A última hora y contra todo pronóstico, Inés Arrimadas ha dado su apoyo definitivo al gobierno de PSOE y Unidas Podemos para prorrogar el estado de alarma. La política jerezana ha justificado su decisión en base a unos acuerdos con el Ejecutivo para "adaptar los ERTE y las medidas de apoyo a autónomos y pymes más allá del estado de alarma" y "consensuar una salida ordenada" con el Gobierno, al que emplaza a una reunión semanal con Ciudadanos.
Las reacciones han sido inmediatas y un terremoto se ha desatado en la formación naranja. Uno de sus fundadores, Juan Carlos Girauta, comunicaba por Twitter que abandonaba el barco. "No trabajamos tanto para construir una bisagra", decía al tiempo que confirmaba su baja como afiliado a quien ha acompañado otros pesos pesados como Carina Mejías. Sin embargo, no justifican su rechazo a la decisión de la Ejecutiva de Cs, que hay que reconocer, ha asumido un riesgo político considerable anteponiendo los intereses sociales y económicos a los partidistas. Ante tal circunstancia, toca preguntarse: ¿Para qué había trabajado tanto Girauta?
Los vaivenes políticos de la formación naranja no son algo nuevo. El partido que impulsó Arcadi Espada en Cataluña hace ya casi década y media pasó de buscar un nuevo liberalismo centralista —que no centrista— a defender algunas tesis socioliberales, imitando a una UPyD con representación parlamentaria que entonces les rechazó. Bajo el liderazgo de Albert Rivera, Ciudadanos —y ya no Ciutadans— cabalgó de la alianza con la coalición euroescéptica Libertas en 2009 a buscar un Gobierno con el primer PSOE de Pedro Sánchez tras su salto de gigante en las generales de 2015. En aquel momento decía ser el representante de una nueva política europeísta y centrista que venía para quedarse, anteponiéndose a Podemos. El desenlace fatal del pacto con los socialistas llevó a Naranjito a recular. La deriva del conflicto catalán, totalmente enquilosado desde el 1 de octubre de 2017 no hizo sino acrecentar su giro hacia la derecha en virtud del anti independentismo que le vio nacer. Sus medidas económicas, de corte neoliberal, incluso quedaron en un segundo plano discursivo. ¿A quién le importa, rojigualda mediante?
Ciudadanos cayó en su propia trampa. Se trataba de un caramelo envenenado. En abril de 2019, a costa principalmente del PP, se quedaron a poco de quedar el ansiado objetivo de liderar el plano de la derecha política, relegada, eso sí, a la oposición. El desarrollo de los meses posteriores y la amortización de los apoyos electorales que obtuvo Vox en esos mismos comicios, le precipitó al vacío. ¿Quién iba a ganar a españolidad a aquellos que como si a Santiago Matamoros se adscribieran evocaron primero la reconquista de Andalucía y luego de España? Las medidas sociales y económicas de Vox, mucho más neoliberales que las de Cs, fueron eclipsadas también por su discurso xenófobo, centralista y españolista. A Rivera le había salido un compañero de viaje incómodo, al que evitaba y rechazaba para no enfadar a sus socios liberales europeos. El batacazo fue enorme.
El político catalán decidió dejar la política inmediatamente después de haber perdido dos millones y medio de votos y 47 diputados, pasando a ser la quinta fuerza política, por detrás de la ultraderecha. Inés Arrimadas, que llegó a ganar las elecciones en Cataluña como candidata a la presidencia de la Generalitat, tomó el relevo. Ante el gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos, la formación naranja se resituó en el plano de la oposición, pero buscando un nuevo sitio tras haber sido desbancado el trono del españolismo más casposo y rancio.
El coronavirus les ha pillado por sorpresa. Ahora, inmersos en una crisis interna que no frena ni siquiera la presencia en varios gobiernos autónomicos y municipales, como la Junta de Andalucía o la alcaldía de Granada, vuelven a mostrar un sentido de estado que parecían haber olvidado. Ahora que lo hacen, circunstancialmente y fiel a su estilo, con España, la bandera y la unidad nacional por delante, una legión —sí, legión— de simpatizantes y compañeros de viaje les acusan de traidores y vendidos al populismo, al chavismo y al bolchevismo —seguro que hay más, es cuestión de buscar—. Ahora que Inés Arrimadas aprovecha para salvar a todos los españoles del peligro que supone tanto para la economía como para la sociedad no llevar a cabo una desescalada progresiva, los fantasmas se le aparecen por la derecha a los naranjas, acusados de ser pomelos: "Naranjas por fuera, rojos por dentro".
Cualquiera con un poco de sentido común —cómo lo añoramos, Albert— sabe que Ciudadanos de rojo, nada. "Recorriendo España yo no veo rojos y azules, veo españoles", dijo el politico catalán hace dos años, cuando se llevó a cabo la moción de censura contra Mariano Rajoy. "Entre exhumados y exhumadores existe el centro político", comentó poco antes de dejar la política. El propio embrollo de Ciudadanos demuestra que ese "centro político" al que Rivera citaba no existe y que, pese a todo, las dos Españas están más vivas que nunca. Sus viejos amigos dixit.