Cada vez somos más conscientes y aceptamos que estamos en una época de dificultades económicas en la que las administraciones, en numerosas ocasiones dejan de ser meramente públicas para, “actuando como un ente privado”, lograr financiación. Esto hace que nos cueste mucho diferenciar donde esta esa delgada línea entre lo público y lo privado.
El pasado viernes 29 aparecieron en la calle Pizarro, en el jerezano barrio de La Plata, una serie de carteles que impedían aparcar desde las 13 horas hasta las 1 de la madrugada. A estos carteles se les acompañó con cordones de la policía local para impedir el estacionamiento. Sobre las 13 horas la grúa municipal comenzó a retirar los vehículos que por una cosa u otra aún permanecían en la calzada. Muchos de ellos no eran conscientes de la prohibición que apareció en la calle apenas un día antes.
Hasta ahí podía ser una situación normal en nuestra ciudad, dada en muchas ocasiones a cortes similares por arreglos de la calzada, poda de árboles, etc. Cosas que son habituales y beneficiosas para todos.
En el caso que nos ocupa, la cosa no terminó ahí. Cuando comenzó a anochecer, ante el asombro del centenar de vecinos que tuvieron que hacer malabarismos para buscar aparcamiento en una zona ya bastante sobrecargada de vehículos. La policía local comenzó a permitir el aparcamiento a una serie de vehículos que portaban autorización. He aquí donde se traspasa la delgada línea entre lo público y lo privado.
Todos ellos asistían a un evento exclusivo de carácter mercantil y privado en los jardines de la Atalaya. Esta vez se usó la entrada de la calle Pizarro, donde un guarda jurado y personal de la organización controlaban el acceso a las instalaciones. Al parecer, estas instalaciones del Ayuntamiento se alquilaron para un evento privado relacionado con el mundial de motociclismo… Ante esto, chapó. Dinero para las arcas municipales y repercusión mediática de nuestra ciudad, que falta nos hace. ¿Pero cómo motivamos y explicamos a un ciudadano que vive en la zona que se le prohíba aparcar allí, para ceder y reservar ese espacio o aparcamiento público para otras personas?
Son normales las situaciones de privatización de lo público, en los palcos de Semana Santa; cesiones de un terreno municipal para un circo. O a quién no se le viene a la cabeza los archiconocidos veladores de establecimientos que ocupan parte de la vía pública. Nadie te impide sentarte y disfrutar de un buen aperitivo en ellos, de disfrutar de dicho circo o de ver las procesiones. Son concesiones que reportan beneficios, pero que no te impiden del todo disfrutarlas, aunque eso sí, necesitas pagar.
Considero positivo llamar a un estadio o pabellón deportivo público con el nombre de una marca, si con ello mediante su patrocinio, esta reduce el gasto que la administracion tiene que afrontar para mantenerla... Ojalá pasara en nuestro circuito… Una publicidad en un autobús público, o ceder una instalación pública en alquiler para un evento. Todo lo que sean ingresos para las arcas públicas, es positivo y bienvenido.
¿Pero qué ocurre cuando esa cesión perjudica o va en contra del disfrute de lo público? ¿Es ético y justo que se pierdan derechos ante lo público a favor de otros por el hecho de privatizarlo y que esto se haga con la ayuda de medios municipales?
Incluso en la Feria del Caballo se permite el acceso a la avenida Alvaro Domecq a los residentes. ¿Aquí no había otra alternativa? ¿Acaso entraba en el alquiler de las instalaciones el usufructo de las calles aledañas? Si es así, ¿quién y dónde se aprobó eso? ¿A quién se le consultó?
Tenemos la obligación de estudiar y analizar la ciudad para dar respuestas adecuadas a las necesidades comunes. El diálogo y el saber escuchar es la única manera de hacer política participativa. Todos los jerezanos somos conscientes que la ciudad necesita dar cobijo a todos los que nos visitan. Pero no olvidemos una cosa, nuestra ciudad es de quienes habitamos y pagamos impuestos en ella. Hay que recordar que, en este caso, y en todos… los ciudadanos tienen voz y voto… no son brazos de madera…