El ejercicio de un cargo público se ha convertido en una montaña rusa y una actividad de alto riesgo. No dudo de la mejor intención de todos nuestros políticos en sus cometidos, pero los titulares son tozudos.
Sospechas de tráfico de influencias, corrupción, prevaricación o blanqueo de capitales. Da igual cuando leas esto, porque es esa sombra que está presente detrás de las cuestiones trascendentales de la política española de las últimas décadas.
¿Qué hemos hecho para merecer esto? Esta pregunta se sucede en los parroquianos de los bares cuando echan un vistazo superficial al periódico del día que se tercie. Sin embargo, la respuesta está mucho más cerca de lo pensado: el espejo de los propios ciudadanos.
¿Dónde están los valores de la sociedad? Virtudes como la humildad, honestidad o el esfuerzo se han devaluado. Y muchas personas se empeñan en explicar su propio éxito mediante la técnica del rodillo, hundiendo a quienes tienen enfrente pagando el precio que resulte sin más contemplaciones.
Paralelamente, la justicia hace lo que buenamente puede con los medios que tiene para perseguir al delincuente y chorizo que pudre las "cosas buenas" de un gobierno. Pero el populismo todo lo fía... por un puñado de votos.
En definitiva, toca creer desde el ateísmo del ejemplo del buen gobierno. Mañana podría ser tarde, pero toca tener recelo a la demagogia nuestra de cada día.
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