“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”….la frase no es mía, sino de Julio Anguita, político español, que la citó justo cuando se enteró que su hijo, corresponsal de guerra en Iraq en 2003, había fallecido en un ataque armado.
Hace algunas horas, V. Putin ha ordenado la invasión de Ucrania, a fin de, según él, proteger los intereses rusos y acabar con un Estado fallido y nazi que asesina a personas. Y ha decidido esta invasión amparándose en la petición de las autoridades de las regiones orientales ucranianas de Donetsk y Lugansk, las cuales han sido previamente reconocidas por Moscú como territorios independientes…al igual que se hizo en su día con Osetia del Sur y Abjasia en Georgia.
En las relaciones internacionales y el derecho internacional existe un principio básico que impregna las relaciones entre los Estados y es el de prohibición del uso de la fuerza armada para resolver las diferencias entre unos y otros. Es un principio que, aunque pueda parece lo contrario, es relativamente nuevo, implantado de forma categórica con ocasión de la creación de Naciones Unidas en 1945, organización internacional cuyo fin último era evitar un nuevo conflicto mundial. Rusia, nuevamente ha vuelto a violar dicho principio, y las consecuencias son, en estos momentos, impredecibles.
Tengo que reconocer que en los últimos días había insistido a mis alumnos e incluso en foros académicos que no veía ni por asomo que Rusia fuera a invadir Ucrania. Me he equivocado y lo reconozco. Rusia está desarrollando la misma estrategia, clavada, que en 2014 cuando se anexionó Crimea, la otrora perla del Mar Negro, y base de la flota rusa en el Mediterráneo. En aquel entonces, tras reconocer Moscú la soberanía de Crimea, en apenas 24 horas, la Duma (el equivalente al poder legislativo ruso), autorizó el derecho a anexionarse territorios, y las autoridades de la pseudo-independiente Crimea solicitó la anexión a la República Rusa. Así, en un día, Crimea paso por tres estadios diferentes: amaneció como territorio ucraniano, almorzó como Estado independiente y solo reconocido internacionalmente por Moscú, y se acostó siendo ya parte de Rusia. La situación actual es de “hechos consumados”, esto es, a pesar de las sanciones impuestas por los países occidentales, entre ellos una siempre tibia Unión Europea, Crimea es y tiene pinta de serlo por mucho tiempo, rusa a todos los efectos. Y estos hechos provocaron la reacción de las regiones orientales ucranianas, fronterizas con Rusia, para buscar su independencia, haciendo valer la amplia presencia de rusoparlantes en las regiones de Donetsk y Lugansk.
Ahora parece que se va en la misma dirección. Y ello a pesar de las largas y complejas negociaciones diplomáticas de las últimas semanas donde, ¿cómo no?, se ha ninguneado a la UE al carecer de una auténtica política exterior, pero también por el bajo perfil de su Alto Representante, J. Borrell y su carencia de capacidad para aglutinar los intereses nacionales europeos. Rusia ha actuado muy astutamente, dividiendo a los países occidentales, especialmente de la UE; sentándose con Alemania, Francia y poco más; ignorando a España; jugando con Estados Unidos; aliándose con China; etc. Pero no lo hace sin base o precedente alguno. Antes de Crimea, lo hicieron los países occidentales, incluido Estados Unidos, con Kosovo, que declaró su independencia unilateral de Serbia en 2008. El precedente kosovar lo ha usado nuevamente Rusia, ante la desesperación del resto de países que ven cómo, por segunda vez, Rusia hace justo lo mismo que ellos para alentar la autonomía y secesión, esto es, la separación unilateral de una parte del territorio de un Estado soberano e independiente…primero Serbia, luego Ucrania por dos veces.
Pero es de justicia igualmente aclarar que la situación en Ucrania ha sido y es realmente compleja. La OTAN y la UE han pretendido atraer para si a Ucrania, sin atender a la delicada situación geoestratégica de la zona o, en el caso de la Alianza, colocando lanzaderas de misiles y fuerzas armadas en la fronteriza rusa. Parafraseando a Putin, ¿se imaginan que Rusia colocase misiles en México, en la zona fronteriza con Texas?
Pero vayamos a las posibles consecuencias de los acontecimientos de las últimas horas. Todo apunta, siempre y cuando el conflicto no vaya a más, a una futura anexión de los territorios ucranianos prorrusos sublevados desde 2014. Pero el problema es que las fuerza sublevadas no controlan todo el territorio de las regiones de Donetsk y Lugansk, sino solo una parte de ellas. La anexión del conjunto de regiones conllevaría una conquista, la cual está prohibido por el derecho internacional. Por otra parte, las sanciones impuestas ya por la UE son mucho más gravosas que las anteriores con ocasión de la anexión de Crimea. Se han utilizado las denominadas “sanciones inteligentes”, que atacan no a la población en general, sino en exclusiva a personas físicas y jurídicas perfectamente identificadas que verán limitadas o excluidas su acceso a los mercados financieros, prohibición de viajar o incluso congelación de activos en bancos en el exterior.
Pero, además, el conflicto tiene una consecuencia humanitaria. Los países vecinos a Ucrania ya estiman en unos 4 millones los desplazados hacia sus fronteras. En pleno invierno y sin capacidad ninguno de estos países de acoger a tal cantidad de desplazados sin un plan de solidaridad y reasentamiento que, al menos en el caso de Europa, brilla por su ausencia.
No puedo considerar que haya fallado el Derecho Internacional. Sigue existiendo y aplicándose, a través de los instrumentos de solución pacífica de controversias, de procesos negociadores entre las partes a fin de alcanzar acuerdos que pongan fin al conflicto. Pero sí es cierto que, aunque no haya fallado el Derecho Internacional, si falla la voluntad política de una serie de Estados a la hora de imponer sus intereses por encima de las normas esenciales de convivencia en la Comunidad Internacional actual.
Jamás ningún interés político, geoestratégico o económico debería ser más valioso que la vida de una persona….Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen.