Las dos caras de la Junta del 'forfait': pide a Moncloa más medidas, pero no activa las que tiene en su mano

Moreno Bonilla tiene miedo a ser el 'coco' de la pandemia y se escuda en una cosa que también es cierta, la inoperancia del Gobierno central. Ambas administraciones tienen miedo a quedar de previsores, un valor que hasta ahora parecía ser positivo en política

Subdirector de lavozdelsur.es. Graduado en Derecho por la Universidad de Cádiz, licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria en cabeceras de Grupo Joly, con varios años de experiencia también en empresas de marketing.

Moreno Bonilla en Sierra Nevada, en una imagen de archivo. FOTO: Junta

La situación sanitaria resulta muy preocupante. Porque esta tercera ola tiene un componente diferente a la segunda, y es que el crecimiento es enormemente abrupto. El caso de las ciudades de más de 100.000 habitantes en Andalucía -en los pueblos pequeños, con una familia afectada ya se dispara la tasa- lo deja claro. En la segunda, de octubre a noviembre, hubo un crecimiento mucho más lento. Ahora, hablamos de que en cuestión de días se va duplicando la tasa y, aunque tiene que ir relentizándose por las medidas posteriores a los días de Reyes, el coronavirus se ha desbocado. La matemática crea el pesimismo:

De los 321.000 andaluces que han dado positivo desde el inicio de la pandemia, 29.000 han requerido ingreso en algún momento, algo menos del 10%. Y en esos 29.000 no se computan los mayores de geriátricos medicalizados. De entre esos 231.000 positivos hay 5.500 muertes. Por eso, de entre los 3.300 positivos de los pasados siete días, probablemente -por probabilidad, insisto-, habrá casi 300 ingresos más. Esto, semana a semana, y teniendo en cuenta que hay ingresos de un día pero también de semanas, pone en riesgo la capacidad hospitalaria, tema esencial del covid. Es un fracaso como sociedad que en una tercera ola se experimente la aplicación de los planes de contingencia que implican que otros enfermos, salvo los que necesitan intervención urgente o por un tumor, no vayan a operarse. Los estragos sanitarios del covid no son solo los referidos directamente a él, sino los consiguientes. 

A lo largo de esta semana quedarán cerrados perimetralmente más de 300 municipios, como poco, tras la actualización del lunes, incluyendo seis capitales de provincia. Más de un centenar, además, sin negocios esenciales, un cierre como el de Granada de noviembre. Y lo desesperante es que la aceleración de la curva deja entrever que, salvo frenazo, es cuestión de días que aplique a muchos más. Este jueves volverán a reunirse los comités provinciales de salud, que analizarán los números de ese día. Mientras, ya no hay apenas hospital de referencia en Andalucía que no haya suspendido operaciones. ¿Aguantará sin colapsar totalmente el sistema, como en marzo?

En estas se encuentra la Junta de Andalucía, obligada a hacer malabares en dos aspectos: la gestión pura y la del escenario político. Por un lado, Moreno Bonilla, como presidente andaluz, es consciente de la dificultad de la situación sanitaria y que, cuanto más tarde en salir Andalucía de este bache de la tercera ola, más daño recibirá la economía. Pero, por otro lado, Moreno Bonilla, como líder del PP, no quiere ser el que confine, o no quiere ser el único responsable de las consecuencias económicas negativas para hostelería, comercio y turismo. Necesita la complicidad de Moncloa, que parece más interesada en mantener las elecciones catalanas y en no dañar más su respaldo electoral que en hacer uso de las competencias que tiene, aunque bien haría el PP nacional, igualmente, en no tratar de sacar rédito de cada una de las olas para retumbar las cacerolas conspiranoicas.

Le falta valor a ambas administraciones. Porque la Junta, aunque se empeñe, sí tiene más mecanismos. Habla únicamente de confinar pueblos concretos, y que no puede porque no le dejan, pero medio mapa andaluz está ya en máxima alerta; habla de bajar el toque de queda a las ocho pero la actividad no esencial sigue funcionando hasta las seis. Seguro que Moreno Bonilla haría, legítimamente, las cosas diferentes si fuera presidente del Gobierno. Tiene sentido, en términos económicos, eso de recortarle horas al día en la calle, porque justo después de la salud tiene que ir la economía, y quizás no sería descabellado imponer un toque de queda a la media hora posterior de que cierre el último bar a las seis, o a las cuatro, por poner un ejemplo.

Pero lo que no tiene sentido es que este pasado fin de semana, en plena tercera ola, los vecinos de Algeciras pudieran encaminarse a echar el domingo a Tarifa, por ejemplo, siendo el Campo de Gibraltar el epicentro y sospecha de estar minada de la nueva variante británica. O que una persona de Cádiz capital saliera a Conil pasando por San Fernando, que ya estaba perimetrado. Es decir, es cierto que a la Junta le faltan algunas herramientas que legítimamente querría utilizar, pero también tiene otras de las que no hace uso y que parecen más que convenientes teniendo en cuenta que ya la excepción es la localidad donde van las cosas bien, y no al contrario. El mapa ha cambiado en horas, es cierto, pero no es un problema de agilidad, que la tiene la Junta para cerrar y abrir como demuestra el actual sistema de cierres impuesto. El problema está en la voluntad de anticiparse y de tener el valor de cerrar comercios no esenciales y hostelería, o limitar más sus horarios, cuando sabe perfectamente que es cuestión de días que lleguen las cifras que lo harán necesario. O de horas. Hay grandes municipios con brotes incontables que han pasado de 400 a 600 a 800 en días. ¿Cómo no van a llegar a mil si apenas les habían tocado restricciones hasta ahora? Pienso en Jerez porque es donde vivo. Pero vale para muchas grandes ciudades.

Es una tomadura de pelo llamar a confinarse voluntariamente, a no salir, cuando se mantienen negocios abiertos. Hace falta mayores miras en este momento. Más miras que pensar que el inactivo Gobierno de España es simplemente malo por no permitir confinamientos selectivas. Y mientras, en toda esta maraña, el preocupado Moreno Bonilla -lo estaba el viernes, era obvio- mandaba cerrar pueblos y detener mucha actividad, menos el acudir a Sierra Nevada. Serían dignas de enciclopedia las explicaciones de su Gobierno de las últimas horas de no ser porque la Larousse de la Pandemia es como el Libro de Petete y los ciudadanos nos hemos acostumbrado a tanta improvisación, por parte de cada una de las administraciones.

Mientras tanto, bares, comercio y turismo extenuados, principales motores económicos. Y, mientras tanto, el alcalde de Almería, del PP, Ramón Fernández-Pacheco, lo resumía en modo PP. Recordaba, por un lado, que "no es el momento de titubeos, ni de dudar, sino que es momento de decirle a la gente claramente que se quede en su casa, que hemos disfrutado de la Navidad y que ya habrá tiempos mejores, pero que ahora toca cuidarse porque la cosa está muy mal". Y sobre los respectivos gobiernos, daba un toque a la Junta, pidiendo a las "administraciones con competencia en mi ciudad, que se arremanguen, tomen medidas excepcionales y hagan lo que tengan que hacer para salvar la vida de los almerienses". Y sin olvidarse de la economía, porque "el cierre de toda la actividad no esencial sería, sin duda, una catástrofe". Es un sudoku, pero nadie tiene valor de intentar ni siquiera resolverlo. ¿A qué espera la Junta, ante un Gobierno sin iniciativa, a poner en marcha las medidas que hagan falta para que, al menos, no haya que cerrar todo de una vez durante varias semanas? Ya tenemos precedentes de que podemos vernos en esas. Y esta tercera ola se parece demasiado a la primera.

 

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