Hace unos días un numeroso grupo de compañeros de profesión y amigos celebraron la despedida de las aulas de un docente. Y es que casi sin darnos cuenta, los años pasan muy rápidos, y la hora del retiro laboral se impone porque la edad así lo va requiriendo y llega ese momento afortunadamente reglamentado.
Eso es un motivo de mención por una razón imperiosa, que es la de haber podido llegar a cumplir con uno de los períodos naturales de la vida. Y como después de los padres, que son algo más que unos profesionales, la función de los profesores es la de mayor trascendencia para las personas y para la sociedad; cuando un maestro se va se pierde mucho.
Cuando Agustín García Lázaro dejó la dirección del Centro de profesores a mitad de los noventa, también le hicieron un homenaje muy concurrido. Agustín cada vez que se va recibe un homenaje porque la gente le aprecia y él tiene la capacidad de tenerla cerca entorno a Jerez y a él mismo porque la alimenta con su generosidad y cooperación. Hubo una excepción en estos homenajes que fue cuando dejo de ser el Defensor del Ciudadano, pero a cambio recibió el premio Ciudad de Jerez. Con las cualidades que Agustín tiene, no le hubiera sido muy difícil ser rector de la universidad o presidente de algo, pero ha preferido hacer otras cosas en la vida igualmente ricas y tentadoras.
Agustín de vez en cuando se subleva con las injusticias, con las torpezas o con los inconvenientes con los que vivimos el día a día en general. Con lo que al mundo le acontece o al vecino de al lado le preocupa. Pero sabe, en medio de la impaciencia o la discrepancia, poner los pies en el suelo. Cuando algo no le convence del todo, gira hacia un lado la cabeza al unísono con el cuerpo, o se yergue algo sonrojado, en un gesto contenido que puede reflejar desacuerdo, pero con una estela que deja margen a pensarlo mejor. Y eso es bueno.
Los más estridentes o los más protestones no son los mejores, suelen ser guiñoles y como tales se cansan pronto o terminan descarrilando. Vivimos tiempos de mímica de Saloon del Oeste, de negación a los valores conquistados, de controversias gratuitas, de exigencias sin aval. Por eso la gente que tiene creencias, y sabe que estas pueden ser más o menos acertadas, que mantienen el norte, sin desatender a los otros puntos cardinales, son buenos para la convivencia.
No hace falta que diga que la sociedad necesita gente como tú, ni que continúes con tu labor, porque sé que vas a seguir con todos los cometidos que has emprendido y vas a seguir estando presente defendiendo los valores democráticos y los derechos humanos; y la escuela pública. Esa escuela de todos que hay que proteger y hay que seguir salvaguardándola útil, igualitaria y universal.
Querido Agustín, has conseguido en tu recorrido vital dos cosas muy importantes, las palabras que te dedicó tu hijo el día de la reciente celebración y que éste siga tu camino. Te deseo salud y muchos nietos.
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