En un país en el que llaman facha hasta a Serrat, no cabe duda de que la ignorancia campa a sus anchas.
Por lo visto en la última junta de gobierno local en el Ayuntamiento de Cádiz, parece ser que el alcalde y los suyos quieren arrebatarle a la populosa e histórica población turca de Estambul el título oficioso de ciudad de los gatos. Para ello comenzará alimentándolos en condiciones, con 40 profesionales de la gastronomía gatuna acreditados para tal fin. Personas que por cierto, y según explican desde San Juan de Dios, ya se dedican a ello, y de lo que se trata es de legalizar su situación siempre que cumplan con una serie de requisitos. Precisamente la opinión de estas personas, la de los veterinarios y otros colectivos defensores de los derechos de los animales, ha contribuido a la adopción de esta peculiar medida.
No sabemos qué pensarán los gatos turcos sobre lo que se está cociendo con sus parientes gaditanos, pero parece ser que allí también están óptimamente alimentados e incluso disponen de albergues, por lo que me temo que la diáspora gatuna no cuajará. Hay quien piensa que la verdadera razón de alimentar bien a los gatos es mantenerlos sanos y fuertes para que hagan frente a una de las plagas que más críticas aglutinó para el gobierno de Podemos en meses pasados: las ratas. Si en Hamelín la solución fue contratar a un flautista, en Cádiz se ha abandonado la imaginación por el recurso de una enemistad histórica y universal cuyos resultados ya veremos si se asemejan al cosechado en la ciudad alemana y del que tuvimos noticia gracias a los hermanos Grimm.
Sea como fuere, lo cierto es que el asunto más destacado en la junta de gobierno, el de los gatos, culmina una semana que comenzó con otra polémica decisión como fue el cambio de nombre de la Avenida Ramón de Carranza, que seguirá llamándose Canalejas aunque en su diminuto rótulo luzca 4 de Diciembre de 1977. Guste o no guste, se hace cumpliendo la Ley de Memoria Histórica, si bien tampoco ha quedado tan claro que este señor, fallecido en septiembre de 1937, sea el cruel alcalde que muchos dicen. El nombre elegido para sustituirle en el callejero fue elegido en el Ayuntamiento, sin consulta popular, como parece que se va a hacer en el estadio que también lleva su nombre. Una manera más de tener a los gaditanos entretenidos durante meses.
El templo del fútbol cadista, que son palabras mayores en Cádiz, lleva décadas con ese nombre. En su Fondo Sur se sienta un grupo de reconocido carácter y simbología izquierdista y en todo este tiempo a nadie le ha importado que el Carranza, su Carranza, elevado a los altares año tras año sobre el escenario del Falla, fuese en recuerdo de un alcalde franquista, de un facha. No soy yo el más indicado para recordar todo lo que se ha cantado al Carranza en el carnaval, siempre de manera sentida, y nadie ha llamado facha a nadie por ensalzar el nombre de un fascista. ¿Si cambiarle el nombre a un estadio es problemático, por qué no lo es hacerlo con el de una calle?
El presidente de la Federación de Peñas Cadistas ha declarado que ellos no le dan la connotación política, y aboga por el nombre de Estadio Carranza. Argumento bastante débil en mi opinión; si se llama Carranza seguirá siendo en memoria de un fascista, según lo aportado por el Ayuntamiento, y si desvinculamos el nombre de los lugares a los que denominan, sólo habría que eliminar los que estén en la vía pública. Un teatro, un recinto deportivo... en ellos no se hace política, pero no ha sido excusa para que, por ejemplo, en Zaragoza se cambiara el nombre del pabellón Príncipe Felipe. Y sin ley mediante.
Si Carranza es un fascista su nombre debe desaparecer del estadio, muy a mi pesar. Si en todo este tiempo nadie protestó, supongo que sería por desconocimiento de los aficionados, aunque me resulta difícil creer que nadie conociese el pasado del alcalde que daba nombre al templo de los cadistas. Seguro que el primer edil actual ha cantado alguna que otra copla sobre el Carranza y los sentimientos que allí se viven, lo que no sabía es que ignoraba a quien ensalzaba. Y es que en un país en el que llaman facha hasta a Serrat, no cabe duda de que la ignorancia campa a sus anchas.