¿Cómo fabricar papanatas?

¿Dónde están papá y mamá? Oh, se han muerto, ya no hay nadie que les lave las vestimentas manchadas con las vomitonas de las noches de movida

Catedrático de Estructura de la Información, Universidad de Sevilla. Entre 1974 y 1991 ejerció el periodismo en medios y gabinetes de comunicación. De todas las tendencias. Desde 1991 hasta ahora es profesor de periodismo. Ha tenido su faceta de literato. Más de veinte libros publicados sobre Comunicación, Historia, Periodismo y Antropología. Once libros de poemas, tres de narrativa, algunos premios, estancias académicas en el extranjero (América y Europa). Ama la música y el gazpacho. Y cree que el periodismo es imprescindible. 

Un grupo de jóvenes se refresca en el Guadalquivir ante el calor.

Papanatas: “Persona simple y crédula o demasiado cándida y fácil de engañar”. Poner al baño María un caldero de agua lleno de igualdades en el que se incluya que el mérito y el esfuerzo son mitos, cosas de ricos de cuna que aplastan a los demás. Los demás son todos vulnerables, incapaces de subir unas escaleras de tres peldaños. 

Dejar en el fuego hasta que se produzca ebullición. Apagar el fuego y retirar el resultado: un guiso de mediocridades que se creen Alejandro Magno cuando en realidad son Alejados Máximos de la cruda realidad, débiles, frágiles y fáciles de engañar aunque peligrosos porque son muchos, son la mayoría social y esos votan, se hartan de programas alienantes en televisión y de darle al móvil día, noche y medianoche. 

En Andalucía hace algún tiempo que Internet es más consultado que la televisión. La red que va en cabeza es Facebook, para subir fotitos y farolear de viajes, de mascotas e incluso de hijos que todavía nacen algunos. La televisión en abierto corre peligro porque las de pago avanzan: Netflix, que es la peor, es la más sintonizada. Gringuerío y feminismo barato por un tubo. La familia ni reza ni come unida, va cada miembro a su bola en su habitáculo doméstico. El humano en estado puro es ya bien visible. Ni es social ni solidario. Es él, él, él. 

Los posmodernos procrean y estiman que su descendencia nunca se equivoca, puesto que han surgido de ellos y ellos son la cuna del saber y del estar. Si las criaturitas no quieren una comida, se les pone otra y, si no, otra. Si el querubín da la tabarra en público se le deja, para eso son infantes con derecho a divertirse allá donde lo deseen. Crecen: van al colegio y luego al instituto. La chiquillada se siente poderosa, a pesar de que su cerebro está en desarrollo lo han educado en democracia plena y con amores que matan (“cariño esto”, “cariño lo otro”), como si fueran Solón o Aristóteles. En realidad, no son los padres los que los han educado, sino que los descendientes han modelado a unos padres procedentes de la olla plena de salsa igualitaria y calentada al baño María hasta la ebullición. Tigres de papel han dado a luz a otros tigres de papel con afiladas uñas, dan el pego, joden y atormentan, pero son de papel y, sin embargo, votan, suponen la mayoría del censo, luego manda el papel que a veces es papel higiénico. 

¿Cómo va a salir una mala descendencia de quienes se sienten Alejandro Magno en virtud de una igualdad que ha nacido de la imaginación de las Mil y Una Noches progresistas? Si el maestro o el profesor le dicen algo por su bien a la chavalería en formación y esta se lo chiva a los engendradores, es lógico que los Alejandros Magnos les digan que les van a dar un espadazo a los enseñantes. Si los enseñantes creen oportuno enviarle unos partes a los modelados padres en los que constatan que la infantería ha cometido errores de convivencia discente, los aguerridos padres y madres se negarán a firmarlos porque es imposible que sus perfectas y tiernas criaturas hayan ejecutado lo que afirman los educadores profesionales que han liado. Los engendradores ni saben ni han estado en los escenarios de los hechos, pero ellos atesoran la seguridad de que jamás sus frutos del amor actuarían como afirman los profesores que han actuado. Los infantes ya se creen Gengis Khan y van camino de equipararse a Júpiter. 

El mico o la mica ya se creen Zeus. Un mal día, golpean a un docente que hablaba tranquilamente con otro alumno. El dios de papel es prendido y reprendido suavemente -y con miedo- por sus enseñantes a los que los políticos encargados de que los respeten consideran autoridades. Qué va, el micro Zeus tiene más poder que una máquina de un AVE y arrastra toneladas de prepotencias, se cree inexpugnable. “¿Por qué has golpeado a ese profesor?”, le preguntan temerosos las teóricas autoridades. “Porque he querido”, responde el insolente endiosado que, para más inri, pertenece a un colectivo más intocable que Eliot Ness, un colectivo de esos a los que llaman clanes, buenos por naturaleza, como Emilio, el hijo filosófico de Rousseau. Uy, uy, uy, pelillos a la mar, ni la poli tiene claro entrar en el caso. Los políticos, menos claro todavía. A la vista de los hechos -que se repiten en varias versiones y con diferentes Zeus como protagonistas- las supuestas autoridades educadoras tiran la toalla, visitan al galeno y se dan de baja por depresiones y melancolías varias. Han ganado los enanos Zeus, por ahora.  

La bola de papanatas va creciendo, sean o no sean clanes, tribus, hordas, blancos, aceitunados o amarillos. Hay a quienes su religión les prohíbe comer cerdo, nada de cerdo en las comidas, faltaba más, el señor y la señora comen a la carta que para eso el Estado cuida la libertad de creencias, de unas más que de otras, pero cuida. Cuando llega un escrito oficial al colegio o al instituto sugiriendo, recomendando, no obligando, a que los nuevos titanes sepan algo de la Semana Santa aunque no hayan elegido la materia de religión, surgen los papanatas nacidos de la ebullición del baño María progresista elevando el grito a los cielos, paradójicamente. 

Me recuerdan a los bolcheviques cuando declararon oficialmente atea a la URSS o a esos anticlericales de plastilina que, ciegos de ignorancia voluntaria y necesaria, no han caído en la cuenta -no les interesa- de que el humano precisa de los dioses para poder sobrevivir a la tremenda ansiedad e incertidumbre que haber nacido conscientes les exige. Fíjense si necesitan dioses que estuvieron a punto de santificar a Pedro Sánchez cuando se volvió eremita por cinco días. 

De modo que si los dioses de papel liliputienses ven transcurrir una cofradía cristiana o pasan delante de una sinagoga o de una mezquita, no tienen ni idea del significado de aquello. Como tampoco saben apenas Historia ni Ética ni falta que les hace, he ahí a los papanatas supremos del hoy y del mañana, cuando los conviertan en carne de cañón del mercado o los sustituyan por una máquina, ni siquiera serán conscientes de lo que les está ocurriendo. Han estado toda su micro vida tan en las alturas, tan cerca de cúmulos y cirros que ahora se tropiezan con una farola en cualquier calle, se han vuelto ciegos como los de la ceguera de Saramago, son carne de cañón.

¿Dónde están papá y mamá? Oh, se han muerto, ya no hay nadie que les lave las vestimentas manchadas con las vomitonas de las noches de movida o que los estén esperando hasta que los papanatas se levanten a las tantas después de haber dormido lo que sea preciso: cállense, que sus majestades descansan. No hay nadie que les riña a los mercaderes que los han convertido en parias digitales; ya se han muerto también profesores, profesoras, maestros y maestras. Los papanatas están solos, los progresistas se han situado con astucia en el régimen del compra-vende, los más listos han usado las puertas giratorias y viven muy bien en el mismo sistema al que sirvieron criticándolo y fabricando papanatas con sus leyes de pitiminí. 

Los papanatas más listos per natura se sobrepondrán al golpe de haberse tropezado con el mundo, bajarán lo posible de la estratosfera, aunque siempre arrastrarán las cicatrices donde tuvieron las espinillas de adolescentes papanatas. Como se sienten en el más absoluto de los vacíos, buscarán con qué llenar sus anodinas e imaginarias vidas. Han vivido en la mentira más aún de lo que vivimos todos, han estado siempre cargando sobre los demás sus culpas y sus responsabilidades, cuando estaban en la universidad les pedían a los profesores que les dedicaran exámenes especiales al margen de las fechas establecidas oficialmente porque ellos tenían que llevar la mascota al veterinario o acompañar a sus abuelitas en el hospital o porque habían estado de Erasmus o de cualquier otra beca y, vaya por Dios, estaban destrozados o destrozadas, incluso destrozades.   

Como digo, una minoría de papanatas se librarán del fuego eterno del papanatismo a causa de su ADN o recordando enseñanzas a las que en su momento dieron poca importancia. La mayoría serán papanatas incluso hasta después de muertos y Dios los acogerá en su Gloria para que sean papanatas per saecula saeculorum. Amén. 

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