Mi taxi se detiene ante un paso de cebra: la ocasión es, en realidad, extraordinaria. Un hombre ya grande, con una edad que le avanza, está cruzando la calle. Tira de una bicicleta que tira de una cuerda; la cuerda tira de un cartón sobre el que viaja un televisor de los de tubo catódico. Se trata de transportar el aparato sin que se estropee: de ahí haber prevenido la colocación del cartón. Cartones que empiezan a escasear en unas calles de tiendas vacías, de quioscos vacíos, de supermercados vacíos. Sin árboles de navidad en las veredas ni vendedores de papel de regalo junto a la boca del Subte.
En el carril de en medio, una camioneta avanza y choca contra el auto que va delante. Ninguno toca su bocina ni detiene su auto para bajar y ver lo ocurrido. El choque es suave, pero es un choque. El morro de la camioneta está completamente roto, de choques anteriores. El conductor del auto ignora el choque como si no se hubiera producido. El semáforo se pone en rojo, el auto pasa y la camioneta se queda detenida.
Llego. Nos abrazamos con mis amigos. Me ducho, pongo el lavarropa. Salgo a la calle y me envuelve un silencio que en raras ocasiones percibí en esta ciudad. Camino varias cuadras, bastantes. En Corrientes escucho pájaros entre el verde follaje de los árboles. En mi caminar desciendo al Subte. Los trenes entran despacio y casi sin ruido. Hay poca gente en los andenes. Hay poca gente en los vagones.
Esta calle pudiera cambiar de nombre, conjetura uno de mis amigos. La calle está silenciosa y grabo incluso un audio ante mi extrañeza. No han subido el café desde finales de octubre. Camino al supermercado. El jugo de naranja cuesta exactamente el doble. Los precios que recuerdo rondan ese doble o lo superan. Una tienda, una rotisería, adonde van todos los oficinistas del barrio, de lunes a viernes, vende sus sanguchitos a casi el doble más. Uno de mis cafés preferidos ha doblado los precios literalmente, y ha reducido las raciones en un tercio, empezando por el tamaño del plato.
Por las calles casi no se ven personas que habitan las calles. Casi no se ven recicladores. Casi no se ven oficinistas o empleados acarreando su cesta de navidad hasta su casa. Paso por delante de una pizzería donde siempre hay un puesto de flores en la calle. La vendedora le dice a un señor que “la gente no quiere comprar”. Una mujer le hablaba a otra en un café sobre las calles vacías, “¡en navidades!, lo nunca visto”. La otra mujer le decía que la gente habrá salido de vacaciones. El martes se anunciaron las medidas de ajuste del nuevo Gobierno.
Un tornado, ayer, destruyó la ciudad de Bahía Blanca. Un tornado que siguió su rumbo, durante la noche, hasta la capital. Hubo trece personas muertas. Esta mañana de domingo lluvioso, el presidente de la Nación fue a votar a las elecciones para la nueva directiva del Club Atlético Boca Juniors y luego fue a Bahía Blanca. La provincia de Buenos Aires tiene enormes problemas de abastecimiento de electricidad y todo el norte argentino está sin luz ni agua, porque no hay luz. El presidente sufrió abucheos y rechazo por parte de grupos de hinchas. Las elecciones terminaron a las seis de la tarde y las ganó Riquelme frente a Mauricio Macri por una diferencia abultadísima. Mauricio Macri es el socio informal de Gobierno del nuevo presidente. La elección de Juan Román Riquelme como presidente del Boca se antoja a algunos como el segundo balotaje simbólico, tardío e incelebrable de las elecciones presidenciales argentinas.
El precio del asado del domingo y otras fiestas alcanzó ya tal elevación que para muchísimas personas resulta inalcanzable. Leer a Scalabrini Ortiz me llevó a pensar en los colonos británicos de 1773 y la Compañía Británica de las Indias Orientales.