Veinte días más tarde de los tristes acontecimientos que alteraron de manera trágica la vida de miles de valencianos y valencianas y cuando las familias empiezan a dar descanso eterno a cientos de víctimas y los cuerpos de emergencias intentan restablecer la normalidad en cada una de las poblaciones conviene, sin dejar de prestar nuestro apoyo y solidaridad, intentar despejar las tinieblas en las que los creadores interesados de bulos han envuelto la desgraciada realidad.
Los más encarnizados propagadores de bulos de nuestro país invadieron ya desde los primeros momentos la calles y plazas de los pueblos y ciudades afectadas por la tragedia para esparcir más fango en lugar de ayudar a retirarlo. Lo más granado de la fachosfera española se dio cita allí no para ayudar a sobrellevar los momentos más difíciles sino para generar más confusión al tiempo que echar sal sobre la herida que la Dana acababa de abrir en el cuerpo social de todas las personas afectadas y al mismo tiempo sobre quienes asistíamos estupefactos a aquel espectáculo apocalíptico de muerte y destrucción.
La mentira se había convertido ya en una fuerza casi tan destructiva como el agua que se había llevado por delante vidas y haciendas de miles de personas. Bulos, como el de los cientos de muertos del aparcamiento de Bonaire que nunca, fueron añadieron por momentos mayor dolor y sufrimiento a quienes allí viven y también a quienes en la lejanía nos sentíamos partícipes de la tragedia. Sirva este mismo caso del parking de Bonaire para poner de manifiesto la bajeza moral y la falta de escrúpulos de los agitadores políticos vinculados a la extrema derecha pero también de las televisiones convencionales y los programas de las presuntas estrellas de la comunicación capaces de “matar” la verdad por conseguir audiencia.
La tragedia ha sido el pretexto para que la mentira, más allá de las responsabilidades en la gestión de unos o de otros, se extienda por el timeline hasta del vecino más cercano al que siempre has considerado una persona sensata e incapaz de caer en la trampa que los bulos nos tienden cada día. Reconozco que llevo días eliminando a conocidos cercanos de mi grupo de amigos en Facebook o X (antes Twiter) donde han difundido de manera inocente o inconsciente, de otra manera no podría entenderlo, bulos tan escandalosos como los que intentan desacreditar la enorme labor humanitaria de Cruz Roja por su atención a los inmigrantes o aquellos otros que pretenden minar la confianza en quienes prestan la ayuda necesaria en momentos tan difíciles.
No voy a hacerles el favor de citarle por sus nombres y apellidos, ni a los agitadores ni a los panfletos pretendidamente periodísticos ni tan siquiera a los conocidísimos programas de las televisiones convencionales y sus presentadores estrellas a la búsqueda de la audiencia perdida, ni siquiera a quienes desde el ámbito de la extrema derecha y la derecha extrema de este país alientan económicamente a los profetas del bulo con el único objetivo de obtener rédito electoral de la desgracia ajena, pero si creo que todo ese entramado de mentiras y falsedades están dañando lo más profundo de la convivencia democrática hasta el punto de que quizás estamos olvidando nuestra historia y condenándonos a repetirla.