La ley del Talión, del ojo por ojo, no parece superada en muchas partes del mundo, entre ellas en Irán, donde las ejecuciones a menores de edad son práctica habitual. Aunque los motivos de los supuestos que expongo sean por comisión de asesinatos, nunca estará justificado segar esas vidas. Hace unos días se ha ajusticiado a Zeinab Sekaaanvand, una chica de 17 años, que acuchilló a su marido hasta provocar su fallecimiento. Aplicar la pena de muerte, matar al que ha matado, lo único que consigue es que el dolor y el odio se extiendan, en vez de sofocar el desconsuelo y buscar un camino de reconciliación y de arrepentimiento. Además, esa norma pretende infligir a la persona que ha cometido un daño el mismo perjuicio que ella ha perpetrado.
En este caso, Zeinab había sido maltratada previamente por su esposo de forma reiterada, sin que el sistema hubiese dado respuesta al sufrimiento de esa mujer, por lo que, sin justificarlo, esa mujer solo encontró una salida: eliminar a su cónyuge. Ella reiteradamente denunció a la policía las palizas que recibía, pero nunca fueron atendidas sus reclamaciones. Encima, pidió el divorcio, pero su marido no se lo quiso conceder. Para más inri, padeció repetidas violaciones por parte de su cuñado. La indefensa chica pasó por un verdadero infierno, por lo que no es extraño que perdiera la cabeza y se obsesionara con asesinar. En esta situación, la mujer también fue víctima y nadie le ha compensado su sufrimiento.
En cambio, los jueces no han tenido la más mínima misericordia con ella y no le han querido conmutar la pena capital, no ya con la aplicación de una eximente, sino con cualquiera atenuante, y sentenciarla a una pena menos grave. En ningún momento se han apiadado de ella, ni han tenido en consideración su minoría de edad, que sería causa justificada para atenuar la condena en cualquier país civilizado. Encima, la chica no tuvo asistencia letrada cuando confesó su crimen en comisaría e, incluso, manifestó que había sufrido torturas para sonsacarle ese testimonio.
No ha sido la única menor exterminada por la justicia en Irán en estos últimos años. Muchos de estos sucesos han seguido la misma pauta de conducta. Así, Fátima Salbehi también tenía 17 años cuando envenenó a su marido, como una forma de defensa contra los abusos de este. O el supuesto de Mahboubeh Mofidi, menor, que fue obligada a casarse a la temprana edad de 13 años y, atada a perpetuidad, no se le ocurrió otra cosa para librarse de alguien al que no quería que liquidarlo.
Irán es un país donde los derechos de las mujeres están pisoteados por aplicación del código penal islámico y en donde se violan sistemáticamente las leyes internacionales. Por muchas movilizaciones, demandas de Amnistía Internacional y acusaciones de la ONU de infringir los derechos humanos de los menores, el régimen no dulcifica su intolerancia. Pero las mujeres no es el único colectivo que sufre, también padecen el rechazo social los homosexuales. La sodomía está castigada de la misma forma, con la pena de muerte.
Algunas organizaciones políticas en España son muy permisivas con este régimen e intentan ocultar sus desmanes u obviarlos. De hecho, una gran parte de la prensa española apenas se ha hecho eco de estas ejecuciones, ni se ha constatado ninguna movilización importante contra estas tropelías, a pesar de que algunos medios presumen de su feminismo militante. ¿Qué intereses esconde todo esto? ¿Nos estamos acostumbrando a tanta barbaridad, aunque sea en un país lejano? ¿Por qué callamos ante los más intolerantes y, en cambio, con otros más tolerantes nos ensañamos?