En la presentación que hice la semana pasada en Jaén del libro Memorial a Ellas. Que su rastro no se borre, una asistente me pidió mi opinión sobre el futuro del feminismo. "¿No te da miedo que vayamos para atrás?", me preguntó preocupada. Tardé en responder, ¿cómo negar que sí me intranquiliza? Tras unos segundos, en los que supongo que hice algunos análisis mentales de los que no fui muy consciente, le contesté que, a pesar de todo, yo era optimista.
Que aunque en el escenario político hubiera irrumpido una formación que aboga por la derogación de la Ley Integral contra la Violencia de Género, estaba convencida de que las mujeres de hoy —abuelas que sufrieron el machismo, madres que comenzaron a sacudírselo recién entrada la democracia, hijas que crecieron pensando que vivían en total igualdad y nietas que empiezan a darse cuenta de que esta es más formal que real— no se lo iban a poner fácil a los que desean volver al pasado y a la supremacía masculina.
A esos que alertan de la epidemia de denuncias falsas contra los hombres, cuando la Fiscalía insiste en que las denuncias en las que actuó de oficio y condenó apenas si alcanzan el 0,001% (lo que no significa que no haya más denuncias, algunas de las cuales son desestimadas por no haber pruebas suficientes contra el agresor, pero dudo mucho que sea una epidemia, a diferencia de la violencia de género que sí lo es, y eso que apenas si se cuenta en el 40% de los casos y se denuncia en el 10% según la propia ONU).
A los que no reconocen que 44 mujeres asesinadas por el hecho de ser serlo es un escándalo, por mucho que España sea uno de los países con menos asesinatos de este tipo gracias, precisamente, a una de las leyes más progresistas de Europa. A los que, sintiendo amenazado su predominio de macho, atacan a las feministas llamándolas feminazis psicópatas, piojosas de ultraizquierda o vividoras feministas radicales en lugar de hacer un ejercicio de empatía y redefinir su masculinidad —¡Ay, cuánto les convendría leer ‘El hombre que no deberíamos ser’ de Octavio Salazar!— y comprender que lo justo es compartir la construcción del mundo mano a mano con las mujeres, sus iguales.
Yo confío en que las nuevas generaciones, apoyadas por las que ya tenemos unos añitos, sigan luchando por la justicia. El reto es grande, y se está poniendo más difícil ahora que el postmachismo ha encontrado una vía oficial por la que desaguar la rabia y canalizar el miedo, y un altavoz a través del que vociferar todo lo políticamente incorrecto que circulaba por grupos de wasaps o en conversaciones de bares y oficinas. Lo veo en mi perfil de Facebook, que no creo que sea de un radicalismo chirriante…
Personas que antes no intervenían ahora lo hacen para decir que ya está bien de tanto feminismo, que la mujer que quiere salir de la espiral de violencia doméstica (se vuelve a hablar en estos términos) puede hacerlo si es fuerte, si tiene la cabeza sobre los hombros y ganas de salir del agujero; que hay muchos hombres víctimas de las mujeres (sé que los hay; yo he conocido un par de casos que me duelen como cualquier otra injusticia, pero tienen menos ocasión de dolerme, porque, afortunadamente, son muchos menos); que cada uno piensa como quiere y no tenemos por qué meternos en la libertad de cada cual para escoger su vida. ¿Se elige libremente ser víctima de violencia de género? En fin…
Al hilo de estos comentarios, se me caen un poco los ‘palos del sombrajo’, —soy historiadora y conozco los vaivenes de la historia que generan involución en derechos y libertades—, pero luego me repongo y pienso que estamos en otro estadio de evolución, que, como afirma el psiquiatra Juan Luis Linares: "La violencia de género ya no se tolera. Todo está cambiando, aunque sigue siendo un problema importantísimo", que las mujeres sabemos lo que queremos, y no es precisamente volver a estar sometidas; que hay muchos hombres dispuestos a pelear junto a nosotras porque están convencidos de que el feminismo es una ideología transversal que aspira a un mundo con mayor justicia para todos, hombres y mujeres.
No soy una optimista irredenta, abuela. Bien me conoces. Pero, sé que frente a las dificultades, las mujeres hacemos gala de una resistencia y una capacidad de lucha arrolladoras. Lo hemos hecho siempre. Por eso hemos sobrevivido. Somos corredoras de fondo. Y las corredoras de fondo, solo damos pasos atrás para coger impulso. Se lo debemos a Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro, Amalia Domingo Soler, Teresa Claramunt, Ángeles López de Ayala, Dolors Monserdà, Carmen Karr, Clara Campoamor, Victoria Kent, Marganita Nelken, Lidia Falcón, María Aurelia Capmany y tantas otras que, sin desfallecer, sortearon en el pasado obstáculos mucho mayores que los que el futuro nos pueda deparar.
Por ellas. Por nosotras. Por las que vendrán.