De Primero de Compostura: capítulo 2

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Voy a pecar de white-feminism y voy a hablar sólo de lo que conozco. Ustedes me perdonarán. Pasen, por favor.

Si nos damos una vuelta por la red de redes, encontraremos una y mil interpretaciones visuales de la menstruación femenina. Ilustraciones y fotografías más o menos maquilladas, o más o menos gráficas. Reflejar la sangre, incluso alabarla de forma artística, no es lo más complicado; requiere mayor ingenio reflejar en una imagen los otros dos aspectos más duros de la regla: el dolor físico y la vulnerabilidad emocional. Al menos, reflejarlos fielmente. Hay caricaturas que lo intentan, pero qué va…

Se puede pensar que es la sangre el gran tabú de la menstruación. Esto depende de cada persona; hay quien se escandaliza mucho con este tema, hay quien se lo toma con normalidad y hay quien santifica la menstruación femenina. Efectivamente, la menstruación es signo de salud y la correcta formación de un óvulo maduro es esencial para que exista un embarazo que llegue a buen puerto. Sin embargo, hay quien se siente “iluminado” por la sangre menstrual… Personalmente, a tanto no llego. Yo, si me pudiese ahorrar la menstruación a excepción del momento de mi vida en el que decida quedarme embarazada, me la ahorraba. No la iba a echar de menos ni le iba a escribir una oda. Las cosas como son. Hay quien lo hace -lo de cantarle odas- y muy libres que son.

Pero quizás no es la sangre el gran tabú, sino algo más sutil, algo que no se ve siquiera: el dolor. El dolor desgarrador que la mujer sufre estoicamente para no molestar.

Es verdad que hay mujeres a las que les da reparo preguntarles a otras, en un momento de necesidad, si tienen un tampón en el bolso. Les da reparo porque se exponen, por culpa de nuestra educación, como seres “sucios”, aunque sea por un periodo corto de tiempo. ¿Saben que, aún a día de hoy, hay mujeres aferradas a una incomprensible e insalubre tradición católica que consiste en no ducharse mientras tengan la regla? Hay niveles; a algunas les basta con no lavarse la cabeza. Admito que esa tradición sí es sucia, pero no cualquier mujer que tenga la menstruación. El caso es que eso de ir mendigando entre tus amigas o tus compañeras de trabajo una compresa o un tampón da reparo, pero ocurre. Ocurre porque la regla nos ha pillado fuera de juego a todas en alguna ocasión. Lo que no va a pasar es que una mujer acuda a su superior a decirle que dos días al mes, sin previo aviso, faltará a trabajar porque los dolores la dejarán postrada. Siendo generosa, claro, porque siempre habrá un día previo a la llegada a la menstruación, en el que la migraña se cebará impiadosamente contra su cabeza. Pero, volviendo al superior que escucha nuestra propuesta -sea hombre o mujer-, seguro que la respuesta, en todo caso, será algo así como “pues tómate un Ibuprofeno y ya está”. Me impresionan las mujeres que optan por esta respuesta, pero siempre he entendido que no tenemos tradición de ayudarnos las unas a las otras, aunque me parezca un error.

Vamos, que con lo de disimular la sangre habrá quien eche un cable, pero con tu dolor, querida mía, apechugas tú solita. A mí la productividad no me la trastoques y no vengas pidiendo días libres, que no está el patio para ausentarse del trabajo tan alegremente. Ibuprofeno y ya.

Pero no. Ya no.

Que los dolores de la regla se van con un Ibuprofeno no es verídico en todas las mujeres, ni en la mayoría. Algunas necesitan dos o tres al día, o mezclarlo con otros analgésicos, o incluso empezar a tomar pastillas anticonceptivas, siendo aún niñas, para controlar la cantidad de sangre y el dolor. Esto puede disminuir por unas horas la inflamación interna, pero lo de hacer desaparecer el dolor es relativo, no digamos ya las bajadas de tensión. Imaginemos que sí. Imaginemos que todos los dolores desaparecen con un cóctel de pastillas. ¿Cómo le explico a mi hígado la cantidad de ibuprofeno que cada mes, durante años, le he hecho tragar? ¿Cómo justifico un chute diario de hormonas ante mi organismo? Es de todo menos sano.

Las bajadas de tensión son el complemento que nunca falla. Y esto no lo soluciona un antiinflamatorio. Desmayos, mareos, falta de apetito, migraña, etc., se suman a la convención mensual de samuráis enfurecidos que acoge tu útero. Cuchilladas internas; esa es la imagen gráfica más cercana, si me preguntan mi opinión. Pero esto a la sociedad no debe, bajo ningún concepto, molestarle. Te las apañas, nena. ¿Cómo? Pues sufriéndolo con la boca cerrada, mira que preguntar… Y, por lo que más quiera, que no se te note. Que ni sospechen siquiera que estás menstruando. Que no sean capaces de adivinar si estás o no estás “en esos días”. Disimula, porque como tengas que esperar a que comprendan que tienes un perro rabioso arañándote a zarpazos las paredes del útero las veinticuatro horas de aquí a cuatro días, vas lista. Tú pon tu mejor cara y atiende tu puesto de pescadera como cada día, en pie y con predisposición a dar los buenos días. O ten paciencia y entiéndete con tus alumnos de matemáticas como si no te doliera la cabeza a reventar y estuvieras a punto de desmayarte. O no pares de llevar y traer bandejas llenas de mesa en mesa aunque tu vientre se esté desangrando y lo estés sufriendo sin anestesia. ¿Y esa cara pálida y desencajada? Pero sonríe, mujer…

A todo esto debemos sumarle eso que decíamos al principio: la vulnerabilidad emocional.

Hablaremos de ello el próximo jueves.

Aquí les espero.

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