Derivada de la palabra criterio (discernimiento), la crítica busca la verdad, evidenciando, previamente, la falacia o el error. La crítica es lo que se expresa como examen y juicio. La crítica puede ser positiva, cuando es la que propone nuevas soluciones a los problemas o defectos que se expongan. La motivación para dar a conocer esta opinión debe ser el bien común y la prevención de problemas potenciales.
En cambio, la crítica negativa es destructiva, se dirige a la persona y busca culpabilizar. La crítica negativa se centra en el pasado, mientras que la crítica positiva se centra en el futuro. No importa lo que pasó, lo que nos importa es cómo nos va a servir esto en el futuro.
Por tanto, los criticadores o criticones son aquellas personas que se alimentan de la crítica destructiva, ya que lo critican o lo censuran todo, sin disculpar ni las faltas más leves, y hablan mal de los demás y de sus acciones. Los criticones de pro forman parte de nuestra idiosincrasia, son parte de nuestra identidad, y hacen uso de la forma radicalizada de ejercer el pensamiento crítico aplicado al entorno. Dicho esto, debemos reconocer que hay criticones que tienen su gracia, como los protagonistas de la chirigota del Selu, que los calca en Los Quemasangre, en Mi suegra como ya dije o en Los Enteraos. También hay criticones que nos generan hasta ternura, a los que ya conocemos y les tenemos cariño, porque no esconden su debilidad por el análisis y el juicio.
Hay, asimismo, criticones eventuales o circunstanciales, que pasan por una mala época y, por ello, se les permite cierta dosis de mala leche como terapia de desahogo. Hay, además, criticones profesionales, que desempeñan una función fundamental en un ámbito determinado, ya sea una comunidad de vecinos (las tradicionales viejas o viejos del visillo), en el ámbito laboral, en una hermandad, un grupo de amigos o, incluso (o sobre todo) en las propias familias. Igualmente, hay criticones viciosos, patológicos, que necesitarían de una buena temporada en un centro de desintoxicación, así como están los grandes artistas creadores del mote.
Hasta ahora, todos son aceptables y forman parte de nuestro ecosistema.
Pero ¡ojo!, que hay un tipo de criticador peligroso, del que sí hay que mantenerse alejado. Se trata de esos que se cobijan en la crítica para dar rienda suelta a su maldad contenida, a su frustración y a su falta de empatía. Suelen ser envidiosos y egocéntricos, poco dados a la compasión, al compartir y a la generosidad. Son hábiles en el lanzamiento de bulos y escurridizos a la hora de buscar el origen de los mismos. Son cobardes e incapaces de dar la cara. Por lo general, sus críticas malintencionadas no reflejan la verdad, que si es cierto que puede ser subjetiva, no ampara el detalle por el todo.
Justamente hace unos días, por la calle Larga, un lugar muy dado a los encuentros ocasionales, se despachó a gusto un criticón de esos con mala baba. Hablaba de terceras personas, no presentes por supuesto, emitiendo juicios demoledores sobre decisiones muy duras y trascendentales de unos amigos en común. Amigos que pueden estar sufriendo, por ejemplo, problemas económicos, falta de trabajo, un divorcio, problemas con los hijos, adicciones, depresión… o mil y una circunstancias más que nos pueden llegar a afectar a cualquiera en un momento dado de nuestras vidas.
Finalmente, zanjando la conversación con una excusa tonta, me fui de la escena con mal sabor de boca, afligida, afectada por la injusticia, reflexionando como ahora sobre la bajeza moral de quienes son capaces de utilizar las malas rachas, los fracasos o las desgracias como arma arrojadiza, emitiendo juicios de valor, sin conocimiento de causa, siquiera.
Cuánto daño gratuito se le puede hacer a alguien con la lengua larga y la maldad afilada. Sobre todo a quiénes se mantienen a flote a duras penas en medio de una tempestad. ¿Hay realmente intención de hundimiento? ¿Hasta dónde llega el ansia por la destrucción que subyace en las críticas negativas? Si no es así, quizás pensemos en que podríamos ahorrarnos ese libertinaje de la opinión desmedida… Y reflexionar tan sólo un momento en cuál es nuestra verdadera intención y cuáles los perjuicios que pueden generar nuestras palabras. Quizás, en vez de echar leña al fuego, sería más conveniente, más justo y más humano, cerrar la boca y abrir los brazos. Menos críticas y más abrazos.