¡Qué hay de nuevo viejo! Reconozco que me gusta mucho la palabra viejo, “mi viejo”, la gente grande, como dicen en Argentina, por eso he elegido esta palabra en una semana donde nuestros mayores han sido protagonistas. La chispa, subir las pensiones solo un 0,25% para una inflación de un 2% de media a lo largo de 2018, lo que ha indignado no solo al colectivo directamente sino a gran parte de la población, incluida la que sigue votando a Eme punto Rajoy. Nuestros viejos somos todos y especialmente todas, porque ellas son las más perjudicadas con un sistema que las condena a la miseria cuando quedan viudas. Detrás de esta situación hay, como no podía ser de otra manera, razones políticas, la estrategia del liberalismo salvaje de atacar lo público, potenciando todo aquello que es susceptible de convertirse en un negocio, los fondos privados de los bancos como alternativa a la depauperación de las pensiones. España es el único país de la Unión Europea que desvincula la subida de las pensiones de los precios. A ello hay que añadir que el fondo de reserva se encuentra en acoso y derribo por parte del Gobierno Rajoy, habiendo extraído casi setenta mil millones en solo cuatro años.
Lo peor de todo ha sido su invisibilidad social. El colectivo de pensionistas ha sido siempre un colectivo nada reivindicativo, conservador, voto cautivo en muchos casos, pero también ignorado por los partidos y por los sindicatos, a los cuales les ha cogido con el pie cambiado estas movilizaciones, por miedo a perder la calle, como les ocurrió el 8 de marzo. Para colmo el Partido Popular, torpe como él solo, se ha dedicado a enviarles consignas del tipo “hay que ahorrar en pensiones y en educación” o a considerar su vivienda como canje si no le llega la pensión; por no entrar en otras perlas como que “llevan cobrando más tiempo que trabajando”. Así, que viejo, pa’lante, que estos no saben con quién se han topado.
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