Cuando uno dimite de una responsabilidad, toma una decisión sobre la cual sus consecuencias se verán con el tiempo. A veces, la decisión viene dada por una reacción de frustración, enfado, desconocimiento de cómo afrontar conflictos y manejar entornos; controlar lo visceral se torna como clave. En ocasiones, se renuncia simplemente por inmadurez o permeabilidad a presiones externas.
En una sociedad en la que el verbo dimitir parece entrar en desuso, perduran las anécdotas de la vida que nos marcan un camino por el cual transitar o que enseñan a tomar otras vías alternativas para lograr los resultados prefijados.
Cuando cesan a un entrenador, no hay discusión; cuando un entrenador dimite, comienzan las conjeturas; que si “le abrieron la puerta”, que si llegaron a un mutuo acuerdo con la directiva de turno para encubrir una destitución, o directamente para evitar que su currículo se vea “afectado”. Inclusive sabiendo que por la noche la directiva emitirá un comunicado anunciando su cese, el entrenador horas antes renuncia alegando motivos personales. Y está el caso del Entrenador que pone el cargo a disposición para “facilitar” a los dirigentes la toma de la decisión final. Más ejemplos existen.
La vida de un entrenador también recorre estas experiencias. Sin embargo, están aquellos que el qué dirán no les preocupa. En general ocurre con los profesionales que por su pasado como futbolistas y/o entrenadores reconocidos u otros motivos, siempre tendrán una nueva oportunidad, aunque los resultados no siempre los avalen. Es un hecho instalado en nuestro mundo del fútbol y que tiene varias aristas, ninguna criticable.
Al final, todo es cuestión de elaborar una sentencia ética con base moral para definir los adjetivos que enmarquen conductas, siempre desde la honestidad con los demás, pero por sobre todo, con uno mismo a la hora de tomar una decisión.
También se puede renunciar a una posibilidad laboral cierta para ejercer la profesión. Recuerdo el caso del presidente de un club que me llamó. Quería conocerme por las “excelentes” referencias profesionales que tenía de mí. Iba a cesar a su entrenador. Según él, lo haría al día siguiente. Deseaba que fuera esa misma tarde a su sede social a conversar con la directiva cuando aún había un colega en funciones. Le agradecí el llamado expresándole que en otras circunstancias me sería un honor entrenar en su club y a su equipo.
Sabemos que los “tanteos” existen, que son moneda corriente en nuestro fútbol. Los entrenadores buscan ese escudo que son sus representantes (agentes) que dejan al entrenador sin esa exposición pública cuando trascienden sus nombres. Los valores del “míster” quedan a buen resguardo bajo el paraguas de una tercera persona u organización. Cuando un entrenador no posee a alguien que gestione por él, su exposición tiene un costo. Sin embargo, como es frecuente, los resultados borran todo. Si va bien, los valores no se cuestionan. Si va mal, generalmente el entrenador pasará un buen tiempo desocupado y preparándose para una nueva oportunidad laboral. Ambas, realidades incontestables.
Para renunciar a algo o dimitir de una responsabilidad hay que ser muy fiel a principios, convicciones y además, poseer un alto grado de valentía que permita prepararse para un próximo escenario que no siempre será alentador ni prometedor. Alguna vez también he dimitido. No está escrito que todas las experiencias en la vida deban ser felices. Igualmente, donde se cierran puertas, se abren ventanas.
No obstante, la tranquilidad de conciencia por lo actuado siempre permite encarar nuevos retos con optimismo, potenciando fortalezas y minimizando debilidades. Pero ante todo, aprendiendo de errores y aciertos en las tomas de decisiones, actuando con sentido profesional, siendo honesto con los nuestros, con la profesión, con nuestros valores, pero por sobre todas las cosas, honestos con nosotros mismos. Al mismo tiempo, siempre hay lugar para cierta flexibilidad que beneficie a todos. También esto nos enseña la vida.
Sin duda alguna me hubiera gustado entrenar más por mi Andalucía querida, pero la vida me ha mostrado el camino desde fuera de fronteras, y lo disfruto. De cualquier manera, la esperanza es siempre lo último que se pierde...