Dicen que el hambre agudiza el ingenio, lo que no se dice es que el exceso de alimentos lo adormece, la sangre se atasca en el estómago y no llega a donde tiene que llegar para que el genio que habita en el cerebro aparezca imponente. Antes faltos de ingenio que de pan, dirán algunos, que sabedores de que la gran ganadora del debate de ayer en TVE fue Teresa Rodríguez, hay quién teme más no contentar a quien toca que no contar las cosas que pasan, base de la profesión periodística. Temores ¡ah! cuantos temores, menos a los que realmente hay que temer, que es lo que precisamente alimentan. Como no hay manera de decir una verdad que deje mal la actuación de la candidata de Adelante Andalucía, el silencio apremia, dando protagonismo incluso a fuerzas que ayer ni participaron en el debate ni se les espera en el resultado final. Esto no va de contar las cosas, sino de defender las cosas del comer de algunos, muy cómodos con un gobierno del PSOE o del PP, con sus simpáticas muletillas, mientras ellos, con sus apariciones estelares, discuten con los mismos de siempre los mismos debates faltos de profundidad y seriedad que siempre, carnaza para las mañanas y las tardes, información que entretiene pero que ni por asomo señala las causas reales de los problemas de la gente.
Cuestión de poder, del cuarto poder, de cierto cuarto poder, que lo mismo te democratiza un régimen que te lo vampiriza, o te lo manipula, o te lo secuestra, o te lo blanquea, o te lo fascistiza (algunos llorarán cuando se vean suprimidos por esos a los que dan voz, voto y poder mediático). La colonialidad de Andalucía no solo no se discute, sino que se practica desde la televisión pública: cero periodistas o politólogos andaluces pudieron dar su perspectiva en la televisión de todos los demás españoles. Esa TVE que menciona diez veces menos a Andalucía que a Madrid, teniendo la primera dos millones más de habitantes. Televisión de todos, sí, pero más de unos que de otros. Un reflejo más de tantos (infrafinanciación, paro estructural, economía extractiva, emigración, inversión pública deficiente, deuda histórica por costumbre y un eterno etcétera) que nos sitúa en una doble periferia (de España y de Europa), en la que ni siquiera los 61 -en teoría- diputados andaluces elegidos para el congreso español son capaces de hacer que allí se hable de la eterna colonia, una vez más, con las cosas del comer no se juega, quien paga manda y vive en Madrid.
Los hachazos de realidad que ayer volaron por el plató, ruidosos como un elefante en una cacharrería e imposibles de ignorar como un oso en tu habitación, están en boca de cualquier discusión medio seria sobre economía en Andalucía: necesidad de industria que acabe con el paro estructural y con la economía extractiva que descarta a las personas mientras extrae los recursos naturales de sus pueblos, defensa de los derechos humanos, defensa del feminismo como eje de las políticas de igualdad, defensa de una educación y una sanidad 100% públicas y necesidad de unas inversiones en servicios públicos que garanticen la calidad de los mismos, necesidad de que la clase política asuma cierta austeridad renunciando a ayudas económicas que no necesitan, necesidad de que quienes más tienen paguen más impuestos evitando que la progresividad aparezca aquí como el mal chiste que es…Sin embargo lo que vimos fue 5 candidatos que ignoraban estos pildorazos de realidad, para dedicarse a hablar de gestión (como si el problema fuese solamente el cómo se gestiona y no el qué ni con qué fines, ni cuales son los condicionantes a los que se enfrenta la Comunidad) y un ejército de periodistas –algunos de aquí, otros de allá- que, lejos de señalar la importancia estratégica para el pueblo andaluz de estas propuestas, se limitan a comentar cualquier cosa sin peso real en el día a día de los andaluces.
Ayer vimos, en definitiva, dos Andalucías representadas en el debate:
- Una, la de siempre, defendida por todos menos por una, la de la Andalucía subalterna, dependiente, sumisa y callada, que obedece a partidos con sede en Madrid, que no cuestiona el status de Andalucía como un pueblo sometido a una economía colonial, donde las personas son poco más que un ejército de mano de obra barata que gran parte acabará siendo obligada a emigrar a otros territorios donde sí llegan inversiones de calado.
- La otra, la de Adelante Andalucía, irreverente, la del perro que muerde la mano, la de un pueblo jartico de ser la cenicienta, la de la Andalucía que madruga y que está harta que sus convenios no se cumplan, la que, harta de tópicos, quiere pan, trabajo, techo y respeto.
La siguiente ecuación pide a gritos despejar la x: los de “que viene la ultraderecha” ayer callaron mientras la candidata ultra soltaba sus pulmonías llenas de odio, solo contestadas por Teresa, a la que hoy los periodistas del progresismo español silencian para hablar de Olona. Dime de quién no hablan y te diré a quién temen realmente. No temen a la ultraderecha, con la que se sienten cómodos, con la que parecen tener asegurados sus minutos de gloria, azuzando un miedo que la izquierda españolista lejos de combatir, alimenta con sus políticas timoratas e incumplidoras de programas allá donde gobiernan. No temen tampoco a un PP andaluz previsible que sabe jugar las cartas adecuadas para heredar el cortijo construido por décadas de manejos del PSOE andaluz, ni tampoco a un partido al borde de la desaparición como C´s.Tampoco temen a un PSOE que ya conocemos de 40 años de cortijo, ni a su fiel muleta cuyo discurso carente de toda energía revolucionaria aparece como un triste epitafio de lo que viene siendo la izquierda española.
Temen a los movimientos soberanistas de las izquierdas de los pueblos, que son quienes realmente amenazan su tren de vida, quienes realmente plantean una alternativa diferente a todo lo visto hasta ahora el en Reino, quienes viven diariamente desde los lugares donde las personas reclaman derechos que les son propios, y sufren en sus carnes las consecuencias de no ser centro sino periferia. Temen a las únicas fuerzas que plantean una alternativa al régimen del 78 que cuestione la arquitectura misma del estado posfranquista: su monarquía, sus privilegios centralistas, sus ventajas fiscales, las multinacionales que dominan sus medios de información masiva. Temen, en definitiva, como parte integrante de un sistema cerrado, que un cambio político de calado les saque de la comodidad y la cotidianidad de las banalidades que tratan a diario en sus simulaciones de noticieros, temen a los pueblos que realmente tienen cosas que decir, porque lo que más temen no es el fascismo que entre todos se esmeran en legitimar, sino que otros jueguen con las cosas del comer.
Con las suyas, claro.
Comentarios