Salvo que se rompa, una brújula siempre sitúa el Norte. Es una verdad con la que vivimos. Desde ahí, desde el dato, uno puede legítimamente tomar cualquier camino. Pero la vida es más compleja que los mapas. No podemos tampoco cartografiar nuestro espacio vital para situarnos bien. En esta complejidad, uno a veces solo puede contar con su intuición, con lo que una cierta ética interior nos dicte.
En España, como país occidental de esta era de redes sociales, para muchos hay una brújula que no les guía al Norte. Como una fuerza telúrica que corrompe todo, que surge de lo profundo y se proyecta, el odio les está guiando hacia lugares donde no está el Norte, porque lo han perdido. Un odio total e irracional muy peligroso.
Un odio que les empuja a tratar de utilizar un hecho que ha consternado a todo el mundo, como es el asesinato de un niño de 11 años. Con una víctima, con una familia. Un suceso que se mediatizó rápidamente por su gravedad, pero también porque se puso en marcha una operación jaula para dar con el asesino, lo cual implicó a la sociedad toledana.
Y desde el primer momento estuvieron empeñados en que había sido un extranjero. En redes sociales, pero no solo en ellas. Con representantes públicos sembrando semillas que se recogen años después. Llenando todo de odio.
Lo de menos, para ellos, es si el asesino era o no español. Es español. Pero da igual. Porque ya han cumplido su función. Muchos, con el paso de los años, cuando vagamente recuerden este suceso, asegurarán, engañados, que fue un extranjero.
Y en realidad da igual si es español o no. Porque ni siquiera de ser extranjero se justifica sembrar la duda sobre millones de personas. De haberlo sido, eso no responsabiliza a todo un colectivo de personas de toda condición. Igual que no es responsable cualquier otro por ser español de aquello que haya hecho un compatriota. El derecho penal se ejerce individualmente contra cada persona.
La reflexión, y vale para cualquier forma de entender el mundo, es la siguiente: desconfíen de quienes necesitan la mentira para defender su posición. Una mentira basada en el odio, en la irracionalidad. Es de tener esa brújula ética quebrada, inservible, esparcir mentiras en las primeras horas de un hecho tan atroz. Plantéese si le quieren empapar de xenofobia utilizando mentiras, verdades a medias, o una selección concreta de sucesos, en datos falsos, absurdamente descontextualizados.
Y valga una vez más pensar en que la empatía es el mayor acto de patriotismo. Un patriotismo basado en búsqueda de un bien común, incluso con cierto sacrificio. El sacrificio de buscar la verdad, algo que puede cansarle en estos tiempos. Es no comprar un discurso simplista y facilón. No legitimemos a quienes tienen los dedos negros de odio con cada tecla que pulsan para sus mensajes en redes sociales. Aceptemos la diversidad de opciones políticas, la pluralidad, pero con el límite del uso de la razón. Cada día vemos más cómo se impone la irracionalidad. ¿Qué pasa?
Cualquier forma de abordar cualquier problemática en la sociedad, sea la que sea, debe basarse en la búsqueda de un bien común, en la Justicia, en la ética, en el cumplimiento de los derechos humanos y de los derechos fundamentales de nuestra Constitución, que garantiza la tutela judicial efectiva, previene el odio y obliga a que cada paso en una investigación sea limpio. Romper con eso lleva a caminos intransitables. Porque, lo mismo, por ninguna razón, por lo que sea, si los odiadores se multiplican y definen el mundo, quizás, para algún odiador, resulta que usted pertenece a algún colectivo digno de ser odiado. Y qué injusticia. Qué mundo más feo se quedaría. Qué de brújulas rotas.