Para nosotros los jerezanos, cuando algo está claro, decimos “aro”, y si está muy claro, entonces decimos “aro aro”. Usamos esta expresión para resaltar un punto de vista compartido, equivaliendo a “te he escuchado y estoy de acuerdo”. Así, lo claro no es solamente lo que oímos y entendemos con claridad, sino también, sobre todo, lo que aceptamos. Valga esta reflexión para comprender qué quería decir en realidad Mariano Rajoy a Carles Puigdemont cuando le exigía claridad.
En efecto, cuando pedimos a alguien que hable con claridad, estamos significando no tanto una dificultad para entender como una dificultad para escuchar y aceptar un punto de vista ajeno. De ahí que, muchas veces, nuestro interlocutor aclare lo dicho simplemente repitiendo lo mismo, pero más alto, fingiendo creer que el problema de comunicación se debió a un fallo en la difusión del sonido.
Teniendo en cuenta que las palabras, cuando son demasiado claras, molestan y no interesan, deberíamos optar por hablar en voz baja cuando se trata de conseguir un acuerdo entre dos partes enfrentadas. Pues una palabra susurrada es clara en la medida en que aporta una mayor consciencia de nuestras oscuridades.