Hace unos días vi una película basada en los estudios de la neuropsiquiatra y terapeuta norteamericana Louann Brizendine, profesora de la Universidad de California, que recomiendo. Su título es el mismo que el del artículo que escribo. Esta científica exploró el cerebro a una serie de individuos por medio del scanner aplicando la tecnología de la resonancia magnética. Estas personas estuvieron expuestas a diferentes estímulos y, en función de la parte del cerebro que se activaba, la docente sacó sus conclusiones que están recogidas en dos libros: The Female Brain y The Male Brain.
En su exposición, la terapeuta deducía que hombres y mujeres son iguales en coeficientes de inteligencia, pero diferentes a la hora de responder a los elementos externos. Para la doctora estas disimilitudes otorgan ciertas ventajas en los comportamientos femeninos. La principal es la mayor capacidad empática de las mujeres por tener más neuronas espejos, que son las responsables de interpretar las emociones y participar y comprender afectivamente el sentimiento del otro.
Además, el hipocampo de las féminas, que es donde se graban y se archivan las emociones, es mayor que el de los varones. Por eso, los hombres tienden a olvidarse de las conmociones afectivas que le han ocurrido a lo largo de su vida, y, en cambio, las mujeres las recuerdan con más facilidad, como si hubiesen sucedido recientemente, y son propensas a fijar esos recuerdos en su memoria. Parte de esa hipotética superioridad de la inteligencia emocional de las mujeres se debe a que están dominadas por las hormonas del estrógeno, frente a la testosterona de los hombres. Ese sometimiento del estrógeno también tiene sus desventajas, pues sus fluctuaciones constantes en el organismo provocan la variabilidad del comportamiento y cambios de conductas.
Otra de las tesis de esa investigadora es que el área del cerebro de las mujeres donde se reconocen los errores propios y los defectos es más grande que la de los hombres. Por ello, justifica la doctora, que las mujeres son más conscientes de sus equivocaciones, procuran exigirse más que los hombres y son más perfeccionistas. Aún así, en algunos casos, eso les puede provocar una falta de seguridad y de autoconfianza. Aunque llevada al extremo, esa ventaja se puede transformar en defecto, ya que un exceso de hipervigilancia de la propia conducta puede acarrear la neurosis.
Del mismo modo, las mujeres en situaciones de estrés, donde los niveles de la hormona del cortisol aumentan y se tiende a reaccionar violentamente, a diferencia de los hombres, pueden controlar esa alteración y aplacarla mediante la estrategia de organizar cosas, lo que le conduce a una sensación de tener toda la situación bajo control. Así, un comportamiento frecuente de las mujeres en situaciones de tensión es ponerse a ordenar y planificar, mientras que el hombre reacciona más impulsivamente y es más desorganizado.
Igualmente, en ese estudio, se consideran a las mujeres más sensibles ante las amenazas, debido a que sus amígdalas se activan más fácilmente que la de los hombres. Por ello, como estrategia de defensa a su supuesta vulnerabilidad, las mujeres fomentan los lazos sociales y desarrollan más su cognición social. Y esas relaciones le gratifican produciendo en su cuerpo dopamina.
En definitiva, para realizar una evaluación correcta de la perspectiva de género se debería tener en cuenta lo que dice la ciencia y analizar en su justa medida las carencias y las ventajas de los dos sexos, y no basarse solo en la intuición, ni estigmatizar a nadie por no reaccionar de la misma manera. Ni las mujeres son superiores a los hombres, ni al revés. Somos iguales, pero a la vez somos diferentes, al responder de distinta forma ante situaciones similares. En síntesis, somos las dos caras complementarias de una misma especie: la humana.