Hace dos semanas hablábamos del virus del miedo al diferente, al que no se conoce y del virus de la insolidaridad que recorre nuestra sociedad. 15 días después nos hallamos ante una situación que nos desborda, que ha llegado de repente sin ser apercibidos, cuyos efectos siquiera vislumbramos, y que en el presente nos mantiene confinados en nuestras casas, alejados físicamente los unos de los otros, con curvas de contagio que se duplican cada tres días, y tenemos miedo… a lo desconocido, a ese virus diferente, somos humanos y es normal.
Sin embargo los mensajes en redes sociales de personas anónimas, de personajes conocidos, desde los gobiernos territoriales, estatales y mundiales, en nuestros aplausos a los héroes y heroínas cada noche, una frase destaca entre todas, sólo unidos conseguiremos vencer al enemigo, sólo desde la cooperación seremos más fuertes.
Estamos librando una batalla, pero que no sólo tiene un frente abierto, ni siquiera aunque ahora nos lo parezca, el coronavirus es la amenaza mayor a la que nos enfrentamos. El cambio de paradigma del individualismo a la cooperación es intrínsecamente un buen aliado, el mejor, un paso firme para cambiar el paso, aunque hayamos tenido que sufrir ahora aquí, los efectos que millones de personas llevan décadas sufriendo allí.
Es innegable que la colaboración es un arma que nos hace más fuertes, nunca antes llevada al extremo actual, pese a los graves problemas de salud relacionados con el cambio climático que expertos y científicos vienen relatando e informando desde hace más de 30 años. Por ejemplo el dengue que afectó en 2019 a casi tres millones de personas en América del Sur, matando a más de 1.250 personas.
La hambruna endémica en muchas zonas de África, no ha recibido en décadas la solidaridad y cooperación como bandera para la cura de su “mal”, en 2019 unos 22 millones de personas en el Cuerno de África padecieron de una elevada carestía de alimentos por el cambio climático que arruinó sus cosechas. La ONU ha dicho alto y claro que el cambio climático es más mortal que el coronavirus.
El Gobierno español ha adoptado una serie de medidas sin precedentes, nadie puede quedar atrás en este momento de incertidumbre, y en las medidas anunciadas por el Gobierno, falta una apuesta decidida por impulsar mecanismos que no sólo sirvan como receta coyuntural, sino que desarrollen un cambio estructural que de respuesta en el presente, pero sobre todo en el futuro, a esa generación de jóvenes que ahora se solidarizan con nuestros mayores quedándose en casa, y que deben obtener respuesta a su petición de un futuro digno y con las mismas oportunidades para disfrutar del planeta que disfrutó nuestra generación.
Una renta básica incondicional que asegure un techo, una oportunidad de subsistir sin empleo, que permita además poder tomar elecciones vitales sin la espada de la pleitesía o la miseria en ambos filos. Asegurar a través de las prestaciones por desempleo el 70% de los sueldos por causa de los miles de Ertes, no va a ser suficiente para muchas familias. Eso significa ingresar en torno a 800 € mensuales, que deberían ser aumentadas con la renta básica.
Lo mismo para autónomos, cuyos pequeños negocios cerrados merecen la renta básica como ciudadanos, más la excepción de pagos de impuestos y cuotas de manera retroactiva desde la declaración del estado de alarma del 13 marzo.
Y sobre los alquileres, llamar a la colaboración entre arrendadores y arrendatarios está muy bien, pero mejor sería que aquellos fondos buitre, y el conjunto del sector financiero inmobiliario, colaboren y por obligación devuelvan al estado aquellos préstamos que De Guindos ya dio por regalados de nuestros impuestos en el famoso “no” rescate financiero en diferido...casi 70.000 millones de euros, que vendrían muy bien ahora. La Sareb, aquel famoso "banco malo" debería ser intervenida y funcionar como agente liquidador, en este caso a favor del Estado.
Dejar sin efecto el pago de hipotecas en casos de necesidad, buena medida, pero sin condonar ni un céntimo de la deuda, es una patada adelante y una soga al cuello cuando se decida que deben pagarse varias cuotas mensuales hipotecarias juntas.
Lo mismo con los suministros básicos, cuando las empresas eléctricas, por poner un ejemplo, tienen beneficios mil millonarios, deberían aportar en estos momentos, condonando facturas sine die... al igual que el sector de telecomunicaciones, único cordón umbilical que nos mantiene unidos dentro de la separación forzosa decretada.
Y del cambio del tejido productivo, de los empleos verdes y dignos, de la defensa de los circuitos cortos de producción y consumo que nos vacunen contra nuevas crisis, ni una palabra. O remamos más fuerte y más rápido, o esta "patera" no llega a puerto con todos sus ocupantes indemnes.
Un hecho muy positivo para hacer efectivos los cambios necesarios y urgentes que se necesitan, es que se ha demostrando que en situaciones límite, los gobiernos son capaces de habilitar medidas excepcionales que afectan al día a día, aplicando medidas que en circunstancias normales serían impensables de aplicar. Esto es un aliciente para los que llevamos una década reclamando acción política para afrontar la emergencia climática, para la que será sin duda necesario implementar nuevas medidas extraordinarias para evitar el colapso del sistema.
Y pongo el ejemplo de una amenaza muy cercana que se debe a la situación de los bajos precios del petróleo. Hoy, 18 de marzo de 2020, en que escribo este artículo, el barril de crudo Brent ha cerrado por debajo de 25 dólares el barril, tras la guerra impuesta por Arabia Saudí y Rusia frente al resto de productores. En octubre de 2018, hace año y medio, su precio llegaba a 86 dólares el barril. Esta situación va a acelerar el descenso de producción a nivel mundial, de manera drástica e irremediable, dado que los costes de extracción y producción son en la mayoría de los casos superiores a dichos 25 dólares por barril.
Ello va a suponer que a la salida de esta crisis sanitaria nos adentremos en otra, una nueva crisis del petróleo que esta vez será permanente, porque una vez se intente volver a la supuesta y utópica normalidad del crecimiento infinito, los pocos barriles extraídos al día, que ahora son suficientes con las economías mundiales prácticamente paralizadas, cotizarán a partir del verano a precios inasumibles para economías muy maltrechas que intentan salvar a sus conciudadanos con fuertes inyecciones de capital y avales públicos.
Para cuando se quieran poner en marcha de nuevo los pozos ahora cerrados, las arenas bituminosas en Canadá, o el gas de fracking norteamericano, nadie podrá extraerlo porque las empresas estarán todas arruinadas.
El escenario al que nos dirigimos entre ambas crisis para 2021 será de elevado desempleo de manera estructural, escasez de energía y de materias primas, comenzando así una nueva etapa de la Historia, la del decrecimiento que ya hemos iniciado, a la que cuando antes empecemos a adaptarnos mejor nos irá.
Por ello es irremediable cambiar de rumbo y girar 180º, poniendo la vida, las personas, la biodiversidad y el planeta por delante de todo lo demás, de manera urgente, valiente y decidida, tanto o más como se ha abordado la declaración del estado de alarma.
Vivir mejor con menos, nuestra última opción.
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