Ponga una serie en su confinamiento

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador de lavozdelsur.es. He publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Una escena de 'La conjura contra América'.

Anoche me puse a ver una serie. ¡Hombreee… —dirán los más modernos de ustedes— han tenido que pasar once días de confinamiento para que este señor se ponga a ver una serie! Pues sí. Es La conjura contra América, basada en la excelente novela de Philip Roth. Pues es que yo, cómo lo diría… yo no veo series. Verán, no me interesan. He picoteado algún capítulo aquí y allá de The Wire, Mad Men, Boardwalk Empire (sin duda, la que más me ha gustado) o incluso Juego de Tronos (ésta última un truño monumental) sin que ninguna me enganchara. Qué quieren que les diga, no me parecen para tanto; a la vista de lo que ponen en las carteleras puedo compartir la tesis tan en boga de que el cine-cine ahora está en las series, pero todo lo que he visto –y ya van varios años de esta fiebre— está muy lejos de Wilder, Ford o Houston, solo por citar a alguno de mis favoritos.

Hace unos meses mis hermanos me iban a meter en una prorrata para tener Netflix; les dije que me daba un poco igual pero como no era dinero, que sí, que contaran conmigo. Total, que empezamos a hablar de detalles técnicos y mi hermana R. me dice por teléfono que “esto va por aquí”, “esto por allá”, “esto va a la smart-tv…”. Clan, clan… salió la palabra clave. “Porque tienes una smart, ¿no?”, reparó R, a lo que le respondí que no sabía, que tengo una tele para ver la tele (hay gente que piensa que cuando me pongo así soy muy lógico, pero siento informar al personal, al menos al que me aprecia, que no, que lo que soy es simple). Total, que mi Sony tiene ya diez años y que de inteligencia anda como la mayoría, justa. “¿Y qué hacemos?”, dijo mi hermana apurada. “No sé, yo desde luego mientras siga funcionando esta tele no voy a comprar otra… Si a mí de verdad que me dan igual las series, yo soy más de libro y copita de amontillado”, le dije. Y me quedé tan pichi. Eso es una frase, señores. Muy de Jerez. Van a venir ahora mis hermanos desde Madrid a imponerme sus gustos casi casi hípsters, habrase visto…

Ah, por cierto, al final no les he dicho qué me ha parecido La conjura contra América. Pues regular. Nada del otro mundo. No deben hacerse estas comparaciones, pero como estos son días de barra libre, les diré que muy por debajo de la novela. Por ahora la seguiré viendo a ver si va para arriba…

Estas Confesiones están quedando muy culturales, así que sigamos. El otro día vi en TVE uno de esos delirantes reportajes que tanto se prodigan estos días. La tesis era hacer una especie analogía entre el confinamiento forzoso del coronavirus y el confinamiento voluntario al que se someten los escritores. Por allí, en vídeollamada, fueron desfilando Almudena Grandes, Muñoz Molina, Elvira Lindo, Javier Cercas… solo eche en falta a Juan José Millás, que no debe tener aparato para hacer videollamada. Ningún comentario interesante, divertido o crítico por parte de los popes del stablishment literario español, siempre tan pagado (y no es un juego de palabras) de sí… Pese a todo, desde aquí quiero salvar a Cercas por su valentía en el tema catalán.

Pues al final no crean, no hay tanto tiempo en el confinamiento para leer. Limpiar, ver la tele, hacer este artículo, lavarse continuamente las manos (ayer me apareció en la palma derecha tras el quinto lavado la serie “basa, fuste y capitel” para reforzar mi notable en Historia del Arte), dormir un poco más el que pueda… total, que todavía no he acabado con ninguno de los dos libros que tenía entre manos. Ya les recomendé Una casa de tierra, de Woody Guthrie, pero no puedo hacer lo mismo con Crónicas de Nueva York (nombre del editor español), de Maeve Brennan, que aunque editadas con anterioridad, creo que se enmarca en la búsqueda de una escritora maldita emprendida por las editoriales tras el pelotazo de Lucia Berlin hace tres o cuatro años.

Pues nada, camino de los 3.500 muertos. Tranquilos, que el Gobierno sigue comprando cosas por ahí, el del jersey a lo suyo… Cuídense.

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