Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. (Génesis 1.27)
La tradición judeo cristiana concibe la relación del ser humano con la naturaleza desde la superioridad y el dominio. Quizás por ello como analizaba Augusto Maya las ciencias naturales quieren explicar una naturaleza sin humanos y en contrapartida las ciencias sociales prefieren seres humanos sin naturaleza.
Esta forma de entender la relación con la naturaleza siempre provocó consecuencias más o menos graves para el ecosistema. Y derivó en una forma desintegradora y alienada en la relación ser humano – naturaleza. Pero con el crecimiento demográfico y explotación global del planeta, la industrialización, la extensión de la agricultura y de la ganadería, el desarrollo de las áreas urbanas y sobre todo el avance incontenible de un capitalismo extractivista insaciable, las repercusiones sobre la naturaleza están siendo devastadoras y planetarias.
Estas actividades humanas desatadas causan efectos irreversibles sobre el medio ambiente, como la contaminación del entorno, la deforestación masiva, la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de recursos, especialmente el agua, o la destrucción de hábitats enteros…
Por ello es necesario trabajar por otra relación entre el ser humano y la naturaleza (en lo personal y como humanidad). Debemos concebirnos al fin y al cabo como parte de la misma. Los seres humanos no estamos solos en el planeta. Junto a los otros seres que lo habitan formamos parte de un todo en el que ninguno es prescindible. Los otros seres del planeta son seres con derechos, que solo muy rientemente -y en oportuna contradicción con el Génesis- se están empezando a escribir.
Vivimos tiempos convulsos y de crisis sistémica, planetaria y ecológica. Me atrevería a decir que no habrá soluciones sostenibles a esta crisis si no se incluye a todas las personas en su diversidad y a la naturaleza y el resto de los seres que la conforman en su conjunto.
Estas preocupaciones que aquí esbozo están presentes en un buen número de obras que se adentran desde la ficción en las relaciones del ser humano con la naturaleza y ofrecen escenarios sugerentes e imaginativos. A continuación, algunas recomendaciones.
El hombre que plantaba árboles de Jean Giono (1953). Este pequeño cuento pionero es de una belleza inigualable. Es la maravillosa historia de Elzeard Bouffier, un pastor imaginario, aunque totalmente creíble, que durante muchos años se dedicó a plantar árboles en una extensa zona de Provenza y convirtió en una tierra llena de vida y de verdor lo que antes era un erial desolado.
Encierra un potente mensaje contra la destrucción y degradación del planeta y es un canto, sobrio y austero, a la armonía mediante la cual los seres humanos conservan y enriquecen la tierra en la que coexisten con los animales, unos y otros enriquecidos a su vez por el silencioso, aunque sensible reino vegetal.
El cuento lo podéis escucharlo completo en este hermoso video de José Joaquin Santos Leal
Todos los pájaros del cielo de Charlie Jane Anders (2016). Una autora sumamente interesante, transgénero y comprometida en la lucha por los derechos LGTBI, de las que cada vez hay más representación en la ciencia ficción.
Todos los pájaros del cielo es una muy recomendable novela a caballo entre la ciencia ficción y la fantasía. La novela nos presenta un escenario que contiene todos los elementos de desastre planetario, el abuso de la acción humana sobre la naturaleza avanza provocando todo tipo de catástrofes “naturales”. Curiosamente, la autora no retrata conductas sociales apocalípticas sino manteniendo un cierto tono de cotidianeidad; lamentando los desastres, echando de menos a sus familias, buscando recursos, trabajo, vivienda, manteniendo relaciones sexuales, rupturas y contradicciones afectivas….
Y aquí es donde aparecen alternativas para salvar el planeta encarnadas en los protagonistas. Las soluciones tecnológicas que, sin humanidad, son capaces de destruirla, o la magia de la vida, que concibe como una estrecha comunicación de las personas con la naturaleza.
De todas formas, creo que la autora no contrapone ciencia y naturaleza, sino que intenta dotar de conciencia ética al uso de la tecnología, lo que en los días que corren, parece pertenecer al mundo de la magia.
Si se quiere leer más sobre la autora y este libro, os recomiendo esta entrada en mi blog
El clamor de los bosques de Richard Powers (2018). Se trata de una novela realmente espectacular que ganó el premio Pulitzer en 2019. Powers ha logrado escribir un libro hermoso que restablece nuestro vínculo con la naturaleza. Y parte de una simple pero radiante idea: “Los árboles están vivos, se comunican y tienen memoria. Ellos protegen la vida del planeta y la modulan”.
La novela tiene una primera parte en la que se recorren las vidas de nueve personajes en nueve historias entrelazadas (reconozco que alguna de ellas me ha emocionado), de tal forma que en cada una de ellas hay un árbol en el centro.
“Finalmente las idas y vueltas de este grupo constituido por ingenieros, biólogos, informáticos, sociólogos y veteranos de guerra acaban coincidiendo en una cruzada común: la salvación de las pocas secuoyas gigantes que van quedando en el mundo”.
“El cambio de paradigma que propone – dice Javier Minguez de cuyo blog copio la mayor parte de esta reseña – es tan radical que seguro te hará cambiar la forma en que ves el mundo y los árboles. La sabiduría que expone es tan ancestral que a nuestros ojos occidentales parece magia: Los árboles son símbolos de la vida y testigos del tiempo. Se comunican, piden ayuda a los animales e influyen en todo su entorno”.
“Los personajes de El clamor de los bosques, no son más que reflejos humanos de los árboles que los protegen y advierten, unidos por un invisible rizoma universal”.
“No se trata de una simple novela de reivindicación medioambiental… El libro desentierra la conexión que debe existir entre la Tierra y sus habitantes hasta convertirse en una verdadera epopeya ecológica que busca revertir al monstruo consumidor y deforestador del Antropoceno hacia un nuevo equilibrio”.
El reino vacío de Kira Jane Buxton (2019) describe un fin del mundo realmente peculiar: se trata de una novela postapocalíptica protagonizada por un cuervo. Y a partir de ahí tengo que reconocer que me he divertido un montón.
El truco es que la historia del apocalipsis zombi es relatada por los animales, más concretamente por un cuervo domesticado malhablado llamado Shit Turd. O ST para abreviar
Con la pérdida de Big Jim, su antiguo dueño, el único mundo que ST ha conocido se ha desvanecido. Los animales domesticados ya no existen pues han desaparecido quienes les domesticaban. Integrarse en el mundo natural más allá de lo que siempre fue su hogar puede ser terrorífico.
ST está acompañado por Dennis, un perro del que también era dueño Big Jim. Es mi personaje favorito. Su compromiso y lealtad con el cuervo ST nunca flaquea. Es realmente enternecedor. En el transcurso de la búsqueda y de la lucha para rescatar a los otros animales domésticos atrapados en sus hogares, sin Dennis, ST nunca tendría el coraje de liderar a miles de animales en una batalla por sus vidas.
Ya, es cierto, es una novela poblada de cuervos, perros y gatos. Pero es real. No sólo porque podemos vernos a nosotros mismos en ellos. No solo porque es un canto a la lealtad, la cooperación y la resiliencia. Sino porque además nos muestra el desatino de la humanidad en su relación con la naturaleza y nos ofrece un cambio radical de paradigma.