En unos días sonará la cantinela del sorteo de la Lotería Nacional. Entonces, dicen, habrá comenzado la Navidad.
Los populares niños de San Ildefonso nos cantarán los números y los premios saldrán de las bolas que repartirán alegría para algunos hogares de España. Unos, como siempre, serán más afortunados que otros. Volverán las celebraciones con cava y brindis mientras cuentan cómo y dónde compraron el décimo y qué harán con el dinero. "Tapar agujeros, comprarme un piso, ayudar a mis hijos que están en paro..."
Bien porque toque a gente que lo necesitan más que otros, pero no estaría mal que, este año, tocara por casa. Por pedir...
Cada día cuando recorro el centro oigo una y otra vez los mismos villancicos. Los tradicionales, los flamencos, con un volumen exagerado, nos acompañan en las conversaciones y las compras. Y así durante más de un mes. El sonido y las luces dan brillo a estas fiestas.
Fiestas, que dicho sea de paso, que no me gustan. Cuando mis hijos eran pequeños la vivíamos intensamente y no me planteaba o dudaba de estas emociones. Nos íbamos de Belenes, hacíamos colas cargados con los abrigos y bufandas de los niños y niñas de la familia para disfrutar de todos y cada uno de los Belenes que se montaban tanto en Jerez como en Badajoz. Después rematábamos la tarde en una cafetería donde nos servían el humeante chocolate con churros o tortitas con nata. También nos gustaba el fin de año. Por qué cadena de televisión ver las campanadas y el silencio que alguien reclamaba para poder escuchar bien los cuartos y tomarnos correctamente las uvas. Luego llegaban los abrazos con el "feliz año nuevo" el brindis con cava y todo eso.
Antes toda la familia, más de veinte, nos juntábamos alrededor de la mesa vestida con el mantel de hilo blanco de mi madre. El más sabroso caldo, los platos más ricos y la alegría más desbordante recorría la casa.
Pero cuando comienzas a ver sillas vacías en las cenas de Nochebuena, en la comida de Navidad, los encuentros familiares ya, ya no es lo que era. Pero continuas con la tradición que te enseñó tu madre para que tus hijos sientan la misma felicidad que viviste tú. Y así hacemos, pues la vida te quita, pero también te da.
Me sabe mal cortar el buen rollo de los que aman las zambombas, el copeo, las compras, las comidas de empresas... pero me parece estresante todo ese consumismo desenfrenado y el falso buenismo, porque todo el mundo quiere ser buena persona por Navidad.
Buenismo, según la Real Academia de la Lengua española, actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. He leído en algún texto de psicología que el que ejerce de buenista esconde cierta hostilidad. Una máscara de generosidad, una necesidad de gustar, de caer bien.
En fin, a mí todos estos días de diciembre, mirando hacia mi interior, me producen cierta ansiedad y estrés emocional.
No es fácil huir de la nostalgia, pero lo intento y lo consigo, ya lo dije más arriba: te sostienes en los que te quieren y así vuelves a crear el bienestar y la seguridad de hogar por los tuyos.
Y de corazón te envuelves en una alegría sincera. Te dejas abrazar por estas fechas y sus cosas, hasta que vienen los Reyes.
Los Reyes serán los más esperados así que pasen los años, colocaremos los zapatos más nuevos y limpios bajo el árbol o junto al Belén y reiremos como niños abriendo los envoltorios con cara de sorpresa.
Y ya, a través de este artículo, el 2023 está recién comenzado y según cuento ya todo acabó. Pero aún quedan que pasar todas las fiestas señaladas y les deseo de corazón que sean lo más felices posible, para todos y cada uno de ustedes.
Lo que ocurre es que se escribe deprisa y por adelantado por eso ya me he puesto en el año que viene. Así que, ya que estamos, feliz 2023. Dios, cómo pasa el tiempo.