obtener mayoría absoluta en Hungría… Sí, lo que ha sucedido en Italia no es un fenómeno local, se trata de una tendencia más global, porque efectivamente se acrecientan los temores -difusos o no- al futuro y al colapso de nuestro “modo de vida” con los que la derecha extrema es capaz de sintonizar y ante los que la izquierda no es capaz de enfrentar esperanzas.
Cierto es que en España el sistema de partidos es bien distinto del italiano. Y los marcos de articulación del sistema político -tras el terremoto de 2015 y unos pocos años subsiguientes- han logrado recomponerse en parte. Pero sólo en parte. Porque los escenarios dibujados no sólo por el mundo un tanto oscuro de las encuestas sino también por lo que parece la percepción y la sensación de buena parte de la gente, es el triunfo incontestable de la derecha extrema, sea más sistémica o menos, más extrema que lo es o menos, que no lo es. Se trata en efecto de la profecía autocumplida.
Creo que la izquierda aún podría. Pero no sobre la base de la confrontación en tonos épicos del fascismo contra la democracia. Coincido con Fernández-Savater, no se trata de un ataque externo contra la democracia. Los triunfos de la derecha extrema se basan en aquella sintonía a la que me refería con las preocupaciones miedos y temores, y esperanzas, de una parte importante de la población.
La izquierda aún podría. Pero no veo tal como ha ocurrido en Italia que terminen de querer. Es que no se soportan, no se pueden ver, ni se hablan decía Yolanda Díaz hace semanas. Por su parte Antonio Maestre se conformaba tan sólo ya con un pacto de no agresión entre todos.
No, no creo que terminen de querer. Y artículos como el de Francisco Garrido en este periódico (y es sólo un ejemplo) no contribuyen sino todo lo contrario a rebajar el nivel intolerable de enfrentamientos cainitas.
Soy de los que creen que no parece posible articular esperanzas y ofrecer alternativas sin contar con las estructuras de los partidos. Sin embargo, lo cierto es que su papel de articulación, intermediación y dinamización social ya no la juegan, no pueden jugarla. Y precisamente por ello tampoco con ellas parece posible y, peor aún, empiezan a ser percibidos como un problema y un obstáculo en sí mismas. Ni con ellos ni sin ellos es posible. Una tragedia griega.
Se plantea escuchar a la gente, ver como sintonizar con las preocupaciones, romper dicotomías nada esperanzadoras, partir de la acción social colectiva... Y parece una buena propuesta. Sólo que los tiempos son tan cortos, los obstáculos tantos, el desánimo general tan grande y la movilización social tan plana, que parece una tarea titánica. A ella sin embargo deberíamos sumarnos, contando obligatoriamente con todos y todas, superando creativamente las tragedias griegas... Otra cosa sería posiblemente repetir en España lo que ha sucedido en Italia.