El Estrecho de Gibraltar representa no solamente la salida natural del Mediterráneo hacía el océano Atlántico, sino igualmente, y desde un punto de vista geoestratégico, la unión de dos continentes, dos culturas y dos fuerzas geopolíticas de primer orden en el tablero internacional. Además, de todos es sabido las complicadísimas relaciones entre Marruecos y España, con el trasfondo de la inmigración y los tristes acontecimientos de los últimos meses con la llegada de miles de inmigrantes a las islas Canarias y a la Ciudad Autónoma de Ceuta.
Por otra parte, en los últimos tiempos se ha añadido un preocupante aumento del gasto militar por parte de Marruecos, con cierta complicidad de Estados Unidos y que ha hecho temer a algunos que estemos ante una manifestación de guerra híbrida por parte de Marruecos, de “zona gris” y en donde el objetivo final sería la supuesta recuperación para el país alauita de Ceuta y Melilla. Recordemos que esta reivindicación, sin base jurídica alguna, es uno de los elementos más sólidos en la política exterior marroquí en sus relaciones con España e, incluso, con la Unión Europea.
Trataremos de analizar estas dos cuestiones, seguridad e inmigración de forma independiente si bien tienen claros elementos comunes e integrados.
En primer lugar, en relación con las cuestiones de seguridad, conviene traer a colación una cuestión geopolítica que a veces se olvida. Desde hace algunos años, Marruecos busca recuperar una posición de privilegio en la zona del Magreb como actor de primer orden. Un primer paso lo alcanzó con la fortaleza demostrada por el régimen al no sufrir apenas los efectos de la Primavera Árabe. Ello ha ido en paralelo a una política de expansión y de presión hacia la región sur, hacia el Sahel, y como frente defensivo ante el avance del integrismo radical. El objetivo marroquí, entonces, iría en esa dirección, esto es convertirse en potencia regional, adalid de la defensa musulmana frente al yihadismo y el crimen organizado en la zona subsahariana.
No obstante, para algunos se sigue hablando incluso de una posible invasión, de un ataque armado marroquí sobre Ceuta y Melilla para recuperarlas, teniendo en cuenta que supuestamente estos territorios quedarían fuera del paraguas OTAN al no estar cubiertos por la cláusula de legítima defensa colectiva recogida en el Tratado de Washington que afecta únicamente al continente europeo. Permítanme ser bastante incrédulo con esta posibilidad por varios motivos. El primero de ellos es que, no olvidemos, Ceuta y Melilla son territorios no solamente españoles sino igualmente europeos, forman parte de Espacio Schengen con un régimen particular de control en frontera, según las Actas de Adhesión de España a las entonces Comunidades Europeas. En segundo lugar, el concepto actual de seguridad, multidimensional, ha descartado desde hace años el temor a un ataque armado de un Estado a otro; existen, además, importantes instrumentos multilaterales para evitar esta eventualidad, tal y como se está viendo actualmente con la crisis ruso-ucraniana. En tercer lugar, y quizás el motivo de mayor peso, en un hipotético ataque armado por parte de Marruecos, España, Ceuta y Melilla estarían cubiertos por la legítima defensa colectiva europea recogida en el actual art. 42.7 del Tratado de la UE. ¿Marruecos estaría en disposición de enfrentarse al conjunto de Estados miembros de la UE? Y en cuarto lugar, recordemos dónde tiene presencia militar Estados Unidos: en Rota; del mismo modo, la presencia militar británica en la colonia de Gibraltar. ¿Realmente alguien piensa seriamente que estas dos grandes potencias van a permitir un conflicto armado en la salida natural del mar Mediterráneo, pudiendo provocar una crisis sin precedentes en toda la región?
En segundo lugar, la inmigración, y la inmigración utilizada como arma de presión diplomática por parte de Marruecos a fin de forzar, o más bien evitar que España tome posiciones contrarias a los intereses marroquíes en el asunto del Sáhara, especialmente. Bien es cierto que España, nuestro país, ha demostrado una clarísima incapacidad para europeizar la cuestión de la inmigración, para extrapolar la problemática a las instituciones europeas y dejar patente a nuestro vecino magrebí que el asunto no es solamente bilateral – como defiende Marruecos – sino regional y europeo. Tan fácil hubiera sido como solicitar España o aceptar (pues hubo propuesta por parte de Bruselas), de crear una operación Frontex tanto en Canarias como en Ceuta ante la llegada masiva de inmigrantes. En ambos casos, España rechazó la propuesta. La política exterior española hacia en Magreb y especialmente hacia Marruecos no es precisamente fuerte y consistente. Más bien es inexistente.
¿Qué debe hacer entonces España ante el desafío marroquí? Claramente todo pasa por mejorar el diálogo político y diplomático, hacerlo más extensible a otros actores internacionales, especialmente la UE pero sobre todo, disponer de una posición clara en política exterior. ¿Cuál es la postura española y europea respecto al Sáhara? ¿Qué medidas se deben adoptar para el caso de que Marruecos no cumpla con su parte respecto al control de la inmigración irregular en su territorio? ¿Habría sanciones por parte de Europa? ¿Reducción de las ayudas acordadas? Pero vamos más allá en materia de derechos humanos y protección de las personas que abandonan su país para buscar un lugar mejor. ¿Están siendo eficaces las medidas españolas y europeas adoptadas con los países de origen y tránsito de la inmigración? ¿Estás medidas son respetuosas con los valores europeos – democracia, derechos humanos, Estado de derecho – base del proceso de integración europea?
Comencemos por responder a estas preguntas si realmente queremos establecer una auténtica política exterior hacía el sur.
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