Vivimos momentos convulsos en los que todo parece pendiente del hilo de lo efímero o finito, y nuestra sociedad, empujada por los continuos vaivenes de la política, no se encuentra ajena a esta dinámica. Lo que hoy es blanco, mañana puede ser negro. Lo leve, grave. Lo pequeño, se vuelve enorme. El encausado, inocente… el intachable, corrupto.
Nadie es capaz hoy día de meter la mano en el fuego por casi nadie, pues en todos lados cuecen habas y nadie está libre de pecado, por muy venial que éste sea. Ante estas situaciones, nos encontramos en nuestro país con una clase política que, a pesar de los golpes de pecho de los partidos “de nuevo cuño”, vuelve a caer en antiguos errores del pasado reciente y no tan reciente.
Y mientras unos debaten en el parlamento sobre identidades territoriales o exhumaciones de antiguos dictadores (todos ellos debates importantes y necesarios, ojo, no digo lo contrario), las discusiones de calado siguen sin tocarse a la espera de que alguien en su escaño despierte y comience a aportar soluciones al día a día de una ciudadanía que ha sufrido salvajes recortes sociales y laborales en la última década.
Porque mientras el foco informativo se centra en Cataluña y la deriva independentista, que no es moco de pavo, no es menos cierto que otros debates que atañen al bolsillo siguen sin afrontarse. Que mientras que sabemos todos los movimientos al cabo del día del señor Quim Torra, el recibo de la luz sigue subiendo sin freno, y el precio del gasóleo se dispara. Que mientras se decide el Gobierno a exhumar de una puñetera vez el cadáver de Franco (hoy no, mañana tampoco, pasado me da la risa…) del Valle de los Caídos, muchas familias españolas siguen flirteando con la pobreza, la energética y la económica, y son cada vez más los que caen en ese saco del que es tan difícil escapar.
Que siguen sin llegar las ayudas sociales para personas dependientes, que siguen sin desarrollarse programas de investigación para combatir enfermedades, que el empleo sigue siendo mayoritariamente precario, que nuestros jubilados siguen pidiendo lo justo, lo que se han ganado durante toda una vida laboral… esas son las cosas que la sociedad española considera prioritarias. Porque son el sostén necesario de un estado de bienestar que perdimos y aun no hemos recuperado a pesar de haber abandonado la crisis hace tiempo.
Y ante la incapacidad de unos y la inacción de otros solo existe, al parecer, una solución posible: adelantar elecciones. En España, en Andalucía, en Cataluña…
Sigan así, señores políticos, tocando las narices y hastiando al personal, que al final les va a votar Rita.