Pedro y el laberinto catalán

No es este el dilema que ha llevado de nuevo a Sánchez al borde de su personal precipicio, ese al que gusta de asomarse con más frecuencia de la que sería deseable para alguien que lidera un gobierno de coalición progresista

Salvador Illa y Pedro Sánchez tras la victoria en Cataluña.

Resulta acreditado que a Sánchez le gusta un precipicio más que a Thelma y Louise, las protagonistas de aquella maravillosa película de 1991 protagonizada por Geena Davis y Susan Sarandon que decidieron lanzarse al abismo del Gran Cañón antes que perder la libertad.

No es este el dilema que ha llevado de nuevo a Sánchez al borde de su personal precipicio, ese al que gusta de asomarse con más frecuencia de la que sería deseable para alguien que lidera un gobierno de coalición progresista, y hago especial énfasis en estas dos características. Primero, porque supone implicar al socio de coalición y a sus apoyos parlamentarios, lo que se ha venido llamando el bloque de la investidura, en una estrategia que no es compartida ni, por una parte, parece que importante, del propio partido. Y en segundo lugar, porque el votante socialista, el que como yo viene anteponiendo el deseo de un gobierno progresista a las extrañas coaliciones de la derecha extrema y la extrema derecha, puede terminar hastiado de estas descargas de adrenalina totalmente innecesarias.

Y es que el laberinto catalán se ha convertido en el espacio donde el presidente Sánchez ha decidido acampar en este tiempo vacacional para el conjunto de la ciudadanía y poner de los nervios no solo a la derecha irredenta sino también a la propia organización donde tantos años milité y todavía sigo apoyando cono espectador privilegiado. Esta vez no ha sido solo Page, la bestia negra del sanchismo, sino al menos otras cuatro federaciones territoriales del PSOE quienes han exigido de viva voz al Secretario General un debate interno sobre el acuerdo de financiación catalana con ERC. 

Ha dejado Page de ser el llanero solitario de la sensatez en temas de política territorial en el ámbito socialista y presidentes como el asturiano, poco sospechoso de veleidades antisanchistas, ha decidido unirse al coro de voces que dentro de la organización plantean algo tan sencillo y elemental como el derecho a debatir y pronunciarse sobre dicho acuerdo, exactamente lo mismo que va a hacer la otra parte firmante del acuerdo de investidura de Illa.

Nadie puede negar al Secretario General socialista su derecho a intentar un acuerdo de investidura para Salvador Illa, nadie puede negar tampoco la legitimidad del PSC para intentar que su victoria electoral cristalice en un gobierno de progreso en Cataluña que suponga la superación definitiva del procés. Pero ambas cuestiones no pueden suponer una prueba de estrés de tal magnitud como la que Sánchez ha provocado para su partido. Quienes defendemos, frente a la derecha más canalla de las últimas décadas, la legitimidad de la presidencia de Sánchez al tiempo que denunciamos las estrategias políticas de inspiración judicial para desestabilizar su Gobierno, no estamos exentos de espíritu crítico para recordarle a Sánchez el final trágico de Thelma y Louise.

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