Tengo la cabeza loca, me van ustedes a perdonar. Y las carnes abiertas. No me gusta dar la lata con moralina, ni tampoco subirme a púlpitos improvisados para sermones, por pereza y porque, no nos engañemos, ¿quién me va a echar cuenta? Aunque me considero avanzada, moderna, abierta y tolerante, me voy pareciendo peligrosamente a mi madre, más para bien que para mal, todo hay que decirlo. Pero la cuestión es que a las madres de antes les daba miedo todo y a las de ahora también, aunque mola disimularlo y mostrar cierta despreocupación aunque se nos salgan los ojos de las cuencas cuando perdemos de vista al niño en la playa.
Ahora van a ver por donde voy y dónde está la raíz de mi agobio creciente: dispositivos y las aplicaciones. Sí. El progreso, el mismo que tiene su lado bueno, sus muchas maravillas y beneficios. Se supone que los nativos digitales nos dan mil vueltas, y que para nuestros hijos estamos atontados perdidos y desorientados en un mar desconocido de influencers planos, youtubers vacíos y tiktokers aparentemente inofensivos, pero letales, como el imbécil de Naim Darrechi que va por ahí dejando sus espermatozoides de gentileza dentro de las almas cándidas a cuyas madres no les da miedo de nada, o sí, pero mola disimular que su hija adolescente se sabe cuidar sola (claro, de ahí el uso indiscriminado de la píldora postcoital como si fueran sugus, sólo hay que documentarse un poquito).
Que es estéril, les dice el prenda, y que estén tranquilas. Maravilloso. Y no me sorprenden estas noticias para nada, es lo más triste del asunto, porque tenemos las mamás y papás en estos tiempos un trabajo intenso por delante, más bien una batalla complicada que librar. Más que brecha generacional sería correcto hablar de socavón por el que nos precipitamos sin control y no hay retorno. Lo comenté en el artículo anterior: somos los progenitores muy culpables de la idiotización de los retoños en edad de merecer que visto lo visto, no se merecen nada. No digo que haya que tirar móviles y tablets por las ventanas, como Carmen Maura hizo con el contestador automático en Mujeres al borde de un ataque de nervios, pero en algo fallamos.
Hay que planteárselo de manera seria y revisar qué es lo que siguen y admiran nuestros vástagos en cualquier app, y qué modelos siguen para hacernos una idea de a qué nos enfrentamos. Y reflexionar también sobre qué modelos ofrecemos nosotros y qué ejemplo damos en nuestro modo de vida. Lo de menos es que un tonto del haba como el eyaculador feroz se vanaglorie de sus hazañas (desconoce el muy lerdo que se trata de un delito de abuso sexual el no usar condón sin consentimiento de la pareja). El todo vale y la falta radical de una correcta orientación nos convierte en una sociedad más desvalida, con los cimientos de fango. Y en el fango nos hundimos. No sé ustedes, pero yo tengo las carnes abiertas.