“¿Qué días crees tú que cerrarán los bares?”, me espetó el jueves el encargado de una céntrica cervecería, algo que no me sorprendió, ya que cada vez más gente confunde el periodismo con la quiromancia. “Pues no sé, Madrid seguro que cierra este finde, Andalucía puede que aguante hasta el miércoles o el jueves de la semana que viene, no creo que más allá”, le respondí, ignorante de la declaración de estado de alarma que ya se estaba cocinando en Moncloa.
Como lo que el viernes lo que se hizo fue anunciar el decreto, el sábado por la mañana todavía había unos cuantos bares abiertos en Jerez, así que, malos ciudadanos, un grupo de amigos decidimos apurar el inicio del confinamiento. Estábamos por la segunda ronda de cervezas y vinos en la terraza del Camachuelo cuando a las dos y pico, uno de los camareros vino con la temida noticia: “hala, ya es oficial, ya ha salido el decreto, apuren que cerramos”. ¿Y ahora? Fue la pregunta que todos nos hicimos, pregunta que encontró una rápida respuesta: después de un par de llamadas, una conocida venta del Jerez rural a la que vamos con frecuencia –no diré el nombre no vaya a ser que…- nos dijo que iba a terminar el servicio de comidas, que si queríamos, que fuéramos, que nos atendían. Pues dicho y hecho, aunque debo decir que en el grupo no había unanimidad. Una ‘buena ciudadana’ decía que mejor dejarlo e irse para casa mientras otro le encontraba incluso un punto underground al asunto. Total, que tras diez minutos de coche nos sentamos los cuatro en la terraza.
Había poca gente, éramos la tercera mesa, aunque al parecer hubo gente que ya había comido antes. Venado, revuelto de tagarninas, dos botellas de tinto (al final les voy a decir el sitio) y un chupito para terminar un almuerzo un tanto extraño, nada de las risas habituales de otros sábados. El camarero, que nos conoce, nos dijo que el decreto le había partido, que acaba de comprar como 1.500 euros en género, que a ver qué hacía con él. Tras ofrecernos gustosamente a hacernos partícipes parcialmente del mismo y obtener un educado rechazo a nuestra propuesta –las viandas serán repartidas entre la familia al menos hasta el segundo grado de parentesco-, dejamos allí a una pareja ya talludita disfrutar de sus cubatas (los auténticos últimos de Filipinas) y volvimos a Jerez, ahora ya sí, para confinarnos… Bueno, sí y no. Uno del grupo tenía que ir a trabajar –ah, el periodismo, qué bonita profesión- pero los otros tres tiramos para casa, para casa quiero decir para la mía, la mía y de A.; nuestro amigo F. decidió empezar el confinamiento poco a poco, empezando por nuestra casa: qué mejor sitio. En casa ya vimos que no éramos los únicos malos ciudadanos, que para el propio Gobierno el concepto de cuarentena también es bastante elástico, así que estuvimos poniendo música en el Youtube después de descorchar la última botella de champán que me quedaba después de la Navidad –y créanme, amigos, que cuando digo champán quiero decir Champagne-. Fue una decisión un tanto alocada, lo sé. De hecho, estuvimos pensando reservarla para el ‘Día de la Victoria’, pero como al respecto no hay nada seguro, decidimos hacer como Bogart e Ingrid Bergman en ‘Casablanca’, cuando los alemanes están a las puertas de París…
Bien… creo que ya he contado suficiente. Vale, otro par de cosas. Se pasaron un rato mis vecinos de puerta con puerta, cayeron más botellas de vino, nos dieron las dos de la mañana. En fin, malos ciudadanos, admitámoslo, aunque por lo menos no somos vicepresidentes del gobierno ni teníamos la música alta, como un vecino varias puertas más allá…
Ah, por cierto, me encuentro bien, me duelen un poco las piernas, pero creo que es por lo que tomo para el colesterol. El estómago también me duelo algo, pero eso en mí no es noticia… Espero que los abrazos que nos dimos los seguidores del Atlético tras eliminar al Liverpool el otro día no tengan consecuencias...