Este año se nos vuelven a juntar los sabores del turrón y los ostiones; pasamos de una cabalgata a la otra. Como los suabos de Villingen, que acaban de tomar el café del día de Reyes y ya están quitando el polvo a los avíos de Carnaval para salir a la plaza y hacerse ver. En Montevideo no tienen ese apuro, ya que su calendario civil no incluye la Semana Santa, y mucha gente no sabe qué cosa es la Cuaresma. Se celebran las navidades, es cierto, pero no del mismo modo que en la Europa cristiana. El 25 de enero será su desfile de Carnaval.
Unos dirán que otra vez Carnaval, otros abrirán sus ojos con renovada curiosidad. Los hacedores del concurso de Carnaval soñarán con alcanzar la gloria del primer premio. El Carnaval de la calle soñará con unos días inolvidables y la mayor juerga que hasta hoy hayan disfrutado. Los copleros de la calle, muchos, estarán escribiendo todavía o no habrán empezado; habrá quien no tenga ni el tipo. Los aficionados, estos sí, ya tendrán su alojamiento arreglado para no perderse un Carnaval más.
Los temas posibles que aporte la política no serán, en verdad, muy novedosos. Ahí es donde veremos los ojos que tiene el Carnaval para observar la realidad y manosearla. Tampoco en la sociedad han pasado muchas cosas de periódico, quizá. Ahí está, de nuevo, el Carnaval cirujano para sacar su microscopio y sajar con su bisturí. ¿Decíamos que no han pasado cosas? En Cadi han pasado cualquier cantidad de cosas, cambio en la alcaldía y cambio en la diputación. Habrá tela que cortar. Mucha tela que cortar. Como esos vecinos para quienes lo que antes ocurría de malo era culpa der Kichi, y lo que ahora no está bien, es porque la realidad es la que es. Ahí se busca al Carnaval para separar el grano de la paja y poner a cada quien en su sitio. ¿Se valen las romantizaciones? Se valen, claro; se vale todo. Y luego el público se queda a escuchar la pamplina o se larga a otra esquina.
Una vez más, habrá quien se tome a sí mismo demasiado en serio y estarán los que se reirán de sí mismos más que de cualquier otro. Saldrán los mamarrachos del último rebusque en los altillos de la casa y estarán los que vayan por la calle con el traje dentro de la funda. Todo es Carnaval, aunque no todo el Carnaval sea el mismo.
Volverán, como no, las disputas palabreras sobre la esencia del Carnaval, se hablará de la tradición y se querrá valorar qué es mejor y qué peor. Este año, en Cadi, hará más frío que otros años: cosa del invierno; al menos por las noches.
El ritual vuelve para conjurarse, una comunidad, contra la oscuridad y contra los grises tristes. La oscuridad que simboliza la política a escondidas y por debajo de la mesa; la moral mojigata de cómplices o monaguillos de esas oscuridades. Contra los malos espíritus, en palabra viva todavía en Alemania, que es contra quien se hace el Carnaval, sin destruirlos: los corruptos y sus ayudantes morales. Y la danza, la danza de las palabras, que es la sátira. Las palabras saltimbanquis que bailan del sentido a su doble sentido para, con risas y con sonrisas, no dar puntada sin hilo y que nadie quede sin castigo si lo merece. Las palabras que marcan el territorio de lo que se admite y lo que, porque se detesta, se deroga en la vida común de la sociedad. A veces hay consensos, otras no: pero esas palabrejas quedan siempre volando para quienes de verdad escuchen y no entreguen su alma a cualquier pelafustán.
Ya las esquinas, los callejones, las casapuertas se preparan para volver a ser escenario del Gran Teatro del Mundo; igual que se prepara desde este martes el Gran Teatro Falla. ¡Suerte y Felí Carnavá!