La orfandad política de "los viejos"

Es verdad que, según mi óptica de viejo, las ansiedades, angustias, depresiones y suicidios son el resultado de la ausencia o escasa estructuración mental en la vida presente

Catedrático de Estructura de la Información, Universidad de Sevilla. Entre 1974 y 1991 ejerció el periodismo en medios y gabinetes de comunicación. De todas las tendencias. Desde 1991 hasta ahora es profesor de periodismo. Ha tenido su faceta de literato. Más de veinte libros publicados sobre Comunicación, Historia, Periodismo y Antropología. Once libros de poemas, tres de narrativa, algunos premios, estancias académicas en el extranjero (América y Europa). Ama la música y el gazpacho. Y cree que el periodismo es imprescindible. 

Felipe González en el Hormiguero.

Felipe González lleva tiempo quejándose de que se siente huérfano políticamente. Es algo propio de los años que aportan sabiduría y nostalgia. Hay que controlarlas a ambas para que no fastidien demasiado. La sabiduría nos puede volver presuntuosos, prepotentes, arrogantes, intolerantes y cascarrabias, todo en exceso. La nostalgia puede determinar el rigor de nuestros razonamientos porque en el fondo del fondo no aceptamos lo nuevo y seguimos sintiendo y pensando por lo bajini que todo tiempo pasado fue mejor. Es natural, la vida queda por detrás y por delante sólo vemos caos, incoherencias y muertes. En una semana se te pueden ir a hacer puñetas tres seres humanos queridos y así te llevas años si es que no le toca a uno mismo desfilar antes. 

La política es el arte de vivir en sociedad, ese personal que pretende rechazar la política ya está haciendo política, yo soy abstencionista desde hace mucho, mucho, estoy huérfano como el huerfanito protagonista de la canción de Antonio Machín: ni tengo padre ni tengo madre, pero eso también es hacer política, quedo yo, levanto el socialismo o el capitalismo en un sólo país que soy yo mismo y me divierto y me amargo con este nuevo mundo digital que los viejos observamos como absurdo y complicado. ¿Ven?, eso ya son cosas de viejos, desde mi óptica de viejo analógico el conocimiento -que es lo que de verdad vuelve libre al humano, según mi visión antigua- está en destrucción paulatina, lo sustituyen ahora por la hiperinformación, por la infoxicación, por el saber hacer en lugar de por el saber pensar para saber hacer. 

¿Y qué? ¿Acaso no está naciendo un nuevo mundo? Puede existir un mundo sin conocimiento tal y como lo entendemos ahora, el conocimiento lo aportan la Filosofía y la Historia que son las madres de todos lo demás saberes. Eso es lo que los huérfanos pensamos, lo cual no quiere decir que no se pueda vivir de otra manera. 

Es verdad que, según mi óptica de viejo, las ansiedades, angustias, depresiones y suicidios son el resultado de la ausencia o escasa estructuración mental en la vida presente. Sin embargo, todo eso puede deberse a que no hemos llegado a la nueva sociedad posthumana donde el aristotélico-tomismo, el marxismo, el hegelianismo y otros enfoques no hagan falta. ¿Para qué quiere eso el mercado? El creador y el pensador tienden a ser en nuestros días programadores informáticos de lujo para la venta, elevada a deidad absoluta, en definitiva. 

Mientras esa sociedad llega, la selección natural se está llevando por delante a quien no se adapte al nuevo ambiente, a los débiles, a los hipersensibles, a los líquidos, a los seres de cristal de bohemia. Todos ellos se unen a nosotros, los huérfanos y antiguos, que nos vamos a marchar contra nuestra voluntad, dado que todo tiene su fin, por ahora.  

La situación actual tenía que llegar, es el mercado evolucionando, la mano esa invisible del señor Smith, una situación que debe seguir adelante por sí misma, el mundo es como es y no como nosotros quisiéramos que fuera, eso de que el mundo lo hacemos nosotros es discutible, el mundo funciona a pesar de nosotros, de nuestros deseos místicos y fantásticos. Ese avance lo tenemos por desagradable, nuestro cerebro construye mundos imaginarios desde siempre y lo hace para que ese cerebro y su dueño puedan sobrevivir dándole trabajo a la parte más emocional y cuentista del propio cerebro. El fascismo, por ejemplo, es una salida en falso por mucho que ordene coyunturalmente el patio. Es otro cuento y, como todos los cuentos, fascina.   

Y otro cuento más es lo que está protagonizando sobre todo la llamada izquierda, el progresismo, que ha tomado el relevo de la religión. Es una religión que se da de moderna porque prescinde de la religión en la teoría, en la práctica reparte ilusiones, sofismas, limosnas, clientelismo y sentimientos de culpa si no se es solidario con los llamados vulnerables, y ella se queda con el trozo más gordo del pastel. Así lo ve mi mente a la que no hay que echar cuenta porque es una mente vieja, por eso no vota, porque cree contemplar la existencia de partidos progres incoherentes, demagogos, conformadores de un mundo sectario completado por la derecha. 

A buena parte de la derecha española le ocurre algo terrible para los tiempos que corren: no puede vivir sin un Franco. Terminaríamos antes si este personal que se bautiza como liberal-conservador dijera que le sobra el Evangelio así como todo el mundo que no se pliegue a sus negocios y a Estados Unidos. Los otros, los progres y compañeros de viaje, son más claros, dentro de su oscuridad. Nos han dejado diáfano que están de más todos los que no se sometan a sus cuentos progresistas, unos cuentos aburridísimos y repetitivos que ni siquiera tienen el picante y la inteligencia de los de Boccaccio. Se puede y se debe aspirar a cambiar el mundo, pero aportando un discurso nuevo y explicando cómo se va a construir. Lo de los vulnerables y los ricos a los que hay que atarles ruedas de molino y arrojarlos al mar es más viejo que un hueso de dinosaurio.   

Porque, verán. A la izquierda le ocurre algo que es clave: quiere fastidiar a los ricos en nombre de los pobres. Muy bien, eso es antiguo, lo hicieron en todas las revoluciones marxistas habidas. No ha resultado. ¿Por qué? Porque las revoluciones eliminan al humano emprendedor, a los más aptos, para quedarse con el humano aborregado dominado/sometido por una minoría que al final se convierte en una mediocridad violenta dado que el humano es insolidario y egoísta, no se puede levantar un mundo mejor con la masa, la izquierda no es ideología de masas sino de minorías. Cuando el mundo del poder capitalista reacciona y cerca al hereje revolucionario con sanciones, los herejes, si sobreviven a la envestida, se retrotraen sobre ellos y se buscan la vida para que las sanciones no les afecten sino que los afectados sean sobre todo los pueblos a los que pretenden defender.      

Cuando dices eso te acusan de adoptar el discurso neoliberal. Yo no adopto nada, constato, ¿o es que el progrerío está voluntariamente ciego? ¿Necesita esa ceguera para sobrevivir? La izquierda se resiste a aceptar la realidad como miles de millones de personas rechazan desprenderse de sus creencias religiosas. La izquierda ha desembocado en una religión y en sectas y la religión es lo que más ha separado siempre a los humanos al tiempo que sirve para huir de la realidad. Ha sembrado y siembra más odio que colaboración, no puede sembrar amor porque el humano no se ama y menos al prójimo más que a sí mismo, eso es otro imaginario. Ya escribió Bruno Bauer en La cuestión judía que la religión es el principio de la exclusión entre los seres humanos. 

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Le dejamos el mundo a las derechas que son el egoísmo destructivo en persona? Cuando hacemos eso, a medio y largo plazo aparecen las consecuencias del hombre lobo contra el hombre. Vaya, entonces hay que destruir a las derechas. Y volvemos a lo anterior: si destruimos a los que emprenden ya sabemos lo que ocurre. ¿Cuál es la solución, pues? ¿La socialdemocracia? Eso es la izquierdecha, ni chicha ni limoná, la cómplice del desastre que ha resultado el mercado, convertido en una salvajada, con perdón para los mal llamados salvajes. No, la solución es la ética y la moral, lo que ocurre es que no sabemos aún si el humano será capaz de alcanzarlas antes de autodestruirse si sigue actuando con ese cerebro primario del que hablaba la premio Nobel Rita Levi-Montalcini. Y la ética y la moral se hallan tanto en las derechas como en las izquierdas.   

Mi orfandad se basa en lo que acabo de discurrir. ¿Qué hacer? Piénselo ustedes y voten lo que les dé la gana, ahora, en el siguiente sainete que se llama elecciones europeas, yo no voy a decirlo todo y más sin cobrar. ¿Por qué sainete? Porque sólo nos dejan jugar con los juguetes más simples y además esto no son elecciones europeas sino yanquis encubiertas, no vota Rusia que es Europa, votan todos los habitantes de los países que Estados Unidos y sus lametraserillos -robo la palabreja a José María García- deciden y promueven sus medios de comunicación. 

Lo que yo quiero es que se acabe la guerra que EEUU ha montado en Europa y que baje mucho el Euribor y que el euro tenga más fuerza que el dólar, que el dólar pase a mejor vida, que la banca privada no tenga tantos privilegios como le concede la pública, que la banca pública europea tenga más transparencia como pretende el profesor Juan Torres quien ha escrito sobre el BEI: “la real imposibilidad de que se tengan en cuenta las preferencias sociales a la hora de establecer prioridades de financiación muestran, una vez más, que nuestras democracias son realmente incompletas y que cada día resultan más vacías como instrumentos para reflejar el interés y las preferencias de los pueblos. No pueden serlo si la capacidad de decidir sobre las cuestiones económicas de mayor calado se hurta a la ciudadanía”.

Deseo que, si tiene que existir la OTAN, sea europea, sobre todo, que no existan enfrentamientos ni alarmas sociales con el pretexto de Rusia sino acuerdos comerciales y de colaboración con ella como ya estaban haciendo algunos países, empezando por Alemania.  Rechazo que me digan quiénes son los buenos y quiénes los malos; me niego a que me utilicen como tonto útil, yo desciendo de Leucipo, de Marco Aurelio, de Carlomagno, de Enrique VIII, de Cromwell, de Leonardo da Vinci, de Maquiavelo, de Hegel, de Freud, de Einstein, no del Tío Sam, es él el que desciende de mi madre Europa, la atractiva muchacha raptada por Zeus que se deslumbró ante ella. Parece que mi descendencia no sirve para nada. Soy un viejo huérfano y punto. A cargar con esa cruz mientras otros mundos van naciendo. De malos o buenos partos.    

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