Son momentos difíciles los que atraviesa el Partido Socialista a raíz del conocimiento público de un presunto y más que probable caso de corrupción por parte de un asesor el exministro Ábalos. Como siempre que hechos de este tipo son conocidos y afectan a los socialistas se produce un ataque coordinado de la acorazada mediática que se lanza sin pudor y también sin piedad no sólo sobre quienes aparecen en el sumario judicial sino también sobre todo aquel que algún día tuvo el atrevimiento de darle los buenos días.
La verdad es que el personaje, el tal Koldo, al que hace 14 años Sánchez consideraba un titán contra los desahucios, de ahí lo del último aizcolari dada la afición por hacer leña del susodicho, ha hecho lo posible y lo imposible para protagonizar los hechos que han saltado a la opinión pública de la mano de la investigación de la UCO de la Guardia Civil y la consiguiente apertura de sumario por la autoridad judicial. Hasta tal punto llegaba su sintonía con la campaña de las primarias de Sánchez que se convirtió en el guardián de los avales de esa candidatura gracias a la confianza depositada en él por Santos Cerdán, uno de los puntales de la candidatura de Sánchez y avalista del tal Koldo ante las altas instancias del partido y más tarde del Gobierno.
Y la primera víctima colateral ha sido el propio Ábalos, que lo había acogido primero en Ferraz y más tarde en el Ministerio de Transportes. La maquinaria de Ferraz se puso de inmediato en la tarea de salvaguardar a las más altas instancias del partido y del Gobierno en una dinámica que me ha recordado la de aquel presidente andaluz que cuando avistó a los tiburones hambrientos de EREs decidió poner tierra de por medio lanzándoles poco a poco a quienes habían sido miembros distinguidos de gobiernos socialistas, incluido el propio suyo. De esa manera conocieron el agua salada de la ingratitud consejeros y consejeras como Viera, Fernández, Rodríguez, Vallejo y hasta quien había sido su mano derecha, Carmen Martínez Aguayo, y todo ello sin querer darse cuenta de que la víctima preferida de los tiburones políticos y mediáticos era él mismo, lo que ocurrió cuando ya no quedaba ninguna presa que arrojarles.
Independientemente de las responsabilidades penales de las que por el momento Ábalos parece estar exento, se ha decidido aplicar el principio de las responsabilidades políticas pidiendo sin éxito la dimisión del ahora diputado. No sabemos qué deparará el futuro del sumario judicial, pero a día de hoy la actuación de la dirección federal del partido se me antoja precipitada y egoísta, a menos que en esas instancias se conozcan hechos que el común de los mortales ignoramos. Si alguien pensaba que arrojando al exministro a los tiburones vendría la calma después de la tempestad se equivocaba, tal como el propio Ábalos había manifestado con el riesgo de extender las responsabilidades.
Y la realidad de las últimas horas ha venido a confirmarlo, ahora la diana sobre la que confluyen las flechas del odio no es otra que la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, y no me cabe duda de que el ministro de Política Territorial es el siguiente en subir al potro de la tortura, y todo ello sin olvidarnos de Santos Cerdán, el hombre para todo de Sánchez, que también tendrá su momento de gloria ante el tribunal de la derecha política y sus medios afines.
Y lo peor de todo es que se han erigido en jueces divinos quienes arrastran las cadenas de la corrupción endémica de este país, incluida la amante de la fruta cuyo hermano hizo caja con ese mismo material o el alcalde de la capital que se dejó timar por el noble Medina y su socio.
Lo cierto y verdad es que la primera semana del caso Koldo ha servido para que todos, sobre todo los partidos mayoritarios, hayan aprovechado para echar más leña al fuego del desprestigio de la clase política como si de un remake de aquel Duelo a garrotazos de las pinturas negras de Goya.