Hace pocas semanas, cuando en el Ministerio de Interior que dirige Fernando Grande-Marlaska informaba, en un comunicado, estar "consternados por el fallecimiento de dos guardias civiles en Barbate" tras embestirlos una narco-lancha se escandalizó hasta el más insensible.
La semántica popular añadió que la muerte de los dos beneméritos ni fue accidental, ni en el contexto del recurrente y obvio ‘acto de servicio’: fue un vil asesinato por la saña y envergadura de un narco-buque que aplastó la frágil goma de los servidores públicos. O sea, hasta el relato más negro debe adaptarse a las entendederas y lógicas humanas.
Así, la crónica criminal reparte papeles estelares, personajes secundarios, espontáneos, relatores, causas-efecto. También, esa ideología que va a lo correcto en política. O a ese ‘pensamiento único’ que globaliza el rebaño de almas cándidas donde sueñan que pastemos autoridades y quienes mandan
Manuel Calderón (Peñarroya-Córdoba, 1948) ganó el último Premio Comillas. Es periodista, licenciado en filosofía y fértil escritor (Bach para pobres, El hombre inacabado, El músico del Gulag y Descampados). Subyugó al Jurado del galardón que premia la Historia, Biografías y Memorias con el trabajo Hasta el último aliento –Puig Antich, un policía olvidado y una guerrilla contracultural en Barcelona– (Tusquets, 2024).
La obra se centra en el devenir de un joven barcelonés (Antich) y la crónica del efímero MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). El subtítulo del libro se refiere a un ‘policía olvidado’. Pero tiene nombre y deudos: Francisco Anguas Barragán (Sevilla 1949-Barcelona 1973), un ilustrado agente de la Brigada Político-Social (BPS) por muy leído, cinéfilo y licenciado en Derecho
La óptica del narrador
A los 50 años de ser ejecutado Antich, junto a Heinz Chez -mató a un guardia civil en Tarragona-, Calderón se suma a la leyenda del héroe asesinado por el poder más irracional. Antich participó en un tiroteo que baleó a Anguas. El sevillano iba a detenerlo, junto a militantes del MIL, en un operativo de la BPS barcelonesa el 25 de septiembre de 1973.
Tras la balacera, que acabó en un bloque vecinal, se sucedieron chapuzas (autopsia en comisaría, defensa censurada, tribunal militar, juicio sin garantías, ni pruebas y con pena capital ‘puesta’) más la ira del franquismo de estertores. El régimen acababa de enterrar al Presidente del Gobierno y delfín de Franco [Almirante Carrero], tras asesinarlo la ETA más norteamericana. El magnicidio hizo volar, con explosivos de origen yanqui, al Almirante en los alrededores de la embajada madrileña del Tío Sam.
Creíamos que el Comillas laureaba la originalidad. La obra de Calderón canaliza, con palabras precisas, hasta el punto de vista que debemos tener sobre un grupo residual, delirante y violento (MIL). Lo integraban hijos de la burguesía (¿pijos?) creídos que importaban el Mayo del 68. Desde el 71 atracaron bancos, hirieron y robaron para financiar panfletos y armas.
Calderón, eso sí y le honra, incorpora a su relato testimonios familiares del policía hispalense asesinado e injustamente olvidado por la historia. ¿Fue entonces el ‘malo’ que llevó al cadalso al falso héroe?. Sumaría este libro además la dudosa épica del reo ejecutado por un verdugo críptico a garrote vil. Pulula, inclusive, el aura del guerrillero eterno, de un Ché Guevara.
La cinta Salvador (2002), de Manuel Huerga, ya dulcificó a Antich en lo emotivo. Añade a la memoria colectiva la plástica del celuloide. En lenguaje del cine conecta más rápido con la mente. La que regala piedad a alguien que para defender ideas empuña pistolas. Antich flotaba en esa dimensión.
Un reciente capítulo de La Sexta Columna (Atresmedia) se une a lo que relata Calderón en su magnífico trabajo. Añade testimonio del ex policía e hijo de Julián Gil (Jefe de BPS barcelonesa). Cree que se manipuló el proceso para inculpar a Puig Antich "por su posición profesional" [afirmó rotundo].
En tal programa televisivo las hermanas del ejecutado ante las cámaras insistieron, irredentas y legitimadas, en la injusticia que se cometió. Pero añoramos, en la pequeña pantalla, el relato de los deudos de Anguas Barragán: no mató a nadie y fue asesinado por tiros de armas ajenas. Aquellas balas no revolucionaron nada, agravaron la represión franquista sobre incontables luchadores por la libertad y la democracia.
Otros libros centrados en el ‘caso Antich’ insisten en las incógnitas que lo acercaron al verdugo, al último garrote vil. Cas Obert (Angle, 2024) de Jordi Panyella, Transición inacabada (Taurus, 2014) de Gutmaro Gómez y Torna de la Torna (Empuries, 1985) de Carlota Tolosa, son buenos ejemplos.
El MIL incomodaba
Este movimiento, decíamos, intentó con pistolas, pasamontañas y amenazas resucitar el viejo anarquismo barcelonés de Durruti y conectarlo con el Mayo del 68 galo. Con ínfima militancia Antich oficiaba de líder en el MIL. Tras este patíbulo, el MIL no sobrevivió a la historia. Acaso eran anarco-guerrilleros que combatieron al franquismo más agonizante.
Su ejecución, previa farsa judicial, en marzo del 74 en la Modelo representó un ‘basta ya’ ante el magnicidio de Carrero, de un lado. De otro, la repulsa internacional ante una dictadura que nació de una guerra fratricida cuando Franco ya estaba ido del poder. La oposición democrática, ya organizada en la Plata-Junta, no quería violencia para derribar al franquismo. No deseaba bombas, ni que retornase el pasado violento del peor anarcosindicalismo.
Hasta el último aliento rescata el olvido más inmerecido. Narra historias personales y dramas íntimos paralelos al relato histórico-político. El que maridaba la contracultura en el último franquismo, la gauche divine de la Ciudad Condal más rancia y ese malditismo huérfano que acompañó desde su inicio al ‘caso Antich’. Sus hermanas luchan la injusticia con tesón, pero el más espeso silencio persigue a un ‘caso’ que se endosa a la esquina más invisible de la historia tras restaurarse la democracia española desde 1978
El jurado del Comillas (Miguel Ángel Aguilar, Jordi Amat, Isabel Burdiel, Anna Caballé y Josep Maria Ventosa) lo tuvo claro ante 83 manuscritos competidores por el galardón.
Calderón nos refresca la memoria sobre un país que no quería más guerras, ni barricadas, ni fosas, paredones o el garrote más vil. Hace bien, ultimó un trabajo que merece lectura. El cordobés que se formó e hizo carrera en Barcelona ahora se afinca en Madrid. El ‘procès’ de Antich tiene quien le escriba. Muchas más palabras del caso lo sobrevolarán.
Posdata: El marketing de TUSQUETS EDITORES del libro reseñado incluye página de su autor con perla. No es duende de imprenta esta frase: "…Ya no interesa lo que sucedió, sino volver a reproducir los papeles del revolucionario ejecutado injustamente [Salvador Puig] y el del policía de una España franquista muerto en acto de servicio [Francisco Anguas], merecidamente, pero unidos por el mismo destino…". Sr. Calderón nadie, por lo que sea, merece morir. Repetimos: nadie, nunca. Lo último: Antich nomina una plaza en Barcelona; Anguas no tiene ni calle que lo recuerde.