Ciudad y progreso

Artista visual y gestora cultural.

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Observo que la cultura en Jerez es tradición, una serie de acontecimientos que rigurosamente se cumplen cada año con el regocijo de la mayoría de la población. Una cultura del ritual, del simbolismo reiterativo, bello y anestésico de las mentes creativas, que sin obviar la belleza de lo que acontece, abole sistemáticamente estas capacidades como motor de cambio. Seríamos lo contrario a lo que el sociólogo y filósofo Zigmunt Bauman definió como “cultura líquida moderna... la cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido". No olvidamos, no cambiamos, somos renovadores de sentimientos perennes, que emanan cada año con una enorme fuerza, siendo el esqueleto de nuestro calendario emocional. Nuestras administraciones públicas acompañan a este calendario emocional, construido desde una jerarquía aceptada, donde cada uno cumple su papel y es ofrecido al visitante como lo mejor y más grande que poseemos.

Realmente tiene su mérito, pasar los años y no ser capaces de compensar tal apego a la tradición, con un cierto avance en la creación de nuevos espacios culturales, donde encaminar los potenciales más creativos, innovadores y transformadores. Toda esta canalización ha de venir de la gestión pública, arriesgando y desarrollando un discurso alejado de lo convencional y rutinario.

Los discursos no se renuevan, los espacios no sorprenden en sus contenidos; sí hay un enorme potencial en las propuestas privadas, cuyo objetivo puede o no estar basado en la calidad, pero sí en la rentabilidad. Rentabilidad, que en público, va unido no solo a aspectos monetarios, sino educativos, en el desarrollo de mentes críticas que puedan romper la inercia de las políticas culturales de nuestra ciudad. Preguntarnos y ser contestados desde la documentación de los hechos, no desde el conformismo de discursos afectados por el bloqueo de una mal entendida tradición.

Controlar el discurso para mantener parcelas de poder, no puede ser el objetivo de tales políticas. Sin parecer radical y a modo de símil, dejemos la cicuta que mató al maestro, para erradicar la ignorancia y avancemos hacia el futuro de una ciudad abierta a los cambios, al riesgo y al progreso.

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