De la desigualdad

Personal encargado de la limpieza de las calles en una imagen de archivo.

El origen social, la raza, el género, la renta o la riqueza son algunas de las causas que nos ayudan a comprender las desigualdades sociales. Groso modo podemos concluir que la estructura social viene determinada por la riqueza y por la renta. Y como la inmensa mayoría de los ciudadanos tenemos que trabajar para obtener un salario con el que sobrevivir, la renta se convierte en una pieza fundamental para explicar eso que los especialistas llaman estratificación social.

Por eso la “Estructura Ocupacional” se convierte en un factor de primordial importancia para conocer la desigual distribución de la renta, y con ello profundizar en el conocimiento de las desigualdades sociales.

Y dos son los factores que, históricamente, intervienen sobre la estructura ocupacional y la van modelando: los cambios del sistema económico y las decisiones políticas.

Los cambios económicos más significativos son, en mi opinión y relacionados con el mercado de trabajo y la estructura ocupacional, la digitalización de la economía, la notable disminución de empleos de remuneración media y el aumento de empleos de alta y baja remuneración, (aunque no en la misma proporción). El alto índice de paro completaría la foto que se pretende mostrar.

Por otro lado, las decisiones políticas adoptadas en los últimos años (antes de la llegada del gobierno de coalición) han contribuido, de manera inequívoca, a incrementar la desigualdad. Que las rentas de trabajo y capital sostengan al estado en mayor medida ayuda a comprender esta afirmación que, junto con las bajadas de impuestos a los ricos, la concesión de becas a las rentas más altas (y en colegios privados además) así como los continuos recortes  en las transferencias a programas asistenciales, prestaciones, subsidios, etc., dibujan un escenario demoledor, en un país, España, el único junto a Grecia, que aún no ha recuperado los niveles salariales anteriores a la crisis de 2008.

Y resulta curioso,  para ver la escena al completo, que aquellos que promueven continuamente la reducción del gasto social y nunca quieren vincular la subida de las pensiones al IPC, ni apoyan la existencia de un ingreso mínimo vital, etc., son los mismos que insistentemente se manifiestan contra la subida de los salarios, mínimos o conveniados, para los que nunca es el momento ni la situación nunca propicia, defendiendo al mismo tiempo la rebaja de impuestos para las rentas más altas (el asunto del impuesto de sucesiones es un claro ejemplo de ello).

Con esto quiero decir que detrás del debate económico sobre los salarios está el debate sobre la desigualdad. O dicho de otro modo, aquellos para los que nunca es oportuna una subida de los salarios, que se rasgan las vestiduras ante la subida del salario mínimo interprofesional o vaticinan una hecatombe por la subida de las pensiones, son en el fondo los que  quieren mantener las desigualdades que refleja nuestro mercado de trabajo y la estructura ocupacional que de él se deriva. Defienden los bajos salarios, muy extendidos en nuestro país, que no permiten llegar a fin de mes, convirtiendo en más pobres aún a aquellos que tienen la suerte de disfrutar de un puesto de trabajo. Si hace veinte años ser mileurista parecía una desgracia, hoy día estos mismos parecen unos afortunados y los bajos salarios a jornada completa de hoy día se parecen mucho a las retribuciones que por contratos a tiempo a parcial se pagaban antes de la crisis de 2008.

Y son los mismos, precisamente,  que se empecinan en disminuir, como paso previo a su laminación, el Estado de Bienestar. Están empeñados en evitar la intervención del estado en la economía como instrumento de redistribución y de lucha contra la desigualdad a través de los impuestos y de los servicios públicos aasí como de la inversión pública.

Por eso es necesario combatir estas opciones ideológicas, políticas, mediáticas y económicas. Para recuperar el valor de la lucha contra la desigualdad económica resulta imprescindible, en consonancia con una antigua tradición de la socialdemocracia, situar al mercado de trabajo  y su consiguiente estructura ocupacional en el centro del debate político y económico. En mi opinión, este debe ser el eje de la política socioeconómica de la izquierda.

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