Vamos subiendo la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta, esta frase es casi igual a la de una letra de Serrat, me parece acertada para definir este y todos los meses de Enero. Las pasadas navidades, son las primeras sin restricciones por Covid y las primeras de este siglo con restricciones por guerra. Siempre estamos restringidos, constreñidos, comprimidos, oprimidos y hasta sojuzgados por algo. “Es una lata el trabajar, todos los días te tienes que levantar”, cantaba despreocupadamente Luís Aguilé. Tenía razón, el trabajo es un castigo bíblico, pero lo que nunca cantó, es que es mucha más lata no tener trabajo al que acudir, no poderse levantar. El parado envidia la esclavitud del asalariado, el asalariado la libertad del autónomo, el autónomo la tranquilidad del empresario y el empresario la pasividad del rentista. Todos se quejan, pero no es lo mismo el que lo hace por rabia y dolor, que el que lo hace por vicio, a pesar de su pingüe beneficio.
En Enero, todo se vuelve más cuesta arriba dependiendo de lo flaco que sea el perro y de lo que salten las pulgas. Para muchos no solo es este mes el que está cuesta arriba, es el año completo, viven en una cuesta infinita, algunos nacieron en medio de la pendiente. La escasez, se expande como los precios de la fruta o la carne. Hay un anuncio que pregona que “España es el país más rico del mundo”. Aquí se produce de todo ¿Entonces, cómo es posible que todo cueste tan caro? Igual son los agricultores los culpables, o los pescadores, los ganaderos ¿Se estarán forrando? Los que están engordando como cerdos antes de San Martín, son los dueños de cadenas de alimentación. A la diferencia que hay entre lo que se paga por una lechuga a pie de mata y la clavada sufrida en la caja del súper me remito.
No tiene razón el alcalde de Vigo, no nos faltan luces, no tenemos que poner más, todos sabemos dónde está el problema y quiénes son los iluminados. También sabemos que no se puede poner en cuestión la religión del neoliberalismo, que hace que nos sintamos ricos a pesar de ser cada día más pobres. Ya se encarga el poder de repetirnos que vivimos en un “país multicolor”, mientras nos azuza el miedo. El miedo, siempre gris, es inducido, es exógeno, nos lo provocan. La mayoría de hormigas que mantenemos esta infinita colonia, sentimos repelús al abrir el buzón y encontrarnos con las cartas de amor del banco. Da mucho más miedo el recibo de la hipoteca, que la segunda mandíbula de Alien. Drácula y Freddy Krueger, son hermanitas ursulinas al lado del sobre en el que se lee, Endesa.
La economía, tal cual está estructurada, sirve para que unos cuantos vivan de lujo a costa de otros. Sería divertido (de no ser porque es dramático), poder comprobar la eficacia de las instituciones reguladoras del mercado, hacerles un test de calidad. Son muy eficientes, grandes “pitonisos” capaces de ver las inundaciones cuando nos estamos ahogando en ellas. Las soluciones son milagrosas, por eso los “mal pagados” contables del Banco Central Europeo, suben los tipos de interés. Tranquilos, es para parar la inflación, eso hay que reconocerlo, “siempre miran por el bien común”.
¿No son maravillosos?
Los anuncios de salchichas y de seguros del hogar, nos hablan de túneles y luces que centellean al fondo de la oscuridad. Con cada túnel, con cada cuesta, nos hacemos más y más pequeños, también más dóciles, hasta dejar de ser ciudadanos. Somos usuarios, consumidores del maravilloso primer mundo, protegidos por un sistema espectacular. No hemos evolucionado desde la Edad Media, aquí siguen mandando los señores feudales, ahora sin armadura. Manda la espada que tiene un símbolo con una $, o con una €. Ya no hay temor a un Dios uno y trino, vengativo y omnipresente, lo hay al dinero vengativo y omnipresente. Un año no se diferencia de otro, cuando se sobrevive estirando el sueldo como un chicle, para llegar con asistolia al siguiente. Esa es nuestra vida padre, juntar cotizaciones a la Seguridad Social, para cobrar una pensión cuando no soportemos grumos en la papilla.
Tiene que haber algo más fuera de la rutina cotidiana que va del miserable lunes, al puto lunes próximo. No hay playa bajo los adoquines. Por eso solo queda la evasión, esa que nos hace elevarnos y volar lejos, a lugares a los que no llegan los drones. Lugares que nunca están en números rojos.
Me gustaría verte por allí un día de estos.
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