Acabo de llegar de tu despedida. Como en tu vida, tu adiós estaba repleto de gente. Esa gente a la que tanto ayudaste, entre ellas quien te escribe estas líneas. Estoy convencida que desde hoy un nuevo ángel nos mima desde el cielo como tú hacías con nosotros en la tierra. No tengo palabras para agradecerte todo lo que hiciste por mi hijo y por mí. Te conocí en el año 1993 y desde aquel día fuiste mi ángel de la guarda. Me enseñaste a salir hacia delante, a tener fe en la vida y a luchar por todo lo que merecía la pena.
Has sido una gran mujer, una gran madre, una gran amiga siempre entregando tu vida por los demás sin pedir nada a cambio, porque nada material querías para ti sino para entregarlo a los demás. Aún recuerdo la escena de una mañana de Reyes, cuando llegaste a mi casa con los juguetes de mi hijo bajo el brazo, cuando ya habíamos perdido la ilusión de recibir nada en la mañana del 6 de enero. Allí estabas como siempre. En mis momentos difíciles siempre estabas tú, para llorar encima de tu hombro, y a cambio me devolvías unas bonitas palabras y una sonrisa que nunca olvidaré.
Me he quedado con la pena de no saber antes de tu enfermedad. Hubiese dado todo por estar junto a ti para cuidarte. Hoy públicamente te vuelvo a agradecer lo que has representado y representarás en mi vida. Por segunda vez, ya lo hice en una cadena de televisión nacional en 2003 para darte mi agradecimiento, hoy digo en voz alta de nuevo cuanto amor y cariño tuve hacia ti y cuanta paz me devolviste. Nunca te olvidaré mi querida Sor Agustina. Espero volver a encontrarme contigo, allá donde estemos.
Carta al director de Inmaculada González Barrios.