Hay mucha gente a la que le está costando salir en la pandemia. Cuando decimos ‘salir’ no hablamos en términos metafóricos o económicos, sino simplemente de salir a la calle. ¿Miedo al virus? En parte sí, pero también hay gente que ha descubierto que está muy a gustito en su casa y que, para lo que hay todavía por ahí, pues mejor se pone la mascarilla, da una vuelta para estirar las piernas, va a la compra y poco más. Ya saben que no es nuestro caso, aquí hemos sido incluso capaces de arrinconar una sección que funcionaba a la perfección, Confesiones de un Confinado, precisamente porque veíamos la necesidad de reinventarnos porque no queríamos vivir una pandemia, queríamos vivir en la pandemia y sus distintas caras que les mostramos en Confesiones de un Pandemita.
Indudablemente, hay gente que tiene miedo al virus, a contagiarse y a contagiar a los demás, sobre todo a sus seres queridos. Hay gente que se ha chupado una época de confinamiento muy dura, yendo a trabajar en transporte público en Madrid todos los días para volver luego a su casa con gente mayor, como le ha pasado a uno de mis hermanos; mi amigo M., con síntomas y con varios casos de contagio en su empresa, se alquiló un piso y se fue a vivir solo para evitar contagiar a su familia. Y así podría seguir… Es gente que lo ha pasado mal y, en consecuencia, suelen ser los que están más pendientes de la distancia social, de las máscaras, hidrogeles, etc, no solo por lo que a ellos se refiere, sino de todos. En general, son los que más pesimistas se muestran sobre el compromiso de la sociedad con las medidas que deben observarse y, por supuesto, son a los que más les está costando sentarse a tomar una caña con los amigos o con la familia. Yo entiendo que es una cuestión transitoria y fácilmente reversible en cuanto mejore la situación o desaparezca el virus, aunque es evidente que puede derivar circunstancialmente en actitudes inquisitoriales, seguro…
Y luego están los que han descubierto que están tan pichi en su casa todo el día con la bata, las pantuflas y el pijamita de elefantes. Que salir significa en muchos casos arreglarse, afeitarse, gastar dinero, aguantar a gente que no siempre es de tu completo agrado… total, que se está muy bien en casita. Lógicamente, en estos supuestos los, digamos, damnificados han visto con el confinamiento reafirmadas una serie de cuestiones y planteamientos para las que ya estaban más que predispuestos. No creo que su problema sea reversible por la simple razón de que no hay ningún problema: cada uno es como es.
Ah, y se me olvidaba. También está la gente que ha entrado en bucle y no acaba de dar con la salida. Es gente que no se ha dado cuenta de que antes o después va a tener que vivir en la pandemia. La que sigue dando vueltas y vueltas a una situación concreta y semanas después siguen y siguen en lo mismo, sin caer en que este asunto –por asunto se entiende tanto la pandemia como las restricciones de actividad que conlleva— requiere adaptaciones parciales en función de su evolución, no una solución global. Son personas que le dan demasiado al magín sin darse cuenta de que no hay una solución, sino pequeñas soluciones, pero que hay que ponerse en marcha ya. Son los que necesitan un pequeño golpe en la cabeza, vaya, como se hacía antes con las teles o las radios…
Y así, tras este derroche de psicología barata, como de libro de autoayuda, llegamos ya a Su Pandemia, gracias, un magazín que podría presentar Matías. Hoy recomendamos “La epidemia deja a la vista los fallos del sistema”, un interesante análisis que se puede leer en El País. En El Mundo, José Ignacio Torreblanca entrevista ni más ni menos que a George Soros, ese millonario travieso; la entrevista se titula con la siguiente declaración: “Es falso que yo haya tomado ninguna posición sobre la independencia de Cataluña”, así que ya saben, uno menos. En Voz Populi, Víctor Lenore nos da las claves de “Cómo sobrevivir a un verano sin perreo’… de verdad que hay gente que está en todo: ¡un verano sin perreo, cielos, vamos a morir todos!
Nos vamos con una bonita cita de Henry Miller: “La naturaleza está siempre dispuesta a reparar los vacíos causados por la muerte, pero no puede suplir la inteligencia”. Lo que no sabemos es en qué medida la Naturaleza puede reparar un verano sin perreo…
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