Con el corazón en un puño de colores

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No sé muy bien por dónde empezar a comentar, o más bien condenar, la masacre ocurrida en el local gay de Orlando que ha dejado 49 muertos y 53 heridos (por ahora). ¿Cómo expresar únicamente con palabras lo que se siente ante un crimen de tal magnitud y falta de sentido? Tan lejos y tan cerca, tan terrible y tan inhumano. Nunca entenderé cómo un individuo puede acumular tanta aversión hacia un sector de la población que alcance el punto de concederse a sí mismo el derecho de arrebatarles sus vidas. Vidas que no se interponían entre otras personas y sus propios derechos, sino que simplemente actuaban conforme a sus creencias, valores y preferencias sin hacer daño a absolutamente nadie. 

Hoy, todo el mundo tiene la obligación de darse cuenta de que 49 personas, y quizá más en las próximas horas según progresen los heridos, y muchas otras del pasado y del futuro, han muerto y morirán... ¡por ser ellas mismas! En este caso, por mantenerse fieles a su condición sexual, hecho que no comprendo por qué debe importarle a nadie. ¿Cómo es posible juzgar a alguien por el sexo de la persona con la que decida compartir su existencia? ¿Qué voz ni voto cree tener alguien ajeno? Una incongruencia total. Es más, estas decenas de personas han sido asesinadas en un lugar específicamente preparado para que puedan expresarse tal y como su naturaleza y sus almas, que no enfermedad ni error de fábrica de ningún tipo, les piden, y tal y como les invita un local creado precisamente para proporcionarles un rincón en el que no sentirse despreciados y marginados como les ocurriría, por desgracia, en muchos otros espacios.

Hoy, se ha producido un atentado contra la libertad de amar y de vivir. Se me encoge el corazón mientras escucho testimonios de familiares de las víctimas. Leo los nombres de los fallecidos confirmados y se me humedecen los ojos imaginando sus historias, sus ilusiones, sus proyectos, extinguidos sin justificación. Trato de no alterarme ante los repugnantes intentos de utilizar el ataque a favor de unas políticas u otras, escandalizándome igualmente sin remedio por la falta de sensibilidad y respeto hacia los afectados y hacia todo el colectivo LGBT.

Y, sobre todo, me pregunto: ¿por qué? Sin hallar respuesta que me desbloquee del shock, de la incomprensión, de la impotencia. Porque hay días, como este, en los que resulta especialmente difícil no perder la confianza en el ser humano, lo que provoca una sensación de desesperanza y de vacío espantosa.

La conclusión es clara: solo nos queda seguir luchando, no olvidar que los que seguimos aquí debemos continuar viviendo y que cada uno de nosotros merecemos ser tratados por igual, confiar en que la tolerancia irá ganando terreno poco a poco y ser nosotros mismos sin miedo: gais, lesbianas, transexuales, bisexuales, latinos, negros, mujeres y todo ese largo etcétera que día a día en todo el mundo sufre el rechazo de otros simplemente porque se creen mejores.

Que el ruido de una parte de la población mundial jamás eclipse los derechos fundamentales de todos

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