La testosterona volvió a ganar la batalla. Fue el sábado pasado y aunque tenga poco de infrecuente, algunas cosas siguen llamando la atención. En determinados círculos, los testículos imperan. Así es la cosa. Tiene treinta y tantos, esposa rubia y dos hijos, como mandan los cánones. Educado en los Maristas y en la Rey Juan Carlos, con su carrera de Derecho y el mismo Máster que enterró a Cifuentes. Eso sí, él parece más honesto: hizo cuatro trabajitos y se apresuró a mostrarlos para dar explicaciones poco convincentes.
Los presentadores de La 13 todavía se regocijan de lo bien que dio su bonita cara. Se parece demasiado a Rivera, o Rivera a él, pero eso lejos de ser un inconveniente lo ha elevado a los altares. Él es el mesías de la gaviota, el emblema de las nuevas generaciones, el símbolo de la regeneración. Al líder más moderno entre los rancios solo le fallan las ideas matrices, el partido que deberá reordenar y la franqueza curricular. La planta sí que acompaña.
Rajoy siempre será su presidente, eso dice. La pleitesía desde luego sí que la controla, o la táctica del peloteo, que es lo mismo pero sin eufemismos. Trepar en política implica una capacidad sustancial de halago e hipocresía que no está al alcance de todos los perfiles. Él lo maneja todo bien, tiene el atractivo suficiente para que la cámara lo quiera y ha aprendido cómo entonar frases hechas con la cadencia pepera estándar.
Se inspira en Aznar y en su Mariano, con todo el terror que ello pueda infundir. Y será presidente algún día, uno que no se antoja muy lejano. Salió hace poco de entre la nada palentina y lo pusieron a hablar con los medios. Rejuvenecía la imagen de una formación carca y encorsetada. No es que aportara otras miras pero sí otra edad. Él es joven y hombre, él es todo lo que el país necesita. Él no se pregunta qué puede hacer por nosotros porque ya lo sabe: esa asignatura de posgrado se la convalidaron en la Rey Juan Carlos.
Para que ganara él, tenía que perder ella. Ella no tenía primera dama que subiera a besarla al escenario. Cuenta con un marido pero eso luce diferente, no hay color. Además de tener familia —complemento casi obligado en esto del poder—, posee más experiencia, mejor trayectoria y mayor currículum, pero poco ha importado. Él, el nuevo y jovial líder espiritual de la derecha, contaba con una baza a su favor imposible de batir: su corbata, su señora y su nuez en el cuello, colocadas estas en el mismo orden de importancia para los compromisarios.
Esta triada cuasi mágica suele tener una efectividad comprobada del 99 por ciento. No hay ovarios que puedan con eso en el ala conservadora. Pasados los tiempos del cuaderno azul y la dedocracia de don José María, los populares han demostrado que existen otras fórmulas que permiten dejarlo todo bien atado; como manda la tradición y la foto de familia. El balcón de Génova sigue sin tener hueco para un macho consorte y el chico de moda, el nuevo presidente, ha decidido aprovecharlo.