Estoy probando nuevas aficiones que me ayuden a hacer más llevadera las carencias de mi vida actual, tales como la falta de bares –no insistan, sigo en mis trece de ayer: una terraza no es un bar, ergo, no han abierto los bares— y he pensado darle una oportunidad a la lluvia. ¿Decisión dadá o directamente gagá? No crean, yo no lo veo tan raro viniendo de alguien –este cronista— que en lo peor del confinamiento estuvo a punto de enamorarse de una grúa de color verde (no me faltó nada para recitarle lo de “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, la poesía de Gerardo Diego al ciprés de Silos); detectó una incipiente rebelión casera de electrodomésticos en plan canción de Carlos García Berlanga y, por último, se introdujo en el inquietante mundo de los detectores ‘a pelo’ de terremotos, que es algo así como lo de ‘Twister’ pero en tranquilote, situaciones todas de las que pueden dar fe los más veteranos lectores de Confesiones. Ya ven, qué mimbres. Como para que ahora alguien pueda extrañarse de que busque nuevos significados en la lluvia más allá de “pues coge y se evapora agua del océano y luego se condensa y vienen nubarrones y cae agua que viene bien al campo”, no seamos simples, por favor.
¿Y por qué la lluvia? Fácil. Es de lo que tengo más a mano. Tenemos, en realidad. ¿Cuántos días lleva lloviendo desde que empezó esta pesadilla? Más de la mitad, seguro. Además, la lluvia viene a reforzar mi idea, ya elevada a tesis que espero leer próximamente ante el preceptivo tribunal, de que Una terraza no es un bar. Ahí va mismamente un fundamento de la tesis: un bar es un sitio en el que se está perfectamente cuando llueve (a ver, en Jerez no es así exactamente: si llueve racheado puede que te mojes por esa peculiar costumbre de tener siempre las puertas abiertas de par en par, incluso las dos hojas, aunque en otras partes del mundo eso no ocurre) y en la terraza… en la terraza lo normal es que te mojes (puede que algún día de calabobos, sin viento, si los parasoles están bien colocados, pues bueno, se pueda estar… sin ir más lejos, Juanma y Merlo, de El Gorila, son artistas en el, digamos, ‘uso inverso’ del parasol).
En los bares no tienes que sentarte, en las terrazas es ‘si no, pa qué’; en muchos bares ponen fútbol e incluso a veces rugby (sobre todo si lo piden los británicos) o ciclismo en julio (con las puertas cerradas por el aire acondicionado) y en las terrazas… no. Ya sé que algunas sacan la tele a la calle (como en el Arenal o en el desfiladero Toro-Lizarrán de la calle Porvera pero, eso ya entra dentro de lo ‘elástico’, ese concepto que venimos usado con tanta frecuencia en Confesiones). No, amigas y amigos, no… ¿y la dificultad en la terraza para dar la brasa al camarero contándole tu vida? Es que es una tras otra en el tema bares-terrazas, un fundamento tras otro para negar la mayor…
Pero volvamos a la lluvia. En el momento en que escribo estas líneas, martes 12 a mediodía, está cayendo un buen chaparrón y lleva así toda la mañana. ¿Nos quiere decir algo esta lluvia más allá de “os fastidiáis”? No sé, estoy intentando desentrañarlo. Tuve un amigo de joven que tenía una novieta –luego, con el tiempo, sería amiga mía— que se quejaba amargamente de que ella le obligaba a pasear siempre que llovía. A ver, no se trata de la distinta mentalidad ante la lluvia de Madrid respecto a Jerez –los jerezanos cuando llueve no suelen salir, así que los cuadrantes de los turnos en los bares los hace la Aemet, como es sabido— es que se trataba de salir aposta, al parecer en plan romántico: “Jesús, que llueve, ven a buscarme; vamos a pasear”. Y allá iba Jesús, tras colgar el teléfono, con el paraguas a buscar a María José (joder, ahora que lo pienso la pareja era toda la familia, la familia divina). Cuando empecé a tratar más a ella que a él, este incordio se le había pasado —ya tenía otros— pero valga este pequeño ejemplo para abundar en que este cronista no sería el primer fan de la lluvia más allá de motivos, digamos, interesados, caso de los de los fieles a santos como San Isidro Labrador, por no hablar de las civilizaciones prehispánicas, que no tenían santos, tenían dioses, directamente.
Les tendré informados (o no) de lo que da de sí mi acercamiento a la lluvia, aunque justo en este momento (las 13:20) deja de llover y está saliendo el sol –¡joder, es justo la hora del aperitivo!— y lo mismo tiro para una terraza a tomar una cerveza de barril bien fresquita que a esta hora sienta del c… ¿Cómo? ¿A qué contradicción se refiere? No, estimado lector, no, para opinar de algo, tanto a favor como en contra, hay que estar informado y a lo que voy a una terraza es a hacer un poco de trabajo de campo para la tesis, eh, solo para la tesis…
Pasamos ya a las dos secciones fijas de Confesiones. Hoy, en Cultura Infecta, nos centramos en la música. Bono, el de U2 –aunque yo creo que alguna vez en los últimos años Bono el político también cantó en la banda irlandesa, ¿no?— cumple 60 años y ha hecho una especie de playlist con 60 canciones. No es seguro que sean sus 60 canciones favoritas, pero cabe suponer que poco más o menos. De los grandes solo echo en falta a los Who y a los Kinks y tiene como 30 canciones que suenan habitualmente en mi casa, no está mal. Un detalle incluso acordarse de Echo & The Bunnymen, con los que tenían una especie de rivalidad a comienzos de los 80 y poner Rescue, temazo. La lista está en todas partes, de Spotify a Youtube. Curiosamente, mi amigo L.G. me envía hoy también un WhatsApp con cientos de sesiones reunidas por John Peel, sobre todo de los 80, pero también 70 y 90. Muchos son grupos olvidados, caso de ‘Au Pairs’, otros grandes del punk como ‘Magazine’ o más modernos (‘Pavement’), incluso grupo míticos como ‘Nirvana’ o ‘The Cure’… Ya digo, cientos de sesiones que recibirán su correspondiente uso…
Y así llegamos a Desinfección y Chuletas. Ya saben que esta sección nace de la petición de las autoridades de todo tipo –cualquier día va a salir también Bono el de U2 diciéndolo por la tele— de que nos lavemos continuamente las manos para combatir al virus, lo que motiva la aparición de vez en cuando de palabras a boli en la palma de mi mano derecha (soy zurdo), las chuletas de toda la vida. A la constatación de que copio desde tiempo inmemorial hoy le acompaña otra: siempre he tenido las manos grandes, si no no se entiende que quepan el mencionado Gerardo Diego, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Manuel Altolaguirre, los poetas más significativos de la Generación del 27 con nombres y apellidos, así que háganse una idea: dos paletas de frontón por manos ya a las 14 años o así…
Leído en El Mundo: “las notas de los universitarios mejoran durante el confinamiento”. Ven, esta sí es una de esas noticias que de verdad nos hace pensar que el mundo será distinto tras la pandemia… o, por el contrario, simplemente significa que la universidad levanta la mano y se apunta a las rebajas tan en boga estos días por internet. Opinen.
Cuídense...