No se trata solo de escribir por escribir, sino de reflexionar y pensar en común. Porque es el pensamiento colectivo el que nos mejora como personas y como sociedad. Somos seres sociales; no existiríamos sin los demás. Lo común sobre lo individual es la clave del progreso y la estabilidad. Lo contrario es el egoísmo, la desigualdad, la pobreza y la muerte. Prueba de ello son las décadas de capitalismo que hemos vivido, donde lo individual prevalece sobre lo colectivo: el seguro privado sobre la seguridad social, la escuela privada sobre la pública, los ricos sobre los pobres, el egoísmo por encima de la equidad y la reciprocidad. Con el individualismo, ni siquiera el individualista se salva. Como dice un antiguo refrán: "Pan para hoy, hambre para mañana".
Tal vez sea algo simplista, sí, pero he estado pensando mucho en el lenguaje verbal y su importancia. No solo nos sirve para comunicarnos y entendernos, sino también para construir la realidad. Aquí es donde reside su gran trampa, o quizás su mayor mérito: no creamos una realidad objetiva, sino nuestra propia realidad, que a menudo se distancia de la verdadera.
Nuestro cerebro está lleno de marcos mentales de los cuales no somos plenamente conscientes. Estos marcos nos permiten creer que somos quienes decimos ser y rechazar cualquier idea que no se ajuste a ellos. Así, cuando escuchamos un mensaje que resuena con nuestros marcos, reaccionamos favorablemente. En cambio, aquellos que no se alinean con nuestra estructura mental entran y salen sin que les prestemos atención.
Nombrar es crucial. El feminismo sostiene que lo que no se nombra no existe. Conozco a una persona que no existe porque nadie la nombró formalmente.
Dios, en su creación, lo primero que hizo fue poner nombre a las cosas: Adán para el hombre, Eva para la mujer, y al árbol de la sabiduría, lo llamo del bien y del mal. Somos lo que nos decimos y cómo nos nombramos. Nos definimos como judíos, católicos, musulmanes, vegetarianos o ateos. No importa si practicamos el rito de la religión, si de vez en cuando comemos algo de carne, o si rezamos un padre nuestro en momentos difíciles.
En política sucede igual. No hace muchos años, las encuestas decían que la mayoría de los españoles se identificaban con la izquierda o el centro izquierda porque socialmente no estaba bien visto ser de derechas, el franquismo y el nazismo seguían muy presentes. Sin embargo, nuestros comportamientos como sociedad y las convocatorias electorales decían lo opuesto. Ahora es diferente porque muchos de los miedos de entonces han desaparecido, y se puede ser de derechas, sobre todo para no ser inmigrante, homosexual, gitano, trans o pobre.
Si buscamos dos características que vinculen a las personas con las ideologías de izquierda y derecha, podemos decir que el egoísmo es intrínseco al pensamiento conservador, de derechas, y la solidaridad, al de izquierda.
Por eso, si aplicamos esta máxima a la realidad social, descubrimos grandes mentiras, especialmente en la izquierda, la derecha no tiene moral. En mi barrio, un barrio humilde, hay pobres de ultraderecha, que no quieren llamarse pobres y piensan que ser de derecha les ayudará.
Todo esto me lleva a la conclusión de que una parte relevante de la izquierda es de derecha. Un ejemplo es el partido socialista, principal fuerza política de la izquierda, que practica políticas muy de derechas. Pero también muchos a la izquierda de esa izquierda.
El machismo no puede ser de izquierda porque es egoísta, y, por tanto, los hombres machistas, por mucho que acudan a manifestaciones contra el genocidio de Israel en Palestina, y se llamen de izquierda, son de derecha. Uno no es como se dice, sino como es. Entonces, podemos preguntarnos: ¿es realmente la izquierda de izquierda, o es de derechas?
El egoísmo es un acto de soberbia, poder y defensa de privilegios. El mundo del poder está dominado por hombres egoístas. Las cúpulas de los partidos son masculinas. ¿Puede ser de izquierda un egoísta? Alguien que antepone sus intereses a los de los demás, lo individual a lo colectivo. La respuesta es no. Por eso el liberalismo nunca podrá ser ni democrático ni progresista.
Entonces, esos hombres que se llaman de izquierda, feministas, favorables a la igualdad, ecologistas, solidarios, si no son capaces de renunciar a sus privilegios masculinos, de dar un paso atrás para que una mujer ocupe su lugar, de callar para que sean ellas las que hablen, de asumir las tareas del hogar y los cuidados como una responsabilidad propia y no como una colaboración, de abandonar el ejercicio no ya de la violencia física, sino de la psicológica, simbólica y política, ¿son de izquierda, son machistas? Todo esto es bastante confuso, verdad, quizás nos haga falta algo de coherencia y cordura ¿verdad?