Durante muchos años cuando leía historias o episodios de la Guerra Civil, siempre me llamaba mucho la atención los pasajes en los que entre tanto horror y desgracia, aparecían referencias a la marcha de algún negocio, al estreno de algún espectáculo, algún acto social o cualquier otra actividad cotidiana que se me antojaba completamente imposible en aquella trágica situación. Sobre todo, me producía una enorme curiosidad esos tensos momentos previos a la guerra, tan bien descritos en la serie de televisión "La forja de un rebelde, basada en el libro de Arturo Barea. Esos momentos, en los que a pesar de ser intensos y decisivos la vida diaria con todas sus exigencias continúa mientras se asiste como involuntarios espectadores a los prolegómenos de una catástrofe que se lo llevará todo por delante. Todo. Hasta la propia vida.
Llegaba hasta tal punto mi fascinación por esas circunstancias vividas en nuestro país, no hacía tantos años en términos históricos, que a veces fantaseaba con cómo hubiera sido vivir aquellos funestos momentos. Pero eso era antes. Ahora no dejo de acordarme de esa frase de azucarillos que dice algo así como que tengas cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir.
En medio de una crisis sanitaria mundial sin precedentes, con miles de personas muriendo por la pandemia, de parálisis nacional, de ruina económica y social, el comportamiento de la derecha y la extrema derecha españolas ha sido y está siendo totalmente descorazonador. Los líderes y representantes de los partidos de Casado y Abascal sobre todo, pero también de Ciudadanos, no sólo no han escenificado una actitud de arrimar el hombro en estos duros momentos de crisis, como ha ocurrido en la mayoría de países de nuestro entorno, sino que no han dudado en utilizar desde el minuto cero la desgracia de esta pandemia mundial como arma arrojadiza contra el Gobierno de coalición en el poder. Con todo el arsenal político y sobre todo mediático a su servicio, no han dudado en mentir, insultar, difundir bulos o criminalizar a quien hiciera falta sólo con la idea de acabar con el Gobierno, aún a costa de arrojar los muertos al adversario como moneda de cambio.
La derecha extrema del PP y la extrema derecha de Vox han coincidido en su estrategia en muchos de sus planteamientos, llegando incluso a entenderse bien en algunos gobiernos regionales, a pesar de que el partido que utiliza como identidad el color verde ha ido progresivamente animándose y radicalizando su discurso pro-fascista al criminalizar a niños inmigrantes sin ningún tipo de reparo moral, a llamar enfermas a las personas homosexuales, a calificar de nazis al colectivo feminista, a hacer apología del franquismo, a pedir la ilegalización de partidos democráticos de izquierdas o a proponer acabar con parte de la representación política de los españoles, todo aderezado con una continúa llamada al odio irracional al adversario político o al diferente. Puro fascismo. En pleno 2021.
El ex vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, sobre todo, ha sido y es víctima de una terrible y agresiva campaña de insultos, desprecios, acusaciones falsas, e incluso acoso en su domicilio privado durante más de un año, que continúa, que no tiene parangón en nuestra reciente historia, y que no se hubiera consentido en cualquier otro país democrático, ya no sólo con la tan nombrada equidistancia de todos los grandes medios, sino llegando incluso directamente a una complicidad muy activa de algunos de ellos en el ataque al Líder de Unidas Podemos. El acoso es 24 horas todos los días del año en prensa, radio, televisión y redes. Hay que ser muy fuerte, estar muy limpio y ser muy valiente para resistir este brutal ataque. Por eso, el redoblado esfuerzo por agredirle y aniquilarle estos días de las nuevas formas del fascismo representadas en la contienda electoral madrileña en las figuras de Ayuso y Monasterio. A Pablo Iglesias se le desprecia continuamente, se le llama garrapata, rata, cucaracha, cualquier descalificativo que sirva para deshumanizarle y pisotearle, una de las viejas tácticas fascistas.
El país, tras varios años de crispación inducida siempre desde las derechas, (la historia se repite una y otra vez, qué pereza de humanidad) ha llegado a un momento en el que el Ministro del Interior, la Directora General de la Guardia Civil y el candidato por Madrid Pablo Iglesias han recibido sendos sobres con balas y amenazas de muerte. En el caso del candidato de la formación morada, con cuatro balas, una para su pareja, ministra del Gobierno, otra para su madre y otra para su padre. Los autores morales de ese estado de crispación que provoca que cualquier descerebrado haga llegar esas amenazas, no sólo no condenan el acto sin paliativos, no solo se ríen del amenazado, Iglesias, sino que además pretenden convertirlo en agresor en vez de víctima.
El blanqueo del fascismo en estos momentos en nuestro país es tal, que el mismo día que ocurría el abandono de Pablo Iglesias del estudio de la Cadena Ser ante el gravísimo hecho de que la dirigente de Vox se negara con actitud de matona de colegio a condenar las terroristas amenazas de muerte recibidas, varios informativos nacionales de televisión abrían portada equiparando a ambas fuerzas políticas, Unidas Podemos y Vox, con el argumento de un intento de polarizar el debate para reclamar atención electoral.
Es decir, una señora con actitudes fascistas que se niega a condenar las amenazas de muerte directas a un candidato electoral, a sus familiares y a destacados miembros del Gobierno de la nación, en el programa más oído en la radio nacional, se equipara al líder de una fuerza política democrática que precisamente se destaca por abanderar las propuestas más sociales de ese mismo Gobierno. Por no hablar de la omnipresencia de tertulianos y tertulianas en programas de máxima audiencia defendiendo algunos postulados de la ultraderecha, difundiendo acusaciones falsas o promoviendo la alianza con dicha fuerza para formar gobiernos.
Afortunadamente en las calles, de momento, no se percibe demasiado ese ambiente de hostilidad y enfrentamiento aunque se dan casos esporádicos, pero sí da miedo asomarse a algunas redes sociales como Twitter donde los mensajes de odio, las amenazas y la agresividad son insoportables, donde a veces se señala y se pone al adversario político o ideológico en la diana. Ojalá no tengamos que lamentar que cualquier desequilibrado o persona rebasada por el odio apriete el gatillo.
Ya no siento aquella curiosidad por revivir aquellos pasajes previos a la Guerra Civil, porque desgraciadamente, estoy viviendo situaciones que se le parecen demasiado. A mucha gente le parecerá exagerada esta afirmación. Yo no lo creo. Si algo tengo claro, mucho más después de este complicado último año, es que no podemos confiar para nada en la sensatez, el sentido común y la honestidad de muchos de quiénes rigen nuestros destinos. Sobre todo, en los peligrosos de siempre. Los que no aceptan en el fondo realmente la Democracia porque eso supone conceder derechos a las personas para que no se conviertan en meros ladrillos sobre los que edificar sus privilegios. En los que al final, por acción o inducción, siempre hacen que aparezcan las balas.