En estos días se ha venido celebrando la Semana Europea de la Movilidad, una iniciativa que se planteó por primera vez en 2002 con el objetivo de concienciar a la ciudadanía en la tarea de mejorar la calidad de vida de las ciudades y plantear la necesidad de reducir el número de coches. Si en aquellos años el cambio en el modelo de movilidad urbana se vislumbraba como necesario, años después este cambio es imprescindible. Un modelo de ciudad sostenible y donde las personas son la prioridad se impone como única solución posible al despropósito de ciudades en las que los coches han acabado comiéndonos el terreno.
Cuando se aborda la planificación urbanística de una ciudad debe pensarse en todos. También en los niños y no me refiero a dotar a la ciudad de parques infantiles bien diseñados (¡bien diseñados!). Dicen los expertos que el foco hay que ponerlo precisamente en ellos y pensar que una ciudad sostenible, saludable e inclusiva es una ciudad amiga de la infancia. Estos mismos expertos defienden que a la hora de planificar y diseñar los espacios urbanos hay indicadores sólidos como la cantidad de tiempo que los niños pasan jugando en los espacios públicos, su capacidad para moverse de forma independiente o su nivel de contacto con la naturaleza para medir como está funcionando una ciudad. Los planificadores urbanos deberían tener más en cuenta estos indicadores y preguntarse cómo la ciudad puedesatisfacer mejor las necesidades tanto de los niños como de sus familiaspara un mejor diseño de calles, espacios abiertos y centros urbanos.
¿Pero es posible diseñar las ciudades pensando en los niños y llevar a cabo cambios reales que transformen la ciudad? Es posible y una realidad en ciudades como Pontevedra, uno de los ejemplos más conocidos y referente mundial entre las ciudades que vuelven su mirada a la infancia. La ciudad gallega se inspiró para su transformación en La ciudad de los niños, el modelo que desde hace años defiende Francesco Tonucci, pedagogo y mucho más, que aboga por recuperar el juego en la calle.
Leía el otro día que en Pontevedra los niños se han zampado a los coches, y es así, literal. Lo que convierte a Pontevedra en un caso especial es que el agente transformador detonante del cambio han sido los niños. En 1999 la ciudad gallega impulsó una importante reforma urbana que los convertía en protagonistas de la vida en las calles. Para ello se trazaron diferentes líneas de trabajo sobre movilidad, accesibilidad, cohesión social, dinamismo económico y respeto del medioambiente. Como medida principal apostar por la recuperación del espacio público para que se pudiera jugar en la calle, con la peatonalización de varias zonas del centro histórico. Una medida que ha llevado aparejada la vuelta de los niños a la calle en un espacio seguro y amigable.
Los datos están ahí, 20 años después lo que era una capital gris es una ciudad con 1,3 millones de metros cuadrados ganados para los peatones (es la ciudad de España con más espacio para los peatones), tránsito de vehículos reducido (de 80.000 vehículos diarios en los 90 a 7.000 por jornada en el centro) con la consiguiente reducción de la contaminación hasta niveles medioambientales recomendados por la OMS (reducción de las emisiones en más de un 60%), cero accidentes mortales por atropello y un comercio que se ha reactivado. Como dijo Tonucci al visitarla, Pontevedra hoy es una ciudad en la que “vale la pena tener niños”. Un “paraíso” como la definió The Guardian en septiembre del año pasado.
Las ciudades sostenibles y saludables que como Pontevedra se convierten en espacio de juego y experimentación, potencian el movimiento y combaten el sedentarismo en la infancia, permitiendo conocer la ciudad en un ambiente seguro y sin la amenaza de los coches. Un programa de caminos escolares bien diseñados también ha hecho posible que los niños vayan al colegio andando, con los consiguientes beneficios no sólo físicos sino también psicológicos. En estos tiempos de los llamados “padres taxi” y niños de la “generación del asiento de atrás” que llegan en coche hasta la puerta del colegio, facilitar el que lo hagan caminando o en transporte público (que tiene que funcionar de manera adecuada), les da autonomía, desarrolla sus habilidades sociales y les hace tener un mayor dominio de su entorno y del espacio urbano.
Pero resulta que no vivo en Pontevedra y que si miro a mi alrededor los kilómetros que separan Jerez de la ciudad gallega no son nada en comparación con la distancia a la que estamos como modelo de ciudad. Para conseguir cambios reales y efectivos como los que ya se han hecho en otras ciudades, hay que plantear qué modelo de ciudad queremos y desarrollar un plan integral con medidas en distintos frentes. Un modelo coherente en el que todos rememos en la misma dirección. No me vale una declaración de intenciones desde una delegación en la Semana de la Movilidad Europea promoviendo un modelo de ciudad más sostenible y saludable, invitándonos a pedalear y caminar, y que desde otra delegación se priorice al coche proponiendo el asfaltado en centro histórico como única solución viable al deterioro de un pavimento que es evidente debe ser arreglado con urgencia.
Sin entrar en consideraciones patrimoniales y en la falta de sensibilidad con el entorno (no menos importante, pero es que si hablo de adoquines no paro), no acabo de entender que se saque la alfombra roja al coche en forma de marea negra en lugar de aprovechar la oportunidad de arrancar un proyecto de transformación urbana que de verdad nos lleve a una ciudad sostenible y respetuosa. Y entiendo todavía menos que se intente justificar en términos medio ambientales como medida para combatir la contaminación acústica. ¿El asfalto y lo que conlleva es respetuoso con el medio ambiente?
Pienso una y otra vez en que pasará cuando en unos años se limiten las emisiones de gases, de verdad, con multas que es lo que aquí entendemos, como medida impuesta no preventiva, y tengamos hermosas calles asfaltadas para pasear. Lamentaremos entonces lo que pudo haber sido y no fue y aquella decisión que no supo ver más allá. Otras ciudades han entendido el mensaje, aquí vamos muy tarde, 20 años de ventaja nos llevaPontevedra. Y solo espero que cuando lleguen los cambios estemos preparados y seamos capaces de quejarnos menos y recordar que hubo un tiempo en que solo teníamos un coche por familia, al centro se venía andando o en autobús y el aparcamiento no era un problema porque el coche lo dejábamos en casa. Desde lo público deben ayudarnos en esta transición y ponernos las cosas más fáciles con medidas como la mejora del transporte público, un carril bici que invite a coger la bicicleta o aceras transitables para todos (sillas de ruedas y carritos de bebé también).
Quiero una ciudad respetada y respetuosa, donde la prioridad sea la escala humana porque eso es lo que genera realmente un impacto positivo en el entorno urbano. Un espacio público humanizado como dice Jan Gehl, sobre eso se fundamenta la ciudad sostenible, donde las personas importan, donde los niños también cuentan.
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