Si era cierto que durante el franquismo el catalán fue marginado, dejándolo solo con un papel residual, ahora, lo que se intenta hacer en Cataluña es que ese rol marginal lo interprete el castellano. Parafraseando a Camille Sée, político francés que impulsó en Francia en 1.880 la enseñanza secundaria para niñas, “Dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”. Esta vez la historia se intenta reescribir en sentido contrario, sin aprender de los errores pasados.
Muestra de ese encono contra nuestro idioma común es la entrevista que en TV3 se produjo hace unos días con el ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo. Este antiguo regidor del municipio colombiano estaba sentado junto con la alcaldesa de Barcelona y la presentadora de un programa de la televisión pública catalana. Esta última le hacía las preguntas en catalán y, ante la indicación del sudamericano de que no entendía las cuestiones en esa lengua, le vuelve a repreguntar en catalán, en vez de hacerlo en español. Ante ello, el hombre pidió auxilio a Ada Colau para que se las tradujera. Lo cual parecía delirante. Este ejemplo no es un hecho anecdótico, ni ha sido el único caso, viene ocurriendo desde hace tiempo. Muchos entrevistados españoles o iberoamericanos que desconocen el catalán, son tratados con esa misma descortesía en ese medio. Es tan manifiesto el odio contra todo lo que represente el castellano en la TV3, que indigna a la mayoría de los españoles que pagamos sus emisiones con nuestros impuestos. Algunos de estos ciudadanos llegan a pensar que se debería cortar la financiación pública a TV3 hasta que no cambie de actitud. Incluso más de uno, conscientes del sesgo ideológico de ese medio público, aunque con una postura más radical, les gustaría que fuese intervenida por el Estado y se lamentan de no haberse hecho eso mismo, en su momento, con la aplicación del 155.
Lo curioso del caso es que, si ese alcalde hubiese sido francés o inglés, le hubiesen hablado naturalmente en su propio idioma, quizás poniendo en las imágenes subtítulos en catalán o traduciéndolo con una voz en off o superpuesta, pero con el castellano no se tiene el más mínimo respeto, a pesar de ser una de las lenguas oficiales de Cataluña y una de las más hablados del mundo. Según el artículo 3 de la Constitución “El castellano es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tiene el deber de conocerla y el derecho a usarla”. Luego la presentadora, que tiene todo su derecho a hablar en catalán, debía conocer perfectamente el idioma de Cervantes, pero no le dio la gana usarlo, dificultando la comunicación entre las partes, algo que no es de recibo a un profesional del periodismo. Además, emplear el castellano enriquece, de igual manera que usar los otros idiomas de las comunidades autónomas.
Glosando a Herbert Marcuse, el famoso filósofo de la escuela de Frankfurt: ¿Se puede realmente diferenciar entre los medios de comunicación de masas como instrumentos de información y diversión, y como medio de manipulación y adoctrinamiento?
Con estas actitudes, TV3 disipa las dudas de los que pensábamos que ese era probablemente un medio de manipulación y adoctrinamiento al servicio de una catalanización absoluta, excluyente y discriminatoria, que propicia la desconexión territorial no solamente idiomática, que es en cierta medida mucho más grave, pero al revés, por no ser excluyente, de lo que el ex ministro José Ignacio Wert quería con su propuesta de españolizar Cataluña que consistía en no arrinconar al castellano y darle peso y defender valores comunes de convivencia .
Ante estas vejaciones a los ciudadanos de habla castellana el Gobierno no hace nada. El Estado para eso ni está ni aparece. ¿Merece la pena apoyarse en independentistas, a cambio de que se fomente la marginación de todo lo que une y argamasa a los españoles en ese rincón de nuestro país? ¿Habrá que pagar y aceptar, aún, un mayor precio por esos apoyos? ¿Nos lamentaremos, en un futuro, por ello, cuando ya sea demasiado tarde?